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Año nuevo, vida nueva.

Pbro. Sergio G. Román La fiesta litúrgica del primero de enero. El primero de enero, octava de Navidad, es para la Iglesia la ocasión de celebrar a Santa María, Madre de Dios y de esta manera afirmar el dogma de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ya que a lo largo de la historia hubo […]

Pbro. Sergio G. Román

La fiesta litúrgica del primero de enero.

El primero de enero, octava de Navidad, es para la Iglesia la ocasión de celebrar a Santa María, Madre de Dios y de esta manera afirmar el dogma de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ya que a lo largo de la historia hubo y hay quienes le niegan a Jesús ya sea su humanidad, ya sea su divinidad. El niño Jesús, nacido en Belén a quien celebramos en este tiempo de Navidad que estamos viviendo, ya desde su concepción en el seno virginal de María es Dios y hombre verdadero, y María, es, por lo tanto, madre de Dios. De ninguna manera queremos decir que la Virgen María sea madre de la naturaleza divina de Jesús, porque entonces ella misma sería Dios. Jesús es el Verbo encarnado, hecho hombre; la segunda persona de la Santísima Trinidad que existe desde siempre con el Padre y el Espíritu Santo; no ha sido creado como los ángeles y nosotros, es Dios que se hizo hombre en la plenitud de los tiempos. María le dio humanidad; su divinidad es eterna; ambas están presentes en su totalidad en el Niño Jesús, hijo de María.

Celebrando la maternidad de María sobre Jesús, Dios y hombre verdadero, la Iglesia comienza el año nuevo como si lo encomendara a la madre de Jesús, escogida por Dios para la custodia de su Hijo. Bajo su custodia nos ponemos todos nosotros, los hermanos de Jesús que gustamos de llamarla “madre nuestra”.

La Divina Providencia.

A veces nos critican a los católicos porque somos más marianos que cristianos. La fiesta de hoy parece contradecir esta crítica ya que, a pesar de que es una fiesta mariana, el pueblo sobrepone a esta celebración la de la Divina Providencia “que nos da casa, vestido y sustento”

En dos ocasiones se vuelca nuestro pueblo en las iglesias: en el miércoles de ceniza para pedir perdón y en el año nuevo para pedir gracias. Multitudes asisten hoy a la bendición de sus doce velas que encenderán el día primero de cada mes para recordar la providencia divina.

Esta devoción tiene un fuerte arraigo en la religiosidad popular y está representada plásticamente por la imagen de la Santísima Trinidad, presente en todas nuestras iglesias con la clásica alcancía con tres ranuras para la triple limosna de la casa, el vestido y el sustento. Tradicionalmente también, algunos párrocos destinan la colecta de esta alcancía a la providencia sobre los más pobres.

La palabra providencia, del latín, significa ver por. Los papás de la tierra ven por sus hijos, tienen providencia de ellos. Los peregrinos que recorren largas distancias hacia un santuario, encuentran por el camino a personas generosas que les dan de comer o les brindan un lugar seguro para descansar; ellos llaman a estas dádivas “providencia” con el sentido propio de las personas que ven por ellos y con el sentido de que es Dios el que tiene providencia de ellos.

Nuestro pueblo tiene una enorme fe en la providencia divina y sabe que detrás de cada bien que recibimos o que logramos con nuestro trabajo está la mano de Dios generosamente abierta para darnos a sus hijos cosas buenas, como los padres de la tierra. Y nuestro pueblo acude hoy a dar gracias ¡y a pedir más!

Vida nueva.

En los días inmediatos al año nuevo, los sacerdotes en las Iglesias recibimos a mucha gente que acude a jurar como propósito de año nuevo. Juran de no tomar y de no drogarse, pero cada vez hay más gente que jura de no robar y de no ser enojón o violento. Una vez me conmovió un hombre que acudió a jurar que no se vengaría ¡y cumplió!

Indudablemente los juramentos significan la fe de nuestro pueblo que se acepta débil y necesitado de la gracia divina para poder vencer algo que parece ser más fuerte que su voluntad.

En año nuevo hacemos buenos propósitos. Con juramento o sin él, expresados o callados, los buenos propósitos responden a la oportunidad de iniciar una vida nueva presente en la celebración de un año nuevo.

Estos buenos propósitos se ven reforzados por las incontables bendiciones que recibimos de amigos y familiares que nos repiten hasta el cansancio “¡Feliz año nuevo!” Cada buen deseo es una bendición.

Las doce uvas devoradas con prisa antes de las doce campanadas y la sidra con que se brinda es parte de esas costumbres familiares propias o importadas de Estados Unidos con las que la familia se une a celebrar la vida, una nueva oportunidad de vivir que nos brinda Dios providente.