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COLUMNA

Columna invitada

Esta parroquia en Monterrey es un refugio para los más necesitados

Si me tocan a la puerta está noche, a 1000 personas recibiré, asegura el párroco de este lugar.

7 marzo, 2022
Esta parroquia en Monterrey es un refugio para los más necesitados
Mons. Alfonso Miranda Guardiola.
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Es Obispo de la diócesis de Piedras Negras 

Deseo compartir una experiencia muy bonita vivida los días 17 y 18 de febrero del 2022, y también en ocasión del Evangelio según San Lucas 6, 27-38, en donde además de hablarnos del perdón a los enemigos, nos habla de ese corazón amplio de Jesús, donde nos parece imposible perdonar a quien nos ha ofendido, atender a desconocidos, dar la túnica, darlo  y entregarlo todo a los demás, sin distinción de personas, sean buenos, sean malos, amigos, enemigos, etc.

Estuve de visita pastoral esta semana en la parroquia de Santa María Goretti, en Monterrey por la avenida Bernardo Reyes y Ruiz Cortines, visitando la comunidad en las colonias aledañas.

Ante lo difícil que estamos viviendo en México y en el mundo, guerras, enfermedades y asesinatos, encontramos un pedacito de cielo ahí donde reciben a personas en tránsito, antes indigentes, hoy migrantes, una casa diseñada para albergar a 600 personas, y que sin embargo recibe hasta 1,800 de las caravanas que han venido, recurrentemente a través de nuestro país. Y llama la atención poderosamente este comedor, que ofrece alimentos, mañana, tarde y noche, hasta 3000 personas diarias.

Los diferentes cuartos en torno a la parroquia, los salones en los diferentes pisos, donde se apilan camas, para recibir a estos hermanos, ofrecer sabanas limpias cada día, baño, aseo; además un ambulatorio para 50 personas, casi todas las camas llenas, donde se reciben desde adultos y ancianos, algunos de ellos literalmente abandonados, donde se les asiste a nivel de medicamentos, atención, compañía, espiritual, etc.

Una casa llamada Santa Martha, para familias con niños, donde se vive una verdadera experiencia de familia, donde se intenta que los niños, que no tienen la culpa, puedan jugar, sonreír, cantar, crecer, ser felices, es una bella experiencia, una casa cerca de la central de autobuses. Lo que antes era una casa de migrantes totalmente, ahora se destina a familias, que ellos mismos limpian, pintan, por fuera y por dentro, con cuadros de paisajes, la mesa limpia y adornado, todo bonito y precioso.

Un lugar más que se llama la Casa del Buen Samaritano, cerquita de la clínica 25, que antes albergaba familias de otros estados, que venían por sus enfermos a este hospital regional, ahora de especialidades, hoy se destina a mujeres y niños. Había más de 60 personas, este viernes que estuve con ellos, 43 mujeres, 19 niños, especialmente de Nicaragua, Honduras y otros países de Centro América, donde nos ofrecieron sus testimonios, duros, difíciles, de vida y, que sin embargo, sienten el respaldo de Dios como única seguridad de su vida.

He comentado, lo que el padre Felipe de Jesús Sánchez Gallegos, párroco de este lugar, respondía cuando alguien le decía, ¿pero para qué recibes a tantos, para que recibes a todo tipo de personas? Concéntrate en algunos solamente. Y él, con el corazón de Jesús, que se palpa inmediatamente, respondía, si me tocan a la puerta está noche, a 1000 personas recibiré. Me consta las personas que el Padre Felipe, ha rescatado.

Uno llega a la parroquia, y ve las caras de estos hermanos migrantes, no limpias ciertamente, en muy difícil situación de calle, viviendo incluso al lado de los rieles, con tejabanes hechos de madera, telas, y pareciera uno sentir un poco de miedo, pero, déjenme decirles: tuve dos misas, jueves y viernes; el jueves a medio llenar, el viernes totalmente repleta, y la mayoría, la mitad por lo menos, migrantes que al final de la misa, al no poder comulgar todos ellos, los invitaba a pasar, y les decía, acérquense todos los que están en tránsito, que han llegado, que continúan caminado, que van en busca de sus sueños, acérquense para recibir la bendición de Dios; y todos se acercaban, pero queridos hermanos, no puedo describir suficientemente los rostros y las miradas.

Todos se acercaban al presbiterio, extendían sus manos, cerraban los ojos, se conectaban con Dios y recibían, de una manera espiritual, piadosa, la bendición; sus rostros, sus cabellos desordenados, sus frentes con sudor, y sobre ellas, imponía el signo de la Cruz, la Cruz del Señor, y yo veía, alcanzaba a ver en sus rostros, en sus miradas, incluso a ojos cerrados, que su única garantía, que su absoluta seguridad, que su abandono total está solamente en el Señor.

Uno de los que se acercaba a recibir la bendición, un hermano con muletas, me hacía recordar lo que previamente otros me platicaban sobre su penoso andar por México a través del tren llamado la Bestia, este hermano llegaba hasta la orilla del presbiterio, y con su rostro elevado al cielo, recibía la bendición bañado en lágrimas, sollozando, y sabiendo, que yendo solo en su camino, solo Dios es su fuerza, su seguridad y su salvación.

No puedo expresar otra experiencia que refleje tan vivamente el corazón bondadoso, misericordioso de Dios nuestro Señor; una mano que se tiende, independientemente el color, la religión, la nacionalidad, la moralidad de las personas, y se ofrece un abrazo que quizá en ninguna otra parte, como en estos albergues, se siente tan vivamente, dado y recibido de parte de Dios.

No puede ser que el corazón no se sienta tocado al vivir, ver, mirar, escuchar, estas experiencias de hermanos que caminan de esta forma por la vida. Hoy son ellos, pero, ¿por qué ellos y no yo?,  decía el Papa Francisco. No lo sé, pero se palpa y se ve a Jesucristo caminado, al hombre y a la mujer, al niño, con los ojos llenos de luz, confiando solo en la providencia de Dios.

 

 

 

Mons. Alfonso Miranda Guardiola es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Monterrey.

 

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Autor

Es Obispo de la diócesis de Piedras Negras