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Cielo y Tierra: Puedo, pero ¿debo?

Alejandra María Sosa Elízaga   ‘Que puedas hacerlo, no significa que debas hacerlo’. Me llamó la atención esta frase que leí en un artículo cuyo autor estaba refiriéndose al modo como usamos el dinero. Planteaba que cuando se nos antoja comprar alguna cosa, sea muy barata o tan cara que pueda desbarajustar nuestro presupuesto, solemos […]

Alejandra María Sosa Elízaga

 

‘Que puedas hacerlo, no significa que debas hacerlo’.

Me llamó la atención esta frase que leí en un artículo cuyo autor estaba refiriéndose al modo como usamos el dinero. Planteaba que cuando se nos antoja comprar alguna cosa, sea muy barata o tan cara que pueda desbarajustar nuestro presupuesto, solemos preguntarnos si nos alcanza el dinero, y si la respuesta es afirmativa, adquirimos aquella cosa sin pensarlo dos veces. Y él proponía que no sólo nos preguntemos si podemos, sino si debemos comprar aquello, si realmente es indispensable, si no podríamos dar otro uso mejor a nuestro dinero.

Tiene razón. El dinero que gastamos en nosotros es el que no gastamos en los demás. Y tal vez los demás necesitan más que nosotros algo que ese dinero podría comprar.

Cuestionarnos no sólo si podemos, sino si debemos, puede hacernos gastar más sensata y caritativamente nuestro dinero. Pero este cuestionamiento no nada más aplica a cuestiones monetarias, sirve para todo en la vida, y atrevernos a hacerlo realmente podría rescatarnos de muchos pecados, ayudarnos a cambiar costumbres y actitudes egoístas, y evitar malos hábitos que nos afectan a nosotros, a quienes nos rodean e incluso al medio ambiente.

Por ejemplo, si tengo lleno el tinaco de mi casa, puedo dejar abierta la llave mientras me cepillo los dientes, mientras enjabono los trastes, mientras baño al perro, mientras lavo el auto, y desperdiciar litros y litros de agua, pero ¿debo hacerlo? Porque el agua que a mí me sobra es la que a otros les falta.

Puedo pasarme la tarde entera mirando la pantalla de la computadora, de la televisión, del celular, pero ¿debo hacerlo?, porque es tiempo que no empleo para convivir con mi familia, visitar a algún amigo o ayudar a alguien que lo necesita.

Puedo echar basura a la calle, sea un papel o una colilla, o dejar una bolsota frente a la puerta de un vecino, pero ¿debo hacerlo?, porque contribuirá a tapar las coladeras cuando llueva, a contaminar, y en el caso del vecino, a crear molestias y problemas en la comunidad.

Cómo cambiarían las cosas si a lo largo de la jornada nos preguntáramos, no sólo si podemos hacer algo porque tenemos los recursos, el tiempo, la oportunidad y la impunidad, sino si debemos, si será realmente beneficioso para todos. Más ejemplos: ‘Puedo comprar esto, pero ¿debo?’; ‘puedo dedicar mi tiempo libre a esto, pero ¿debo?’; ‘puedo desperdiciar esto, pero ¿debo?’; ‘puedo cerrarle la ventanilla a esta persona que llegó a última hora a hacer su trámite, pero ¿debo?’.

Y si, como personas de fe, le damos a este cuestionamiento un sentido cristiano, preguntándonos qué querría Jesús, descubriremos que el hecho de que algo sea legal no lo hace moral, que sea posible, no lo hace indispensable, y que sea de nuestro agrado no necesariamente es del agrado de Jesús. Por ejemplo: ‘puedo saltarme la Misa, pero ¿debo?’; ‘puedo escatimarle su paga a mi empleado, pero ¿debo?’; ‘puedo platicar este chisme, pero, ¿debo?’; ‘puedo vengarme de alguien que me ofendió, pero ¿debo?; puedo tener relaciones íntimas fuera del matrimonio, pero ¿debo?; ‘puedo abortar si quiero, pero ¿debo?’, ‘puedo decir esta mentira, pero ¿debo?’

Cabe decir que la respuesta a la pregunta: ‘¿debo?’ tiene que tomar en cuenta que el fin no justifica los medios, y que nunca debemos optar por hacer algo que sea contrario a la Palabra de Dios y a las enseñanzas de la Iglesia.

En una de sus cartas, en que san Pablo reflexiona que algo puede ser lícito pero no conveniente ni edificante, propone un buen consejo para saber cómo actuar: “Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás.” (1 Cor 10, 23-24).