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COLUMNA

Ángelus Dominical

Bella y ardua tarea

Ardua tarea de los adultos para no hacer más dura la transición sin que caigamos en un solapamiento que les anestesie ante los retos e ideales que les darán razón a su corazón

30 octubre, 2022
Bella y ardua tarea
P. Eduardo Lozano en Ángelus Dominical

QUIERO VER EL ATARDECER pero reflejado en tus ojos, así le dije el pasado día 19 a una muchachita que sigue creciendo y apenas va en 16; ella –como todos los adolescentes- se va abriendo paso en la vida con las mismas inquietudes y anhelos de tantos que han cruzado tal edad y que ahora somos adultos, o acaso ya no están aquí desde hace meses o siglos…

Y COMO TODOS los adolescentes que vendrán, también ella experimenta en su corazón los amasijos de sentimientos e ideales que palpitan con el frenesí de esos años -¡bellos años!- que anticipan una juventud intrépida y una edad adulta abierta a la generosidad…

CIRCUNSTANCIA ESPECIAL –inédita, como siempre- la que viven los adolescentes de hoy ante la tecnología, pues si a otros nos tocó ver la portabilidad de la música en discos o casetes, o si a aquellos les cupo en suerte asistir al nacimiento de la visión-a-distancia en el siglo XX (de la “tele”, pues), o de la observación-a-distancia en el siglo XVII (el telescopio), también a ellos les enriquecerá –¡sin duda!- lo que tienen entre sus manos y que les ayuda a tener cerca lo lejano…

CADA ATARDECER se ubica a tales y tantos kilómetros de quien lo observa, pero cuando podemos verlo reflejado en los ojos de alguna persona, ahí estamos hablando de cercanía y confianza, sin cables ni pilas de por medio; necesario, para ver así un atardecer, tomar una pausa paciente en medio de tanto afán, sin pantallas apabullantes (como las de cine) y sin pantallas aislantes (como la de cualquier “gadget” o artilugio electrónico)…

TRES PALABRAS SUBRAYO de las ya dichas y las quiero referir como necesarias para que toda etapa de la adolescencia sea vivida con mayor fruto: cercanía, confianza y paciencia; a los adultos mucho nos cuesta sobrellevar a quienes ya no son niños pero tampoco son ya los adultos que esperamos, y justamente es por una transición vivida a galope por la que hay choques múltiples con ellos…

SIENDO NIÑOS, la cercanía con mamá o con papá es evidente, acogedora, necesaria, acaso como en la antigua lucha libre: ¡sin límite de tiempo!; van pasando los años y los quisiéramos tener cerca pero ellos buscan su autonomía, quisiéramos apapacharlos pero ellos ya no quieren mimos, buscamos que nos respondan como adultos pero siguen apareciendo sus rasgos –o berrinches- infantiles; están como la canción aquella, que no son de aquí ni son de allá…

BELLA Y ARDUA TAREA tenemos los adultos para no hacerles más dura la transición sin que caigamos en un solapamiento que les anestesie ante los retos e ideales que les darán razón a su corazón; sin que los agobiemos pero tampoco sin pintarles de rosa la vida, o como bien sugiere el refrán: ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre…

MUY AL CONTRARIO de lo que sucede con muchas especies mayores del reino animal, que recién nacidos deben ponerse de pie y empezar a ejercer su autonomía, los seres humanos vivimos una etapa laaaarga de dependencia alimenticia, afectiva, económica, tecnológica: ¡el instinto no nos basta para sobrevivir, para superar obstáculos, para civilizarnos!…

RESULTA FEO Y DOLOROSO cuando no medimos el cuidado y protección que damos a nuestros niños y adolescentes, y pretendemos solucionarles todo sin que aprendan, ayudarles en todo sin que se capaciten, acercarles todo sin que se esfuercen, darles todo sin que compartan, protegerlos de todo sin que se defiendan, que disfruten de todo sin que se comprometan…

NO CUMPLÍA SIQUIERA 6 de edad, y Dulce María (a quien me referí al inicio) ya estaba ayudando a lavar sus propias calcetas, ya empezaba a dejar limpio y en orden su plato y su vaso, ya se enfrentaba a las pequeñas tareas domésticas que ahora le dan seguridad y aplomo, que ahora las asume sin chistar (otrora también se decía: sin paular ni maular)…

QUIERO VER EL ATARDECER (en tus ojos, le dije) pero no sólo como grata conclusión de un día, también lo quiero ver como anticipo del mañana intrépido, generoso, renovador, gratificante, espléndido en ideales, concreto en realidades; un mañana que no se quede en mera consecución del calendario semanal sino que se abra –atractivo- a construir y descubrir, a seguir creciendo y sirviendo, a no cansarse en el alma aunque se multipliquen las fatigas físicas, a valorar todo lo noble y a cancelar lo que denigra: un mañana sabroso que se oriente al futuro/eternidad lleno de gozo y no que se agote en la fría cerrazón del sepulcro colmado de lágrimas…

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.