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COLUMNA

Comentario al Evangelio

La belleza de Dios

Antes de que el ser humano encuentre al Señor, ha sido Él quien mucho antes salió a buscar a su oveja perdida.

10 marzo, 2019

Lectura del Santo Evangelio

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio.

 

No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”.

Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver todos los reinos de la tierra y le dijo: “A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será tuyo, si te arrodillas y me adoras”. Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás”… (Lc. 4, 1-13)

La belleza de Dios

La Cuaresma se presenta como un tiempo favorable para redescubrir la belleza de Dios –quién es Él– y la belleza del hombre –quiénes somos nosotros en Él–. De hecho, Benedicto XVI expresó que, las tentaciones ponen como cuestión fundamental el rostro de Dios: “¿Es Él mismo el Bueno, o debemos inventar nosotros mismos lo que es bueno?”. Deformar el rostro de Dios conlleva a la deformación de la imagen misma del hombre.

Así pues, la primera tentación –di que esta piedra se convierta en pan– ofrece la visión de un “Dios materialista” que, soluciona los problemas económicos del hombre; un Dios concebido al modo del “pare de sufrir”. Con esta deformación, el ser humano corre el riesgo de relacionarse con Dios en un talante comercial, dejando de ser hijo para convertirse en un mercante.

La segunda tentación –todo será tuyo si me adoras– consiste en presentar a un “Dios dominador” bajo una perspectiva político-militar. El peligro de la política mal entendida –dado que debería de ser un servicio genuino en la caridad– radica en el deseo de dominar y someter a un pueblo sediento de justicia no sólo con falsas promesas, o en la imposición de ideologías, sino también mediante la opresión y represión, frutos de una estructura de pecado y una espiral de violencia.

La tercera tentación –si de veras eres el Hijo, tírate de aquí abajo– concierne a la presentación de un “Dios del espectáculo”. Benedicto XVI comenta que esta tentación está relacionada con aquella máxima conocida como “pan y circo”, en la que se desea que Dios ofrezca emociones excitantes para aplacar las expectaciones religiosas.

Este pasaje, por tanto, nos ilustra que el hombre en Dios no es un mercante, sino un hijo; no ha de ser alguien que busque el poder para aplastar, sino el servicio para amar; y, por último, no es un “fanático ateo” que busca el espectáculo en la fe, sino aquel que está en búsqueda de la Verdad. La belleza que se comienza a vislumbrar en este tiempo litúrgico radica en que, antes de que el ser humano encuentre al Señor, ha sido Él quien mucho antes salió a buscar a su oveja que se le había perdido. Aprovechemos este desierto cuaresmal para dejarnos encontrar por Aquel que nos ha amado primero.