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COLUMNA

Columna invitada

Evangelización y lenguas indígenas

El esfuerzo lingüístico y etnográfico de los frailes durante la evangelización fue descomunal, y siempre promovió la preservación de las culturas autóctonas.

10 junio, 2021
La Cuarta Transformación acusa hoy a los frailes españoles, que vinieron hace 500 años, de destruir las culturas originarias. ¿Será cierto? La historia de la Conquista es un tema difícil que tiene muchas aristas. Veamos una de ellas: el intrincado mundo de las lenguas y dialectos que encontraron los frailes en Mesoamérica. Al pisar playas mexicanas aquellos misioneros tenían claro de que si querían tener un apostolado fecundo, debían conocer la civilización y las lenguas en los nuevos territorios. Conocer los idiomas de los nativos era el medio más eficaz para llegar al alma de esos pueblos y conquistar su corazón. En un principio la predicación fue a señas y los religiosos se vieron reducidos a predicar solamente la existencia del cielo y del infierno. Para indicar el averno señalaban la parte baja de la tierra con la mano y les hacían entender que allá había fuego, sapos y culebras. Luego elevaban los ojos al cielo diciendo que un solo Dios estaba arriba. Posteriormente los predicadores aprendían sus sermones con la ayuda de un traductor y los declamaban en lengua nativa, lo que tampoco dio resultados. Fueron métodos muy rudimentarios que no dieron frutos; los indios nada entendían. Los misioneros tuvieron que estudiar las lenguas indígenas, y cada orden religiosa –franciscanos, dominicos y agustinos– se dedicó a aprender los idiomas presentes en las regiones que tenían designadas para evangelizar. Estos idiomas eran el zapoteco, tarasco, otomí, mixteco, chontal, pirinda, huasteco, matlatzinca, totonaco, chichimeco, tlapaneco y ocuiteco, además de los dialectos propios de cada lengua. El desafío era titánico. Todos los misioneros estudiaron y aprendieron el náhuatl, que era la lengua que generalmente se hablaba desde Zacatecas hasta Nicaragua, debido a la difusión de imperio azteca. De hecho los frailes rogaban a los obispos que no ordenaran a sacerdotes ni dieran licencia a los religiosos que ignoraran la lengua general de los indios de su provincia. Los misioneros no tuvieron la intención de hispanizar a los nativos y el trabajo de evangelización tenía que hacerse solamente en hablas indígenas. Tuvieron la necesidad de hacer manuscritos de las lenguas para que los nuevos misioneros las estudiaran, pero además para que fueran ayuda para la predicación de la doctrina cristiana y la administración de los sacramentos. Así nacieron las gramáticas, los vocabularios, las doctrinas o catecismos, los sermonarios y los confesionarios. Lamentablemente muchos de estos trabajos desaparecieron o nunca se imprimieron, ya que sólo pasaban de mano en mano. La Corona española siempre alentó a los sacerdotes y religiosos a que estudiaran las lenguas indígenas. Sin embargo decían que ninguno de estos idiomas era tan rico para exponer adecuadamente los misterios de la fe católica. Por eso se insistía para que enseñaran a los indios a hablar el castellano, aunque los frailes siempre se resistieron a hacerlo. Sus razones eran que les parecía inútil sobrecargar a los pueblos originarios con el aprendizaje de un idioma que resultaba muy complejo para ellos pero, sobre todo, querían que los indios no fueran hispanizados; querían mantenerlos alejados de los europeos, que por su rapacidad, ambición e inclinación a la carne, no eran buen ejemplo para los aborígenes. La Corona quería hispanizar a los indígenas. El Santo Oficio prohibió la traducción de los textos de la Biblia en lenguas de los indios, y Felipe II vedó que se escribiera sobre las costumbres indígenas. Por eso fue confiscada, durante dos siglos, una monumental obra enciclopédica de fray Bernardino de Sahagún llamada "Historia general de las cosas de la Nueva España", escrita en náhuatl, que describía todo sobre el mundo de los indígenas. La obra fue juzgada por la orden franciscana como un atentado contra la pobreza, y Sahagún murió sin saber el paradero de su trabajo. El esfuerzo lingüístico y etnográfico de los frailes durante la evangelización fue descomunal, y siempre promovió la preservación de las culturas autóctonas. Lejos de avergonzarnos de aquellos misioneros españoles, hemos de admirarlos. Fue una maravillosa labor de inculturación del Evangelio la que en México se realizó, lejos de la destrucción de las culturas originarias que propaga la ideología socialista de la 4T. El Pbro. Eduardo Hayen es un sacerdote de la Diócesis de Ciudad Juárez y director del periódico Presencia. Los artículos de opinión son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe. Artículo publicado originalmente en el blog del P. Eduardo Hayen

La Cuarta Transformación acusa hoy a los frailes españoles, que vinieron hace 500 años, de destruir las culturas originarias. ¿Será cierto? La historia de la Conquista es un tema difícil que tiene muchas aristas. Veamos una de ellas: el intrincado mundo de las lenguas y dialectos que encontraron los frailes en Mesoamérica.

Al pisar playas mexicanas aquellos misioneros tenían claro de que si querían tener un apostolado fecundo, debían conocer la civilización y las lenguas en los nuevos territorios. Conocer los idiomas de los nativos era el medio más eficaz para llegar al alma de esos pueblos y conquistar su corazón.

En un principio la predicación fue a señas y los religiosos se vieron reducidos a predicar solamente la existencia del cielo y del infierno. Para indicar el averno señalaban la parte baja de la tierra con la mano y les hacían entender que allá había fuego, sapos y culebras. Luego elevaban los ojos al cielo diciendo que un solo Dios estaba arriba. Posteriormente los predicadores aprendían sus sermones con la ayuda de un traductor y los declamaban en lengua nativa, lo que tampoco dio resultados. Fueron métodos muy rudimentarios que no dieron frutos; los indios nada entendían.

Los misioneros tuvieron que estudiar las lenguas indígenas, y cada orden religiosa –franciscanos, dominicos y agustinos– se dedicó a aprender los idiomas presentes en las regiones que tenían designadas para evangelizar. Estos idiomas eran el zapoteco, tarasco, otomí, mixteco, chontal, pirinda, huasteco, matlatzinca, totonaco, chichimeco, tlapaneco y ocuiteco, además de los dialectos propios de cada lengua.

El desafío era titánico. Todos los misioneros estudiaron y aprendieron el náhuatl, que era la lengua que generalmente se hablaba desde Zacatecas hasta Nicaragua, debido a la difusión de imperio azteca. De hecho los frailes rogaban a los obispos que no ordenaran a sacerdotes ni dieran licencia a los religiosos que ignoraran la lengua general de los indios de su provincia.

Los misioneros no tuvieron la intención de hispanizar a los nativos y el trabajo de evangelización tenía que hacerse solamente en hablas indígenas. Tuvieron la necesidad de hacer manuscritos de las lenguas para que los nuevos misioneros las estudiaran, pero además para que fueran ayuda para la predicación de la doctrina cristiana y la administración de los sacramentos. Así nacieron las gramáticas, los vocabularios, las doctrinas o catecismos, los sermonarios y los confesionarios. Lamentablemente muchos de estos trabajos desaparecieron o nunca se imprimieron, ya que sólo pasaban de mano en mano.

La Corona española siempre alentó a los sacerdotes y religiosos a que estudiaran las lenguas indígenas. Sin embargo decían que ninguno de estos idiomas era tan rico para exponer adecuadamente los misterios de la fe católica. Por eso se insistía para que enseñaran a los indios a hablar el castellano, aunque los frailes siempre se resistieron a hacerlo. Sus razones eran que les parecía inútil sobrecargar a los pueblos originarios con el aprendizaje de un idioma que resultaba muy complejo para ellos pero, sobre todo, querían que los indios no fueran hispanizados; querían mantenerlos alejados de los europeos, que por su rapacidad, ambición e inclinación a la carne, no eran buen ejemplo para los aborígenes.



La Corona quería hispanizar a los indígenas. El Santo Oficio prohibió la traducción de los textos de la Biblia en lenguas de los indios, y Felipe II vedó que se escribiera sobre las costumbres indígenas. Por eso fue confiscada, durante dos siglos, una monumental obra enciclopédica de fray Bernardino de Sahagún llamada “Historia general de las cosas de la Nueva España”, escrita en náhuatl, que describía todo sobre el mundo de los indígenas. La obra fue juzgada por la orden franciscana como un atentado contra la pobreza, y Sahagún murió sin saber el paradero de su trabajo.

El esfuerzo lingüístico y etnográfico de los frailes durante la evangelización fue descomunal, y siempre promovió la preservación de las culturas autóctonas. Lejos de avergonzarnos de aquellos misioneros españoles, hemos de admirarlos. Fue una maravillosa labor de inculturación del Evangelio la que en México se realizó, lejos de la destrucción de las culturas originarias que propaga la ideología socialista de la 4T.

El Pbro. Eduardo Hayen es un sacerdote de la Diócesis de Ciudad Juárez y director del periódico Presencia.

Los artículos de opinión son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Artículo publicado originalmente en el blog del P. Eduardo Hayen




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