¿Qué podemos aprender de la Sagrada Familia?
La Sagrada Familia es un ejemplo para todas las familias católicas. Te explicamos por qué.
Familia creyente
Los domingos asisten muchos a Misa; hay de todo. Allí vemos a una ancianita que viene todos los días a Misa, siempre sola porque ya sus hijos tienen sus propias familias y viven lejos; más allá está una parejita de novios con sus manos entrelazadas; si la Misa tiene alguna intención de difuntos, entonces vemos a sus familiares y amigos que asisten devotos para orar por sus seres queridos; pero lo normal es que los fieles asistan a Misa en familia. Familias nuevas con sus niños pequeñitos, a veces en carriolas, que se encargan de proporcionar efectos de sonido de llanto, de gritos y de risas; familias con sus hijos ya más crecidos, algunos de ellos adolescentes, que viven juntos esta expresión de su fe. Familias creyentes.
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Así fue la familia de Jesús, la Sagrada Familia. Podemos imaginarlos asistiendo juntos a la sinagoga todos los sábados. El Evangelio de san Lucas nos explica que también viajaban en peregrinación al templo de Jerusalén por lo menos una vez al año. Podemos imaginar también que en su hogar de Nazaret celebraban juntos cada viernes la bendición solemne del pan y del vino a la luz de las lámparas rituales, tal como lo hacen las familias judías hoy en día.
La familia de Jesús era una familia creyente que cumplía con sus obligaciones religiosas.
Decimos que la educación no se adquiere y eso fue una realidad en el niño Jesús que adquirió la fe de sus padres y que, acompañado por ellos, creció en estatura, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres (Lc 2, 52).
Un gran papá
San José fue un gran papá. Supo desempeñar su papel de jefe de familia de un modo extraordinario, aun cuando su familia fue también extraordinaria. Jesús es, nada menos, Dios y hombre verdadero, y la Virgen María es la más digna hija de Eva, la llena de gracia, la bendita entre las mujeres, la dichosa porque ha creído. Pero en la Sagrada Familia hubo una gran armonía fundada en el amor y así, el hijo obedecía a sus padres y les estaba sujeto, María daba su lugar a José y apeló a su autoridad cuando tuvo necesidad de llamar la atención a su hijo cuando se les perdió tres días por estar en las cosas de su Padre del cielo.
El mismo Padre Dios le dio autoridad a José. José fue el que le puso el nombre a su niño, como era la costumbre en el pueblo judío; a José le pidió Dios que tomara a su esposa y a su hijo y los llevara a Egipto, y a él le comunicó que ya podían regresar. José sacó adelante a su familia con su humilde trabajo de artesano y enseñó a su hijo a ganarse la vida. De José aprendió Jesús sus obligaciones religiosas y las cumplió siempre con un gran respeto. José fue la figura paterna que todo niño necesita.
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De José podemos decir lo que deberíamos decir de todo papá: se parecía mucho al Padre Dios.
Una madre amorosa
María era una mamá que rodeó a su hijo de todo el amor de que ella fue capaz. Y el amor crea lazos mucho más fuertes que la simple dependencia de una autoridad. El amor da la verdadera autoridad. A Jesús le costó trabajo, como a todo hijo, hacerle comprender a su madre que Él tenía una misión y que tenía que cumplirla. A la Virgen María le debió costar mucho trabajo comprender que su hijo era ya todo un hombre y que necesitaba esa independencia para poder hacer aquello a lo que había venido.
En este contexto podemos poner el episodio de Jesús perdido y encontrado en el templo; era el intento de Jesús de hacerle ver a sus padres que su misión divina estaba por encima de su sujeción de hijo.
Como toda mamá, María tenía una especial autoridad sobre su hijo y Jesús, tiernamente, la acepta, y así realiza su primer milagro a instancias de su madre, a pesar de que todavía no llegaba su hora de hacer milagros. Hay otro pasaje en el que la Virgen acude al lado de su hijo preocupada porque le han informado que trabajaba demasiado y ya no tenía tiempo ni de comer ni de dormir. En esa ocasión Jesús marca muy bien que su obligación en ese momento estaba con los que escuchaban la Palabra de Dios, y entre ellos estaba la misma mamá que fue su primera discípula. María no se sintió cortada y la prueba está en que ella acompañó a su hijo al pie de la cruz. Del nacimiento a la muerte Jesús tuvo una maravillosa madre judía.
Un buen hijo
En algunas iglesias podemos contemplar un cuadro que representa la muerte de José, episodio del que no nos hablan los Evangelios, rodeado por María y Jesús adolescente. ¡Qué bonita muerte!, por eso a José se le considera patrono para conseguir de Dios una santa muerte. De allí en adelante Jesús, con su trabajo de carpintero, sostiene su hogar y cuida de su madre.
En el momento doloroso de su agonía en la cruz, le pide a san Juan el apóstol que reciba a María como a su madre y a María le da como hijo a Juan, su mejor amigo.
Indudablemente, Jesús es un buen hijo, el mejor de los hijos.