¡No te adelantes!
Dice en la Biblia que “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo”
Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años.
Desde agosto conviven en las tiendas las decoraciones del día de muertos, con las de las fiestas septembrinas y hasta con las de ¡Navidad! En la panadería ya venden panes de muerto y nada más les falta vender también rosca de reyes (mejor ni digo, no sea que se les ocurra).
No sé si sea porque unas tiendas quieren darle ‘madruguete’ a otras ofreciendo antes que éstas todo lo que pueden, pero en ese afán de ir adelantándose más y más, no sólo han llegado a exageraciones absurdas, sino que están afectando a los consumidores.
Dice en la Biblia que “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo” (Ecles 3, 1). Las tradiciones tienen una fecha específica, celebrarlas fuera de tiempo propicia que cuando llegue el momento en que tendríamos que festejarlas, ya no les encontremos sentido y hasta nos aburran o fastidien. Por ejemplo, en los comercios empiezan a tocar villancicos desde noviembre, es decir, durante el Adviento, así que para cuando llega el 25 de diciembre y el tiempo de Navidad, que es cuando debían
empezar a tocarse, ya a la gente la tienen harta; oyeron tantos que ¡ya les salen por las orejas!
Esto me hace recordar que cuando yo era niña, después de bañarme mi mamá, qepd, me envolvía en una toalla grande, me sentaba en sus piernas, y mientras me iba secando el pelo me contaba cuentos que ella inventaba. Uno que se me quedó muy grabado, y que me contó cuando yo le dije que ya quería que llegaran las vacaciones (y ¡apenas empezaba el curso escolar!), era de una niña que encontró un mágico carrete de hilo.
Cuando jalaba el hilo, el tiempo pasaba más rápido. La niña se sintió feliz de poseer un objeto que le permitiría vivir uno tras otro todos los momentos que más disfrutaba. Así que le dio un tirón al hilo, y llegó su cumpleaños; otro tirón y llegó Navidad, y así, fue dando tirones al hilo hasta que éste se acabó y se descubrió a sí misma anciana y sola.
¡Había pasado su vida en un santiamén y no la había disfrutado por estarla adelantando! Me impresionó mucho la suerte de esa pobre niña. Así me enseñó mi sabia mamá, a no querer apresurar los acontecimientos, y a no sólo esperarlos con resignada impaciencia, sino a gozar la espera, para que cuando por fin sucedieran, pudiera de verdad emocionarme y disfrutarlos.
Es evidente que el mundo y los comerciantes, con sus prisas locas, no van a cambiar. Nos toca a nosotros resistir la tentación de adelantarnos.