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COLUMNA

Comentario al Evangelio

Lecturas de la Misa del 17 de marzo 2024 y comentario al Evangelio

¿Cómo vamos a decir que no, si para eso hemos venido?

14 marzo, 2024

Estas son las lecturas de la Misa dominical del 17 de marzo 2024

Primera lectura

Lectura del profeta Jeremías (31,31-34):

Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor –oráculo del Señor–. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: “Reconoce al Señor.” Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande –oráculo del Señor–, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.

Palabra de Dios

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (5,7-9):

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando es su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Palabra de Dios

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos (5,7-9):

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando es su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (12,20-33):

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.

Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre».

Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo»

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

¿Cómo vamos a decir que no, si para eso hemos venido?

La próxima semana, primero Dios, celebraremos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén; y en un domingo más todavía, la celebración más grande de nuestra fe: la Pascua del Señor. Sin embargo, para llegar a ese punto, falta el tramo más difícil.

Para este momento complejo, en el que se llevará a cabo la entrega total de Jesús para la salvación del mundo, lo cual celebramos en el misterio Pascual, para celebrar adecuadamente ese momento, el domingo pasado, Domingo Laetare (Domingo de la Alegría), nos ayudaba a no perder de vista la meta final: la Resurrección del Señor. Así, tomábamos un breve descanso, como una pequeña parada antes de continuar con nuestra escalada cuaresmal hacia la cumbre pascual.

Entonces, a punto de entrar de lleno en la Semana Mayor, la más grande de todo el año, por los misterios que vamos a considerar, el Evangelio de hoy nos lleva a reflexionar sobre la llegada de esa hora.

El Evangelio de san Juan utiliza en varias ocasiones ese concepto, de hecho, en el inicio del ministerio de Jesús, antes de realizar su primer milagro en las Bodas de Caná, es el argumento que presenta a María, su Madre: “no ha llegado mi hora” (Jn. 2,4), hora que habrá de indicar el momento fijado por el Padre para la salvación del mundo.

Pero en el Evangelio que escuchamos este domingo, ahora sí que ha llegado, ahora será el momento.

Más tarde, en el huerto de Getsemaní, Jesús mismo pedirá al Padre que, de ser posible, pase de Él el cáliz que significa el final de su vida de esa manera, de ser posible, claro. Pero termina abandonándose a la voluntad del Aquél de quien proviene.

Creo que a todos nosotros nos ha llegado o llegará una hora que nos puede significar muchas cosas, sufrimiento, compromiso, alegría, una hora en la que se define algo importante para nosotros. Al menos yo recuerdo el día que en el seminario nos darían la noticia si habíamos de ser ordenados o no, hasta la fecha recuerdo perfectamente la dificultad que experimentaba en esa hora.

Nada distinto de cuando a una mujer le llega la hora de parir a su hijo, nada distinto de cuando un alumno va a presentar su examen final para obtener un título, nada distinto de aquél que mira el reloj para dirigirse a su matrimonio o de aquél que se tiene que presentar el día de mañana a su primer trabajo.

Cierto que podemos experimentar miedo, angustia, incertidumbre o hasta cosas de mayor grado, pero Jesús nos ayuda: ¿cómo vamos a decir que no, si para eso hemos venido?, ¿cómo no voy a presentarme, si para eso me preparé?, ¿cómo no voy a pronunciar mis votos, si para eso discernimos durante tanto tiempo… o para eso fuimos novios?, dirán los esposos?

Para eso hemos venido, para cumplir con aquello para lo cual hemos sido llamados, para hacer realidad la vocación que escuchamos, para construir el reino que Jesús predicó y en el cual profundamente creemos. Cierto que no será fácil, cierto que es una hora compleja, cierto que más de uno pedirá al Padre que pase esa hora, pero para esto hemos venido a este mundo.

Ayúdanos pues, Padre bueno, a enfrentar el momento decisivo, la hora que ha llegado, para que con la misma solicitud vayamos hacia Ti, cuando nos llegue la hora final. Amén.