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COLUMNA

Comentario al Evangelio

La dicha de la estrella

Los magos encuentran al niño buscado, y le ofrecen el tributo de reconocimiento propio de personas de bien.

6 enero, 2019
La dicha de la estrella
En el Evangelio de hoy, contrasta la honestidad de los magos de Oriente con el gesto de Herodes.

Lectura del Santo Evangelio

Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: “En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel’”. Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: “Vayan y averigüen cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encuentren, avísenme para ir yo también a adorarlo”. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino. (Mt. 2, 1-12)

La dicha de la estrella

La luz de Belén es accesible hasta rincones remotos de la tierra. Su estrella es visible. Quien levanta la mirada, puede contemplarla. Así es la fe cristiana. Ante los ojos de todos los pueblos se irradia su amor, su paz y su justicia, que no es sino el amor de Dios que nos salva, su paz que nos reconcilia y su justicia que nos redime. Para toda persona de buena voluntad, el anuncio cristiano se presenta con júbilo. No tenemos nada que ocultar.

Sólo el pecado es causa de vergüenza. En el Evangelio de hoy, contrasta la honestidad de los magos de Oriente que escrutan los signos del cielo y abiertamente preguntan sobre el recién nacido, y el gesto de Herodes, que los llama a escondidas para interrogarlos sobre datos que él debería conocer bien. El secreto del rey desconcertado y sobresaltado es característico de quien no tiene paz en el corazón y oculta sus verdaderas intenciones, aunque simule actitudes de cortesía y hospitalidad.

Los magos encuentran al niño buscado, y le ofrecen el tributo de reconocimiento propio de personas de bien. Y su misma sensibilidad les permite percibir el mensaje que les alerta sobre la disposición perversa de Herodes. Mientras la tristeza y la frustración anidan en el corazón mal dispuesto, los magos experimentan la alegría de haberse puesto en camino, haber encontrado a quien buscaban y haber entregado sus regalos.

Es una dicha ajena a todo egoísmo, a todo cálculo mezquino y a toda negociación interesada. Es la felicidad de quien se sabe desinstalar de sus comodidades y sabe salir, guiado por los signos buenos de Dios, y se pone al servicio de las causas de la justicia y de la paz. Los cristianos manifestamos públicamente nuestra alegría, y deseamos ser consecuentes con nuestra fe, comunicando a todos la buena noticia que nos ha sido transmitida.