No a la indiferencia; sí al compromiso
Ser laico es una vocación a dinamizar la vida de la Iglesia.
Los laicos son la porción más numerosa de la Iglesia. Una de las tareas principales de los ministros ordenados y de los religiosos y religiosas es orientar a los laicos, integrarlos e impulsar el desarrollo de sus cualidades para el servicio de la Iglesia y de la sociedad. La palabra laico proviene del griego laós, que significa pueblo. Los laicos son miembros del Pueblo de Dios, al que pertenecen todos los bautizados.
El Concilio Vaticano II aclara que laicos son “todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso” (LG 31). A los laicos les corresponde, de manera especial, dar testimonio del Evangelio en el mundo, es decir, en los distintos lugares donde se desenvuelven. “El apostolado de los laicos es participación de la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo en virtud del Bautismo y de la Confirmación. […] Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos” (33).
Los laicos, a través de su vida individual y familiar, de su trabajo y sus relaciones con el entorno social, de las actividades que realizan en todos los ámbitos de su vida, inciden con su testimonio, sus palabras y sus acciones, de tal modo que Cristo pueda ser conocido y los valores del Evangelio sean fermento para una sociedad justa. Esto lo pueden de diversos modos. Las mujeres y hombres creyentes, mediante su alegría, su esfuerzo cotidiano en el trabajo y su cordialidad hacia los demás, manifiestan un signo claro de su fe en Jesús. De la misma manera, es muy importante su compromiso en favor de causas nobles y de quienes más ayuda necesitan en la sociedad, en la educación, en la economía, en la política y en la cultura.
Es fundamental que los laicos y todos los creyentes, se sacudan la indiferencia y la pasividad ante los problemas, los desafíos y las necesidades que enfrenta nuestro país.
No es la tarea de los laicos refugiarse en los templos. Su prioridad es hacer presente a la Iglesia en el mundo de hoy. Deben actuar de forma creativa y comprometida; cada quien según las posibilidades y talentos que estén a su alcance. Un elemento indispensable de testimonio es la caridad, es decir, el servicio y la solidaridad con los más desfavorecidos, los pobres y los excluidos. Pueden asociarse, con la ayuda de sus pastores, para trabajar juntos por causas legítimas y positivas, a ejemplo del beato Anacleto González, patrono de los laicos, cuya semblanza se presenta en este número.
Los laicos, como explicaba san Juan Pablo II, en la Exhortación apostólica Christi fideles laici, son los “grandes artífices del crecimiento del reino de Dios en la historia” (17). Ser laico es tener una vocación a dinamizar la vida de la Iglesia, a llevar el Evangelio en los distintos ámbitos del mundo, especialmente en la ciudad, así como a contribuir a la edificación de una mejor sociedad.