No tengan miedo a las crisis, ¡enfréntenlas!: Cardenal Aguiar a jóvenes

Leer más
COLUMNA

Columna invitada

¿Por qué el 2021 no será lo mismo que el 2020?

Por todo lo aprendido, y porque sabemos que Dios ha acompañado este año a sus hijos muy amados, el 2021 será un año mejor.

2 enero, 2021
¡Claro, el 2021 será mejor! ¡Llenos de esperanza! Hemos aprendido de la vida, de los demás, y porque Dios ha acompañado a su pueblo, a sus hijos muy amados. Más solidarios y más sensibles. Puedes leer: Cardenal Carlos Aguiar: “Que 2021 sea un año lleno de felicidad” La ciencia nos dice que la energía no se pierde ni se destruye, sólo se transforma. Esta verdad científica nos lleva a la reflexión sobre el qué nos espera este año 2021 que iniciamos; nuevamente, como cada año, pensamos y nos ilusionamos que será diferente y que nos irá mejor, cerramos los ojos y soñamos que al darle vuelta al calendario las cosas cambian, las personas se renuevan, el Covid19 desaparece, los problemas ya no existen; queremos que llegue la paz y que todos nos reconciliamos con Dios, con los hombres y cuidemos juntos la casa común, nuestra tierra, nuestro medio ambiente natural. Otros queremos olvidar el 2020 por la pandemia con sus miles de enfermos y muertos por el virus en nuestra nación y el mundo; por tantas personas que están perdiendo a sus seres queridos, sus bienes y la paz interior, etc. Desilusionados, queremos borrar este año. El Santo Padre Francisco, en los inicios de la pandemia y sin celebraciones públicas con los fieles, con el deseo y la súplica a Dios de salir pronto de esta crisis ocasionada por el nuevo virus, nos cuestionaba ¿cómo saldremos de ella? ¿Iguales, peores o mejores? Y nos ha ido llevando a un verdadero cambio de mentalidad, a salir de la inmediatez, a aprender de cada realidad, por muy dolorosa que sea. En momentos como los que estamos viviendo debe fortalecerse la fe del que cree y confía en Dios, debemos ser agentes de la Buena Nueva para quien sufre más, para el que nos necesita, ser compasivos y misericordiosos; es el tiempo de la misericordia y de ser conscientes de la necesidad del pobre para ayudar y atender a todos por igual. Resuena la palabra del Papa, debemos salir siendo mejores, como una respuesta del hombre comprometido con sus hermanos, no con discursos, sino con acciones, “lo que hiciste con el necesitado, conmigo lo hiciste”. Jesús en el Evangelio nos ha invitado y nos sigue invitando a saber leer los signos de los tiempos, aprender a ver y prever; estar siempre preparados –no sólo ante la muerte- ante tantas circunstancias que escapan al control del hombre. Somos frágiles, no somos dioses, necesitamos de Dios y de los hermanos; no tenemos la solución a todo, no podemos dormirnos confiados que todo lo podemos. El 2021 será mejor, de una manera diferente, porque debemos aplicar lo aprendido para poder controlar la pandemia, que es lo más urgente; que lo que hemos aprendido enriquezca lo que ya sabíamos. Será mejor porque nos hemos humanizado y hemos vuelto la mirada al más necesitado, porque hemos aprendido a disfrutar cada día de las personas a las que, muchas veces, no vemos y hemos ignorado. Será diferente porque he ido purificando mi fe, mi esperanza y la caridad para con todos mis prójimos. Porque hemos aprendido lo que vale y lo que es importante, dejando fuera lo superficial y las apariencias. Aprendimos a no dejar para mañana el visitar a los familiares y decirles “te quiero”; a ayudar al más necesitado, compartiendo de nuestros bienes; a disfrutar de las cosas, aquí y ahora; a realizar mis proyectos y no dejarlos para cuando sea más viejo; que el dinero no da la salud, no puedo comprarla y que debo cuidarme; que lo complejo no es lo mejor, que las acciones sencillas tienen mayor proyección; que el cuidarme implica el cuidar de los demás; que la oración sin confianza en Dios es algo vacío; que pedir sin compartir es inútil, etc. Aprendimos que los planes amorosos de Dios son diferentes a aquellos que los hombres nos ponemos; que, como dice el refrán, “Dios no cumple antojos, ni endereza jorobados” y “el hombre pone y Dios dispone”; que Dios no quiere el mal ni las enfermedades, que la pandemia no es un castigo; que la vida es algo pasajero, somos peregrinos y buscamos la vida eterna, la salvación; que no tenemos la vida comprada, es prestada, por eso debemos disfrutarla intensamente con nuestros semejantes, como Dios quiere, para bien nuestro. Que la felicidad no se compra, se comparte con el otro. Que la caridad se da cuando el otro la necesita, no cuando la programo; aprendí a disfrutar de lo que tengo y no a sufrir ni angustiarme de lo que me falta. Aprendí y sigo aprendiendo de la mano de Dios, con el apoyo y la ayuda de mis hermanos.   *El P. Salvador Barba es el enlace para la Reconstrucción de los Templos de la Arquidiócesis Primada de México y Director de la Dimensión de Bienes Culturales de la misma Arquidiócesis. ¿Ya conoces nuestra revista semanal? Al adquirir un ejemplar o suscribirte nos ayudas a continuar nuestra labor evangelizadora en este periodo de crisis. Visita revista.desdelafe.mx  o envía un WhatsApp al +52 55-7347-0775
POR:
Autor

Es sacerdote diocesano y director de la Dimensión de Bienes Culturales de la Arquidiócesis Primada de México. Actual párroco en la iglesia de San Pío Décimo en la Ciudad de México. 

¡Claro, el 2021 será mejor! ¡Llenos de esperanza! Hemos aprendido de la vida, de los demás, y porque Dios ha acompañado a su pueblo, a sus hijos muy amados. Más solidarios y más sensibles.

Puedes leer: Cardenal Carlos Aguiar: “Que 2021 sea un año lleno de felicidad”

La ciencia nos dice que la energía no se pierde ni se destruye, sólo se transforma. Esta verdad científica nos lleva a la reflexión sobre el qué nos espera este año 2021 que iniciamos; nuevamente, como cada año, pensamos y nos ilusionamos que será diferente y que nos irá mejor, cerramos los ojos y soñamos que al darle vuelta al calendario las cosas cambian, las personas se renuevan, el Covid19 desaparece, los problemas ya no existen; queremos que llegue la paz y que todos nos reconciliamos con Dios, con los hombres y cuidemos juntos la casa común, nuestra tierra, nuestro medio ambiente natural. Otros queremos olvidar el 2020 por la pandemia con sus miles de enfermos y muertos por el virus en nuestra nación y el mundo; por tantas personas que están perdiendo a sus seres queridos, sus bienes y la paz interior, etc. Desilusionados, queremos borrar este año.

El Santo Padre Francisco, en los inicios de la pandemia y sin celebraciones públicas con los fieles, con el deseo y la súplica a Dios de salir pronto de esta crisis ocasionada por el nuevo virus, nos cuestionaba ¿cómo saldremos de ella? ¿Iguales, peores o mejores? Y nos ha ido llevando a un verdadero cambio de mentalidad, a salir de la inmediatez, a aprender de cada realidad, por muy dolorosa que sea. En momentos como los que estamos viviendo debe fortalecerse la fe del que cree y confía en Dios, debemos ser agentes de la Buena Nueva para quien sufre más, para el que nos necesita, ser compasivos y misericordiosos; es el tiempo de la misericordia y de ser conscientes de la necesidad del pobre para ayudar y atender a todos por igual. Resuena la palabra del Papa, debemos salir siendo mejores, como una respuesta del hombre comprometido con sus hermanos, no con discursos, sino con acciones, “lo que hiciste con el necesitado, conmigo lo hiciste”.

Jesús en el Evangelio nos ha invitado y nos sigue invitando a saber leer los signos de los tiempos, aprender a ver y prever; estar siempre preparados –no sólo ante la muerte- ante tantas circunstancias que escapan al control del hombre. Somos frágiles, no somos dioses, necesitamos de Dios y de los hermanos; no tenemos la solución a todo, no podemos dormirnos confiados que todo lo podemos.

El 2021 será mejor, de una manera diferente, porque debemos aplicar lo aprendido para poder controlar la pandemia, que es lo más urgente; que lo que hemos aprendido enriquezca lo que ya sabíamos. Será mejor porque nos hemos humanizado y hemos vuelto la mirada al más necesitado, porque hemos aprendido a disfrutar cada día de las personas a las que, muchas veces, no vemos y hemos ignorado. Será diferente porque he ido purificando mi fe, mi esperanza y la caridad para con todos mis prójimos. Porque hemos aprendido lo que vale y lo que es importante, dejando fuera lo superficial y las apariencias.

Aprendimos a no dejar para mañana el visitar a los familiares y decirles “te quiero”; a ayudar al más necesitado, compartiendo de nuestros bienes; a disfrutar de las cosas, aquí y ahora; a realizar mis proyectos y no dejarlos para cuando sea más viejo; que el dinero no da la salud, no puedo comprarla y que debo cuidarme; que lo complejo no es lo mejor, que las acciones sencillas tienen mayor proyección; que el cuidarme implica el cuidar de los demás; que la oración sin confianza en Dios es algo vacío; que pedir sin compartir es inútil, etc.

Aprendimos que los planes amorosos de Dios son diferentes a aquellos que los hombres nos ponemos; que, como dice el refrán, “Dios no cumple antojos, ni endereza jorobados” y “el hombre pone y Dios dispone”; que Dios no quiere el mal ni las enfermedades, que la pandemia no es un castigo; que la vida es algo pasajero, somos peregrinos y buscamos la vida eterna, la salvación; que no tenemos la vida comprada, es prestada, por eso debemos disfrutarla intensamente con nuestros semejantes, como Dios quiere, para bien nuestro. Que la felicidad no se compra, se comparte con el otro. Que la caridad se da cuando el otro la necesita, no cuando la programo; aprendí a disfrutar de lo que tengo y no a sufrir ni angustiarme de lo que me falta.

Aprendí y sigo aprendiendo de la mano de Dios, con el apoyo y la ayuda de mis hermanos.

 

*El P. Salvador Barba es el enlace para la Reconstrucción de los Templos de la Arquidiócesis Primada de México y Director de la Dimensión de Bienes Culturales de la misma Arquidiócesis.

¿Ya conoces nuestra revista semanal? Al adquirir un ejemplar o suscribirte nos ayudas a continuar nuestra labor evangelizadora en este periodo de crisis. Visita revista.desdelafe.mx  o envía un WhatsApp al +52 55-7347-0775


Autor

Es sacerdote diocesano y director de la Dimensión de Bienes Culturales de la Arquidiócesis Primada de México. Actual párroco en la iglesia de San Pío Décimo en la Ciudad de México.