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Cultura Bíblica: Antecedentes sobre la corrección fraterna en el AT

Mons. Salvador Martínez-   En las enseñanzas que escuchamos hoy en el Evangelio vale la pena profundizar los antecedentes sapienciales sobre la corrección paterna y fraterna en el Antiguo Testamento, así como el trato que se les daba a los pecadores contumaces. Concluiremos con una pequeña reflexión sobre el llamado a la oración de intercesión […]

Mons. Salvador Martínez-

 

En las enseñanzas que escuchamos hoy en el Evangelio vale la pena profundizar los antecedentes sapienciales sobre la corrección paterna y fraterna en el Antiguo Testamento, así como el trato que se les daba a los pecadores contumaces. Concluiremos con una pequeña reflexión sobre el llamado a la oración de intercesión en común.

La parte del Evangelio que se lee el día de hoy forma parte del discurso eclesiástico (Mt 18,1-35). La mayoría de las enseñanzas que da el Señor Jesús en este discurso versan sobre la relación fraterna.

Una de las actividades más importantes dentro de la dinámica familiar y social a pequeña escala o a escala doméstica es la tarea de la educación de las nuevas generaciones. Esta labor, ya desde el Antiguo Testamento, es reconocida como una labor encomendada principalmente a los padres y madres.

El libro de los Proverbios inicia muchas de sus colecciones de dichos con la fórmula “Escucha hijo…” (cfr. Pr 1,8; 6,20) dando por sentado que nadie nace sabiendo, sino que es en el seno de la familia y sobre todo por acción del padre y de la madre que se adquiere la sabiduría fundamental para saber vivir en sociedad. Asimismo, la alegría de los papás proviene de hijos que han aprovechado correctamente sus enseñanzas (cfr. Pr 23,23-24), y los mayores quebrantos provienen de hijos necios (Dt 21,18).

Más allá de este primer e insustituible ambiente familiar, la Sagrada Escritura en el Antiguo Testamento reconoce que es función de los profetas corregir a las personas que cometen faltas o pecados graves, pues estos pueden llevarlos a la muerte. Así pues, Dios insta al profeta Ezequiel a comportarse como un vigía que ponga en guardia los pecadores sobre sus malas acciones y sus consecuencias (Ez 3,17-19; 33,7-9). Incluso hace pesar sobre él la grave tarea al grado de advertirle que si no le avisa al pecador, entonces el malvado morirá por sus faltas y el profeta también cargará con la culpa por no haber advertido al hombre.

Esta función se extiende también a los sabios y a los reyes, los cuales deben advertir a los demás sobre sus maldades. Incluso se llega a hablar del deber de corregir al prójimo, esto supone que no es necesario un estatus social superior, sino simplemente el amor fraterno para intervenir cuando alguien hace el mal (cfr. Lv 19,17)

El Antiguo Testamento es bastante severo con respecto a los castigos para los indóciles. En Dt 21,18-21 se supone que los padres han cumplido con la tarea de corregir a sus hijos, pero si éstos persisten en no corregir su conducta, entonces debían acudir a las autoridades del pueblo para denunciarlos y éstos debían ser apedreados a muerte.

El proceso de la corrección fraterna que propone el Señor hoy no es nuevo. Representa el proceso normal de solución de conflictos en Israel. El primer paso es uno frente a otro individualmente, el segundo paso es uno frente a otro con presencia de testigos, a esto se le llamaba querella. El tercer paso es acudir a la asamblea, a la comunidad donde se supone hay autoridades para ventilar el caso. La gran novedad de Nuestro Señor radica en que no dicta sentencias de muerte como ya vimos en Deuteronomio sino una especie de excomunión: “Tratar al pecador como a pagano o publicano”. Por lo que toca a la intercesión el Señor remarca la fuerza de hacerla en compañía de varios. La asociación comunitaria de los orantes garantiza la presencia del Señor Jesús.