No más violencia contra la mujer
México necesita encontrar el camino ordinario y estable hacia el ejercicio de derechos, la paz y el respeto.
Sobran razones para dudar y rechazar la terapia que indica el médico cuando pretende remediar un cáncer tremendo con grageas de chocolate. También habrá que buscar un profesional más serio si al que se consulta es adicto al quirófano hasta para curar un dolor de estómago producto de un exceso ocasional.
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Tal parece que algo así está sucediendo en nuestra sociedad mexicana (y en otra latitudes también) cuando se reacciona a la violencia con métodos que toleran y fomentan la impunidad, o cuando se pretende eliminar los síntomas de un problema, sin atender sus causas profundas.
Más allá de la contradicción que implica un desenlace vandálico en una marcha que se convoca para denunciar la violencia de género, ciudadanos y autoridades hemos de ser sensatos para seguir resolviendo la violencia generalizada; por supuesto en sus expresiones más sensibles, pero comenzando desde la cercanía de lo doméstico, en los ámbitos laborales, en la conversación pública, en los medios y las plataformas digitales, y hasta en las instituciones públicas.
La violencia es un monstruo de mil cabezas y una de sus formas más dañinas y contumaces es la que se enmascara como “acción políticamente correcta”, pero que infringe daño y abuso contra víctimas inermes, resignadas y abandonadas a soportar más allá del colmo.
Expresiones retóricas tan fáciles y tan oficiales como “no criminalizaremos la protesta” pueden ser apenas la punta de un iceberg de dimensiones riesgosas al que, a veces, parece que nos hemos acostumbrado. Y sigue siendo urgente una atención profunda, permanente y eficaz, pues de continuar con remedios superficiales, ocasionales y dulzones, sólo le estaríamos apostando a una violencia mayor. Actuar no es sinónimo de reprimir. Actuar como autoridad democrática es garantizar la paz, defender los derechos y la seguridad de todos. Lo otro es una omisión hipócrita de responsabilidades elementales.
Una mano dura que tome el camino de la represión –sea abierta y pública, o escondida y hasta legalizada como la llamada “ley garrote”- es tan reprobable como una mano blandengue que ignore el camino de responsabilidades y derechos, que diga que va a arreglar todo con abrazos amorosos o tolerando impunidades selectivas. Ambas manos también se constituyen en catapulta de una violencia latente que tarde o temprano se vuelve más difícil de contener en el marco de las instituciones y las leyes.
México necesita encontrar el camino ordinario y estable hacia el ejercicio de derechos, la paz y el respeto. En esa tarea cada familia y cada ciudadano, cada empresa y cada partido, ¡todos!, hemos de estar comprometidos. No nos queda duda que desde la familia y la escuela se van sembrando y cultivando valores que han de florecer y fructificar en una mejor sociedad. Ojalá que no nos conformemos con mesas de diálogo donde no se dialoga, donde cada participante representa por intereses parciales y no la búsqueda del bien común. Mucha violencia, sutil o explícita, pero capaz de hacer daño, puede esconderse entre las líneas de lo políticamente correcto.
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