Es tiempo de diálogo, no de imposición
Imponer cambios a las leyes por consigna puede debilitar la calidad de la democracia, además de deteriorar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones.
Millones de personas decidieron en las urnas, en junio pasado, la opción que mejor consideraron para los próximos años en el país.
Este ejercicio democrático arrojó como resultado el apoyo mayoritario a la continuidad de una fuerza política que hoy concentra el gran porcentaje de los escaños y curules en los congresos del país, y también la histórica elección de la primera presidenta de México.
Sin embargo, este mandato popular no significa una carta abierta para que los ganadores impongan decisiones sin abrir un espacio para el diálogo con quienes piensan diferente, con la oposición política, con los ciudadanos y los expertos en diversas áreas.
En la democracia es fundamental el principio de la escucha, de atender las propuestas de los demás y alcanzar los consensos necesarios.
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¿Por qué la prisa?
En la página de la Secretaría de Gobernación, se refiere a la democracia como “un método o un conjunto de reglas de procedimiento para la constitución del gobierno y para la formación de las decisiones políticas, más que de una determinada ideología”, además, se señala que un régimen democrático da paso a “que prepondere el principio de mayoría sin afectar los derechos de las minorías”.
Ser demócrata, por lo tanto, no significa gobernar siguiendo la voluntad de un sector del país; por el contrario, el demócrata busca impulsar continuamente el diálogo; el demócrata es una persona que incluye, que escucha a quien piensa diferente, que consulta a los ciudadanos, que dialoga con académicos, especialistas, empresarios y líderes de opinión, porque cada uno de estos actores aportan una visión valiosa para construir un mejor futuro para la sociedad.
Desde la Iglesia creemos que este cambio de época que vive nuestro país es un tiempo de diálogo y no de imposiciones. Imponer cambios a las leyes por consigna puede debilitar la calidad de la democracia, además de deteriorar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones. Legislar sin consultar y sin escuchar a los demás puede llevar a crear leyes mal diseñadas, que no toman en cuenta las realidades sociales, económicas o culturales del país.
Creemos, pues, que el poder que otorgan las urnas no debe utilizarse como una herramienta para imponer una visión o descartar la participación del que piensa diferente.
El diálogo es el camino que nos lleva hacia la paz y la justicia, por ello es fundamental no cerrarle la puerta, sino mantenerla abierta para alcanzar el entendimiento, y ejercer un gobierno con sabiduría.
La “mejor política” está puesta al servicio del bien común, y promueve la paz, la reconciliación y el desarrollo mutuo, entendiendo esto no como una ausencia de guerra, sino como una práctica cotidiana que nos requiere a todos.
En su encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco asevera que la política no puede estar desligada de la ética y que el bien común debe ser el fin último de cualquier acción gubernamental. Por tanto, invitamos a nuestros gobernantes a actuar con responsabilidad, sabiduría y justicia, buscando siempre el bien común.