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COLUMNA

Comentario al Evangelio

Un Dios de vivos

La esperanza cristiana se nutre de la certeza de la resurrección de Cristo, primicia de los que mueren, y aprende de su enseñanza a confiar en que su victoria se participa a los discípulos fieles.

6 noviembre, 2022
Un Dios de vivos
Jesús resucitado muestras sus llagas al apóstol Tomás

Comprensión del Evangelio (Lc 20, 27-38)

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: ‘Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano’. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”. Jesús les contestó: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor ‘Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob’. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para Él todos están vivos”.

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Un Dios de vivos

Nuestra fe tiene en su centro la resurrección de Jesucristo. De Él brota la esperanza de nuestra propia resurrección. Él mismo intervino durante su ministerio público volviendo a la vida a personas que habían muerto. Pero, como sabemos, se trataba de un signo. Todos ellos morirían de nuevo. Del Señor, en cambio, afirmamos que, una vez muerto, vive para siempre. Glorificado a la derecha del Padre, derrama continuamente sobre nosotros la bendición y ejerce su reinado enviando el Espíritu Santo.

Pero sobre la resurrección Jesús también nos dejó enseñanzas precisas. En su tiempo, había al menos un grupo que negaba expresamente la resurrección. Se trata de los saduceos. Para ellos, la continuidad de la alianza se verificaba sólo a través de la descendencia. No consideraban factible una vida ultraterrena. El episodio evangélico de hoy los presenta planteando su postura desde un ejemplo que retrata sus argumentos. ¿De quién sería esposa en la vida eterna la mujer que, de acuerdo con la ley de Moisés, se hubiera casado con varios hermanos que murieran sin dejarle descendencia?

La dificultad que plantean equipara el ámbito de la resurrección a la vida presente. La respuesta de Jesús exige una conversión de la mentalidad, que descubra el misterio de la vida futura. Entra, de hecho, a confirmar valores de la piedad judía. Hombres y mujeres se casan porque Dios ha encomendado la transmisión de la imagen a través de la descendencia. En la condición actual, nos dirigimos inexorablemente a la muerte. Los hijos son la garantía de que la imagen divina perdura en la creación. Pero la vida futura ya no estará marcada por la disolución.

El Señor llega aún más lejos. Recuerda que, en su manifestación a Moisés, Dios se presentó como el Dios de los patriarcas. Y ellos, en realidad, ya habían muerto. Pero Dios no es un Dios de muertos. Por lo tanto, si se mencionan los nombres de Abraham, de Isaac y de Jacob, es que ellos de alguna manera viven. Ciertamente no han resucitado aún. Pero el horizonte de su pervivencia en Dios después de la muerte y antes de la resurrección establece la base de la comprensión cristiana de la escatología.

Sin duda, nos encontramos ante uno de los misterios más densos de la fe, pero también de los más importantes. La esperanza cristiana se nutre de la certeza de la resurrección de Cristo, primicia de los que mueren, y aprende de su enseñanza a confiar en que su victoria se participa a los discípulos fieles.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

 

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