Escuela para padres

¿Cómo acercar a los hijos a Dios? Respuestas a las 8 excusas más comunes para no ir a Misa

Aunque es conveniente comenzar con esta labor desde el mismo día de su nacimiento, cualquier etapa es buena para inculcar que los hijos se acerquen a Dios.

Esperar a que los hijos crezcan, maduren en la fe y sean conscientes de que Dios los ama y puede iluminar sus caminos siempre y en todo momento, es una tarea llena de esperanza, pero difícil y sin descanso. Durante sus distintas etapas, los padres debemos revisar nuestro estilo de vida: valores, criterios, ejemplos, formas de comunicación en el hogar, tipo de relaciones personales y familiares, prácticas religiosas, entre otras muchas cosas.

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La tarea inicia desde el momento en que tenemos entre los brazos al primero de los hijos, en ese instante en que nos sentimos asombrados de que Dios haya depositado en nosotros la confianza de cuidarlo, educarlo, acompañarlo y formarlo con el fin de que vaya a Él algún día. ¡Y esta es nuestra principal misión! Sólo hay que señalar que, si se nos pasaron los primeros años de la vida de nuestro hijo para iniciarlo en el conocimiento de Dios, cualquier etapa es buena para comenzar, por lo que hemos divido este artículo en cuatro partes: niñez, pubertad, adolescencia y juventud.

Como padres, buscaremos ofrecerle lo mejor a nuestros hijos, pequeños o grandes, y lucharemos a brazo partido para darles todo lo que sea para su bien y de acuerdo con su edad: de bebés, sólo los alimentaremos con leche, y según vayan creciendo les daremos papillas; ya podrán masticar y variaremos su ingesta de nutrientes. Y haremos lo propio en otros aspectos de su vida, como en su formación religiosa y su desarrollo espiritual.

Siempre buscaremos el bien para él, o ellos, sabiendo que el bien más importante que les podemos ofrecer es enseñarles a tener una relación de comunicación, de amistad, de confianza, de diálogo filial y de amor con Aquel que más los ama: Dios.

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Para esto, debemos acompañar a nuestros hijos en su crecimiento espiritual. No basta con llevarlos a la iglesia desde que son bebés de brazos, ni mandarlos a Misa con la abuela, ni “jalar” con ellos a las actividades parroquiales, ni llevarlos al Catecismo, si antes no somos conscientes de que Dios interviene en nuestra vida, de que nos ama y busca el mayor bien para nosotros.

Etapa tras etapa, van creciendo las complicaciones para educar a nuestros hijos en la fe. Llegará el día -mucho más pronto de lo que imaginamos- en que los hijos nos harán preguntas profundas e interesantes, para las cuales tal vez no tengamos respuestas. Por esta razón, su participación en la Misa se vuelve un hábito fundamental, pues es ahí donde encontrarán, o reforzarán, los fundamentos de nuestra fe.

Niñez

De pequeños, los hijos aprenden mucho de lo que ven, de observar constantemente nuestra actitud. Así, si queremos que comiencen a crecer en la fe, es bueno persignarnos, ofrecer el día, agradecer a Dios por los alimentos, rezar el Rosario y darnos la bendición.

Por supuesto, es completamente necesario participar en la Misa dominical, y no saltarnos la celebración religiosa cuando somos invitados a una fiesta, lo cual en realidad es un hábito tan común como contraproducente, pues lo que les enseñamos a nuestros hijos es que lo importante es la diversión y las relaciones sociales, y que las cosas de Dios nos las podemos “ahorrar”. Participemos en Misa respetuosamente: escuchemos la Palabra, estemos atentos a lo que el sacerdote nos dice, hermanémonos en el saludo de la paz y comulguemos; ya después que venga lo demás.

En esta etapa, los hijos comienzan a aprender que Jesús es Dios, y que se hizo uno más entre nosotros para salvarnos. Poco lo cuestionan, poco le dan vueltas a esta verdad. Muchos la aceptan y nada más.

Son los primeros 8 o 9 años de su vida, y si les explicamos quién es Jesús, dónde nació, creció y predicó, lo asumen como cierto. Lo mismo que si les decimos que Él ama la naturaleza; que es sincero, justo y valiente; que le gusta que vivamos la vida con pasión; que Él ama a todos, ya sean hombres, mujeres y niños; o que pasó por este mundo haciendo el bien, curando enfermos y consolando a los necesitados.

Es una etapa propicia para hablarles sobre la manera en que Jesús nos ama, al grado de haber dado su vida para salvar la nuestra; que es tan bueno, que quiso quedarse con nosotros en el Santísimo Sacramento; que es tan paciente, que aguarda el momento en que queramos ir a saludarlo y platicar con Él. Los niños pueden entender que Jesús nos dice cómo vivir la vida, ¡y hasta nos enseña a rezar!

Nos sobran cosas que podemos platicar con nuestros hijos cuando aún son niños, pero es necesario hacerlo con palabras sencillas, con paciencia y hasta con buen humor. Si de pronto no ponen atención, jamás hay que regañarlos ni decirles cosas como: “¡Eres desesperante” o “¡No seas tonto!” o “¡Pareces bebé!” o “¡Ya cállate y pon atención!”. Pues eso se queda en el recuerdo y en nada ayuda a que los niños puedan encontrar el gusto por las cosas de Dios.

Compartir con ellos la vida de Jesús es inigualable. En sus primeros años, pueden aprender que no existe ningún “súper héroe” que pueda ganarle a Jesús. E incluso, se pueden reforzar las conversaciones con ellos leyendo algunas partes del Evangelio, o explicándoles lo que el sacerdote dijo durante la Misa dominical.

Cuenta una religiosa de la Orden del Santísimo Redentor y Santa Brígida que ella se enamoró de Jesús cuando era muy niña, pues en aquel entonces solía sentarse cada tarde con su papá, en un lugar en que cantaba los jilgueros, para que éste le leyera cada día una parte del Evangelio. Y al término de la lectura, su papá se la explicaba a manera de una novela, donde Jesús era el héroe y los fariseos los antihéroes. “Y a mí -dice-, como a los discípulos de Emaús, cada tarde me ardía el corazón”.

Así pues, durante su niñez, podemos aprovechar para leerles -y explicarles- una parla Biblia, porque pronto llegará la etapa de las preguntas y los retos, y seremos nosotros los primeros responsables de dar respuestas que les satisfagan. Harán preguntas complicadas, que no se podrán solucionar con un “Pues, no lo sé” o un “No andes de preguntón”.

Pubertad

Jóvenes hacen oración. Foto: Jornada Mundial de la Juventud 2019

Ha pasado el tiempo, y llegamos a la pubertad de los hijos. Empieza el “estira y afloja”, las malas caras de los que no quieren ir a Misa, los pretextos: “Tengo tarea”, “Pero si ya fuimos el otro día”, y muchos otros, que además saben bien cómo aplicarlos.

Quizás aún podemos lograr que nos acompañen a Misa, pero no que se involucren tanto. ¡No importa! Al fin y al cabo, ahí están, y lo más importante de todo es que nosotros sabemos que Dios obra maravillas. Nuestra tarea es ponerlos en la ruta.

Tras la Misa, seguiremos conviviendo con ellos, y tal vez en la sobremesa hablemos sobre lo que nos gustó de la homilía, de los cantos, de la de la paz que recibimos; de la importancia de agradecer a Dios, de pedirle por nuestras necesidades, por los difuntos, por el Papa, por nuestros obispos y en general por toda la Iglesia.

No hace falta que los hijos intervengan en la charla, pues sabemos que siempre “paran oreja”, y eso es de gran utilidad en su formación. No son aún adolescentes, tampoco son niños. Pero son hijos de Dios, y ¡ahí es dónde está nuestro mejor apoyo!

Adolescencia

¿Cómo atraer jóvenes a la Iglesia? Foto: Especial

Llegamos a la adolescencia. ¡Se va a poner bueno! Ahí ya no nos debemos imponer, ni discutir, y mucho menos castigar. Podemos escuchar sus razones sin juzgar -lo que no significa conceder-, tratando de comprender esa edad tan llena de cuestionamientos, incertidumbre, hormonas, miedos, ganas de ser libres e independientes, e incluso, su deseo de pertenecer al grupo que menos se parezca a lo que deseamos como papás.

Aquí vienen algunas de sus razones “poderosas” para no ir a Misa: “Es muy aburrida”, “Siempre dicen lo mismo”, “No es lo mío”, “Deberían hacerla más simple”, “Hay puro viejito”, “Da flojera”, “Hay otros planes más divertidos”, “¿A qué voy si no hacemos nada?”, “Las familias ya no deben andar juntas”, “Estoy desvelado”, “Estoy cansado”, “La Misa es una película que ya he visto muchas veces”, “45 minutos de mi vida perdidos”, “Yo voy por mi cuenta entre semana”. Esos y muchos más pretextos son válidos para ellos.

Juventud

Foto: Depositphotos.

Hoy en día, los jóvenes necesitan no ser uno más, les disgusta no ser perfectos; les molesta la lentitud, la hipocresía y la soledad. Aún no son adultos, pero están batallando para serlo. Por lo tanto… ¡Paciencia con ellos! Hay que pedirle a Dios que encuentren un lugar en la Iglesia donde puedan desarrollar sus potencialidades.

¿Creímos alguna vez que el llevar a los hijos de la mano a la Misa iba a durar toda la vida? Pues riamos por lo ingenuo de nuestro pensamiento. No somos quienes para creer que estaba en nuestras manos todo el bien que deseamos para nuestros hijos. Ese bien absoluto sólo lo puede dar Dios, que es el Todopoderoso.

Entonces, ¿sólo debemos cruzarnos de brazos? ¡Claro que no! Si desde el principio siempre fue necesario contar con la ayuda de Dios, las subsecuentes etapas de nuestros hijos son para vivir, literalmente, “con el Jesús en la boca”. Esto quiere decir pedir, pedir y no dejar de pedir a Dios.

Santa Mónica, madre de San Agustín, tuvo un hijo inteligente, muy inquieto, necio; aparentemente muy lejos de la salvación. Pero la oración de santa Mónica fue escuchada, y Agustín tuvo una conversión a tal grado que es santo y uno de los Padres de la Iglesia. La oración esperanzada y confiada, siempre tiene respuesta por parte de Dios, Señor y Padre nuestro.

Dios tiene tiempos y formas que no podemos entender. Tiene la paciencia que nos falta, y siempre les dará a nuestros hijos -al igual que a nosotros- las gracias abundantes y necesarias para llegar a Él. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Les toca a nuestros hijos descubrirlo. ¡Que así sea!

8 pretextos comunes para no ir a Misa y sus respuestas

Foto: María Langarica

Cuando los hijos son pequeños, ir a Misa con sus papás es muy natural. Sin embargo, conforme ellos van creciendo se van presentado y aumentando los retos para llevarlos. Más temprano que tarde, comienzan a planean argumentos en apariencia válidos -los llamados sofismas- para no asistir a la Iglesia. Aunque parecen argumentos razonados, en realidad se trata de meros pretextos. Así que aquí te citamos los 8 pretextos más comunes para no ir a Misa, y sus respectivas respuestas, esperando que te sean de mucha utilidad.

1. “La Misa es aburrida”

Por un lado, todo es aburrido si no lo entiendes. Los fanáticos del futbol americano, por ejemplo, cuando vieron su primer partido, sólo vieron a hombres luchando por un objeto que ni siquiera era pelota: ¡un sinsentido! Por el otro, la Misa no está hecha para ser entretenida, pues no es el cine, ni el teatro, ni un concierto.

2. “Siempre se hace lo mismo”

Por un lado es cierto: en Misa hay cosas que se repiten, pero eso permite que sepamos qué hacer y podamos hacerlo al mismo tiempo. Por otro lado, no todo es lo mismo: las lecturas son distintas, y la Iglesia transita por tiempos litúrgicos distintos: Adviento, Navidad, Tiempo Ordinario, Cuaresma.

3. “Los sacerdotes son pecadores”

Todos los humanos somos pecadores. Por eso decía san Francisco de Asís: “Los sacramentos son a prueba de pecadores”. Así, si un padre viene de cometer un pecado y me da la absolución, es Cristo quien me absuelve, pues el sacerdote es sólo un intermediario, quien también está llamado a arrepentirse de sus malos actos.

Te recomendamos: Si Dios está en todos lados, ¿por qué tenemos que ir a Misa?

4. “Pero si yo me porto bien”

Cuando alguien piensa que se porta bien sin necesidad de Dios, ya tiene una actitud de soberbia. Para portarnos bien, debemos saber lo que eso significa -no es a juicio de cada uno-: en primer lugar, es cumplir la voluntad de Dios, y algo de lo que nos pide es participar en Misa.

5. “La Misa es para viejitos”

Dice el dicho: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Así, muchos fieles en su juventud pensaron que la Misa no era para ellos, que tenían todo el futuro por delante y se comerían el mundo. Pero llegaron a la edad en que descubrieron que lo único que podía dar sentido a su vida era Dios. La ventaja de hoy es que hay Misas para niños, adolescente y jóvenes.

6. “Dios está en todas partes”

Es verdad que Dios está en todas partes; en el parque, en el colegio, etc., pero está de una manera privilegiada en la Iglesia católica: en ningún otro lugar Jesús se hace presente en Cuerpo y Sangre, en Alma y Divinidad más que en la Eucaristía. En todas partes puedes hablar con Jesús, pero sólo en la Iglesia, lo contemplas, lo recibes y entras en comunión con Él.

7. “No es cool

Para los jóvenes, cool es: seguir a influencers famosos, sin ponerse a pensar que Dios es el más grande influencer que haya habido jamás, uno que no se dedica a decir simplezas, que no defrauda, que no tiene máscaras como los “ídolos” de moda, que un día se descubre que eran un fraude. Dios fue, es y seguirá siendo siempre lo más cool.

8. “Dios es un invento”

Si Dios es un invento, ¿cómo nos explicamos que haya algo en vez de nada? ¿cómo entendemos que desde el microcosmos hasta las galaxias más lejanas, todo funcione en perfecta armonía, que no haya caos? El sol sale y se vuelve a poner, porque todo está hecho por una inteligencia superior. Un principio filosófico básico es que “nada surge de la nada”. Así, todo tuvo que haber sido creado por alguien, y no hay más: ese alguien es Dios.

Dulce Ma. Fernández y Gutiérrez

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