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COLUMNA

Columna invitada

Las dos hermanas

¡Qué diferentes son Marta y María! La primera es franca y a menudo malhumorada, en tanto que la segunda es silenciosa y tranquila como un estanque profundo.

13 septiembre, 2021
Las dos hermanas
Pbro. Juan Jesús Priego

¡Qué diferentes son Marta y María! La primera es franca y a menudo malhumorada, en tanto que la segunda es silenciosa y tranquila, como un estanque profundo.

Cuando Marta siente algo, lo dice, y no se anda por las ramas, en tanto que María, reservada como es, prefiere cerrar la boca y no expresar sus sentimientos. A Marta no le importa nada entrar en conflicto con los demás, mientras que María prefiere apartarse para rumiar solitariamente sus congojas. ¿Exagero al hablar así? ¿Generalizo demasiado? Vayamos, entonces, a los pasajes evangélicos que hablan de ellas.

“Por el camino entró Jesús en un pueblito, y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras. Marta, en cambio, se distraía con el mucho trajín; hasta que se paró delante y dijo:

“-Señor, ¿no te importa nada que mi hermana me deje trajinar sola? ¡Dile que me eche una mano!

“Pero el Señor le contestó:

“-Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas, pero sólo una es necesaria. Sí, María ha elegido la mejor parte, y ésa no se le quitará” (Lucas 10, 38-42).

¡Qué carácter de mujer! ¡Plantársele así al Señor! Tal vez Jesús había llegado de improviso y las pobres mujeres no tenían nada preparado que ofrecerle. Va entonces Marta a la cocina y se pone a remover ollas y cazuelas. A cierto punto, descubre que el quehacer lo está haciendo ella sola y sencillamente explota. Casi se podría decir que regaña a su huésped por entretener a la otra hermana que, en vez de estar allí sentada, debería estarla ayudando ante el fogón. No, Marta no se calla las cosas: como las piensa, las dice.

Y ahora, para confirmar nuestra hipótesis, abramos otra página del Nuevo Testamento, esa donde el evangelista Juan nos habla de la resurrección de Lázaro:

“Había caído enfermo un tal Lázaro, natural de Betania, el pueblito de María y de su hermana Marta… Lázaro, el enfermo, era hermano suyo, y por eso las hermanas le mandaron recado a Jesús: ‘Señor, mira que tu amigo está enfermo’ ” (Cf. Juan 11, 1-44).

Sin embargo, como podrá comprobar quien lea el pasaje entero, Jesús no parte inmediatamente a casa de su amigo enfermo, sino que permanece aún dos días en el sitio en que se encuentra, “al otro lado del Jordán”: “Jesús era muy amigo de Marta, de su hermana y de Lázaro. No obstante, cuando se enteró de la enfermedad esperó dos días donde estaba; sólo entonces dijo a sus discípulos: ‘Vayamos otra vez a Judea’…”.

Cuáles fueron los motivos por los que Jesús demora su partida, es algo de lo que ya hemos hablado en otro lugar y no hay para qué repetirlo aquí; lo que por ahora nos interesa subrayar es que esta demora puso de muy mal humor a las dos hermanas, como se verá a continuación y como era natural que sucediera:

“Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a recibirlo, mientras María se quedaba en casa. Marta le dijo a Jesús: ‘Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano’ ”.

Una vez más, Marta dice lo primero que se le viene a los labios. ¿Y qué es lo que ha proferido si no un reproche? “Señor –parece decirle al Maestro-, si hubieras llegado a tiempo, es decir, cuando te mandamos llamar… Pero no: llegaste cuando quisiste, y ahora es demasiado tarde”. La mujer está molesta y para nada que disimula su enojo.

¿Y María, entretanto? Ella también está enojada, aunque por el momento opta por cerrar el pico. Ella no sale a recibir a Jesús, como hizo su hermana, sino que prefiere quedarse en casa. ¿Está tan molesta con él que ni siquiera quiere verlo? Aunque la idea parezca extravagante, no la encuentro del todo absurda;  y si finalmente María sale al encuentro del Señor es porque él mismo la hace venir: “El Maestro está aquí y te llama”. De otra manera es casi seguro que no se hubiese dejado ver. Es que también ella se siente defraudada, y la muestra está en que, tan pronto como tiene enfrente a Jesús, le dice las mimas palabras que ya Marta le había dicho hacía un instante: “Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.

Pero no he escrito este artículo con el único fin de mostrar dos caracteres diferentes y casi hasta antitéticos, sino para hablar de la desilusión de estas mujeres. Ellas esperaban que Jesús se presentara en el instante mismo en que lo mandaron llamar, es decir, que partiera a Betania como de rayo, pero él no lo hizo así, sino que se tomó su tiempo y las dejó esperando por las razones que él creía convenientes (y que, por lo demás, eran perfectamente válidas).

Así, hay en este mundo hombres y mujeres que están, al igual que Marta y María, resentidos con Dios por creer que no han sido escuchados. Éstos piensan que de nada han valido tantas súplicas, oraciones y rogativas como han hecho, y, lo que es aún peor, que todas sus palabras han caído en el vacío. ¿Cómo decirles que uno de los más complicados problemas espirituales es comprender que a Dios no se le pueden chasquear los dedos? “A ti te suplico, Señor: por la mañana escucharás mi voz; por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando” (Salmo 5), decía el salmista.

Bien, esto exactamente es lo que hay que hacer: exponer nuestra causa y quedar a la espera. Pero a esto que hemos dicho es necesario agregar algo, y es que si bien es cierto que Jesús se toma su tiempo, por decirlo así, también es verdad que llegará. ¿Lo llamaste? Entonces no dejará de venir. Tal vez llegue, incluso, cuando ya no lo esperabas, o cuando pareciera que es ya demasiado tarde. Pero hará más de lo que pensabas, y aún mucho más de lo que le pedías. De eso puedes estar seguro. Todo el edificio de la vida espiritual descansa en esta certeza.

El P. Juan Jesús Priego es vocero de la Arquidiócesis de San Luis Potosí.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.