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COLUMNA

Convicciones

Toribio de Mogrevejo, Patrono del Episcopado Hispanoamericano

En 1679 es beatificado y en 1726 canonizado. Sus restos están en la catedral de Lima

23 junio, 2024
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Rubén Aguilar Valenzuela es profesor universitario y analista político. 

En 1983, el papa Juan Pablo II nombra Patrono del Episcopado Hispanoamericano a san Toribio de Mogrevejo (Mayorga, España, 1538-Zaña, Perú, 1606), que fue arzobispo de Lima de 1580 a 1606, cuando muere.

Al ser nombrado obispo, a propuesta del rey Felipe II, era un laico profesor de derecho en la Universidad de Salamanca. La iglesia, entonces, de manera apresurada le da una tras otra, con semanas de distancia, las distintas órdenes.

Se ordena sacerdote en 1578, en 1579 el papa lo nombre arzobispo de Lima y en 1580 es consagrado obispo en la catedral de Sevilla. De inmediato emprende el viaje a la capital del virreinato del Perú a donde llega en 1581.

Antes de su arribo, de 1575 a 1581, la arquidiócesis no tuvo obispo y el virrey, quien era manejado a su antojo por los descendientes de los conquistadores, tomaba decisiones sobre temas de la iglesia, lo que provocaba abusos, malestar y también controversias.

Al nuevo arzobispo, que nunca pensó en serlo, la propuesta le llego de sorpresa. Y tampoco nadie imagino los cambios que va a introducir en la iglesia peruana de la que se convierte en su gran reformador.

A su llegada al Perú pude ver con sus propios ojos las terribles condiciones de pobreza y explotación en la que vivían los indígenas, los abusos de la nobleza, de los grandes señores y del estilo de vida de grupos del clero ajena a lo que propone el Evangelio.

De Mogrevejo con su ejemplo, una vida pobre y sencilla, con un plan claro de acción y con una actividad que lo lleva a todas las regiones de su inmensa arquidiócesis inicia el proceso de cambio de la Iglesia que se le ha encomendado.

Su defensa de los indígenas, su reforma de la Iglesia y su mensaje, que por se inspira en el Evangelio y de la imitación de Jesús, de inmediato provoca la reacción de quienes se sienten afectados por las nuevas maneras.

El arzobispo no cede, no calla ya tampoco deja de llevar adelante su proyecto reformador de la Iglesia peruana. Aprende el quechua y el aymara, para comunicarse con los indígenas. De los 25 años que estuvo como arzobispo, la mitad del tiempo se la pasó recorriendo el territorio de su arquidiócesis.

En 1582-1583 cita y preside el Concilio de Lima donde se tratan temas relacionados con la evangelización de los indígenas y se toman decisiones pastorales como la obligación que tiene el clero de predicar en las lenguas indígenas.

Inicia la evangelización de los esclavos africanos y ordena la publicación de la edición del catecismo en castellano, quechua y aymara que son de los primeros textos impresos en América del Sur.

En la arquidiócesis hace construir escuelas y hospitales. En 1591 funda el seminario y promueve la llegada de religiosas y religiosos a quienes convence se hagan cargo de las parroquias más pobres y necesitadas.

Durante su gestión convoca un Concilio Panamericano, dos concilios provinciales y a trece sínodos diocesanos y crea 100 nuevas parroquias. En 1679 es beatificado y en 1726 canonizado. Sus restos están en la catedral de Lima.

Este gran reformador a más de ser un arzobispo que con su acción marca la historia de la Iglesia peruana fue un gran intelectual. Estudio en la Universidad de Salamanca y en la Universidad de Coimbra en Portugal.

Fue profesor de derecho en la Universidad de Salamanca y compartía las posiciones de avanzada en el campo jurídico, filosófico y teológico de lo que se conoció como la Escuela de Salamanca, uno de los grandes movimientos intelectuales de Occidente, animada, en su inicio, por el padre dominico Francisco de Vitoria (1483-15467).


Autor

Rubén Aguilar Valenzuela es profesor universitario y analista político.