Muchos padres se enfrentan, cada vez más temprano, al desafío de orientar a sus hijos que están deseosos de iniciar un noviazgo. En México se le conoce como la “edad de la punzada” o el “alboroto de la hormona“.
En primer lugar, a los padres les preocupa que estén o no preparados para ello, y si entienden el verdadero sentido del noviazgo, pues muchas veces ellos mismos lo desconocen. ¿Qué hacer? Empezar por explicarles lo siguiente.
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Hay leyes que no surgen de la cultura ni de la sociedad en la que vivimos, son leyes que surgen de la naturaleza misma y que están escritas “en el corazón”; es decir, en nuestra información genética ínter construida. Los llamamos instintos y son muy fuertes.
Entre estos instintos, a modo de ejemplo, tenemos el instinto de la conservación de la vida que nos obliga a luchar por conservarla. El que ahora nos ocupa es otro maravilloso instinto que tenemos en común con todos los seres vivos del universos: el instinto de la conservación de la especie que es el que hace que el hombre y la mujer tengan hijos.
Dios es el autor del universo, el sabio constructor que pone normas y límites para la buena marcha de su creación. Por eso, en la Santa Biblia, cuando se nos habla de cómo Dios creo al hombre, se nos dice: Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra”.(Gn 1, 27-28) y así, los creyentes que sabemos que Dios existe y que es creador, pensamos que esos instintos y lo que llamamos las leyes naturales, han sido escritas en el corazón por el mismo Dios.
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Cuando la infancia queda atrás y comienza la pubertad decimos que es la edad de la punzada y que se alborotan las hormonas. Es la búsqueda del otro yo, de la media naranja. Es el momento en que la naturaleza, maternal y sabia, reclama el cumplimiento de la ley de la conservación de la especie.
La cultura condiciona los instintos a las conveniencias de la sociedad y la conciencia da normas en bien de la familia.
Se puede buscar tan sólo el cuerpo en busca de placer y la relación, porque ni siquiera alcanza el nombre de amor, durará lo que dure el cuerpo y la satisfacción que pueda dar.
Cuando se busca el cuerpo y el alma, el amor perdura, se hace fértil y trasciende. Cuando a través del cuerpo y del alma se descubre el amor infinito de Dios, el amor humano se transforma, se llena de gracia, se parece al amor mismo de Dios. Por eso los católicos decimos que el matrimonio es un llamado de Dios a la santificación y a la salvación.
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Somos, sí, animales a los que se ha añadido el nombre de racionales para distinguirnos de los animalitos que no gozan del raciocinio. Animales racionales, pero, a final de cuentas, animales.
Cuando se desbocan los instintos y nos dejamos llevar por ellos en búsqueda de un placer que sentimos como exigencia de nuestra misma naturaleza, no somos más que animales.
Cuando somos guías de nuestros instintos y hacemos intervenir el raciocinio para comprender y aceptar que el placer es tan sólo un medio que la naturaleza usa para lograr su gran fin de la continuación de la vida humana, entonces no somos sólo animales.
Todo nuestro potencial de dar vida está al servicio de la familia, ¡de nuestra familia!
El movimiento feminista, que busca igualar a los dos sexos, dice que la mujer está condicionada por la sociedad para ser madre. Y consideran la maternidad como una esclavitud que impide a la mujer realizarse en plenitud.
La maternidad no es una carga impuesta por la sociedad machista a la pobre mujer sometida. La maternidad es la función propia de la mujer y todo su organismo, hasta el gen más pequeño, define a la mujer por su vocación natural a trasmitir la vida. No es cuestión de cultura, es cuestión de naturaleza.
El ser humano, normalmente, está hecho para vivir en familia y para realizarse en ella alcanzando su plenitud humana y su trascendencia en la paternidad.
Por eso es tan importante encontrar la propia familia. Es la misión más importante para los jóvenes y para ella se preparan aprendiendo a ser útiles y a sobrevivir con dignidad.
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Cuando se busca pareja, usando el raciocinio, no sólo se busca a alguien con quien tener momentos de placer, sino a alguien con quien fundar una familia. Se busca a “la madre de mis hijos o al padre de mis hijos”.
El noviazgo, como respuesta al llamado divino al matrimonio, consistirá en buscar a aquella persona que no sólo sea grata a los ojos, sino que sea grata al alma. ¡Pobres de los que se casan atrapados tan sólo por el aspecto físico de su pareja!, su amor durará lo que el apetito sexual alcance a durar y después vendrá la desilusión y el aburrimiento.
Son mejores esposos los que cuando eran novios podían pasar largas horas platicando, que los que pasaban largas horas acariciándose.
Los que buscan su familia, procuran escoger a la persona que les hará compañía toda su vida, tratarán de encontrar a alguien que comparta no sólo sus normas morales, sino también su misma fe, para poder decir: “tu Dios será mi Dios”.
Oren los novios, juntos, para que Dios les conceda fundar esa familia anhelada en la que se bendiga el nombre de Dios.
El P. Sergio Román (a.e.p.d) fue sacerdote de la Arquidiócesis Primada de México. Falleció en septiembre del 2021. Fue uno de los principales colaboradores de Desde la fe, por lo que la redacción de este medio de comunicación lleva su nombre.
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