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Conociendo al Arzobispo de México: Un hombre de Biblia, de amistad y de ideas

Por Marilú Esponda Sada

 

Don Adolfo Suárez dispuso que el padre Carlos Aguiar dejara el templo al que estaba entregado como vicario y partiera a estudiar a Roma, en compañía del padre Manuel Olimón, “no como un privilegio personal, sino como una misión para el servicio al regresar a la Diócesis”, como les dejó en claro el propio obispo de Tepic.

El padre Carlos Aguiar deseaba estudiar Biblia porque quería profundizar en la manera en que la Teología que había estudiado se fundamentaba en la Sagrada Escritura. Así, estuvo viviendo en el Pontificio Colegio Pío Latino y estudiando en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, de 1974 a 1977, durante el Pontificado de Paulo VI.


Su formación como biblista le permitió impregnar sus enseñanzas con la frescura del Evangelio. Lo que veía en sus estudios, lo iba asimilando de una manera natural en su vida diaria.

“Cuando uno se penetra mucho de la Palabra de Dios –afirma el padre Manuel Olimón–, la usa como lenguaje cotidiano. Yo creo que él tiene esa característica”.

En Roma, la primera experiencia que tuvo el entonces padre Juan Manuel Mancilla –hoy Obispo de Texcoco– al conocer al padre Carlos Aguiar, fue de alegría y sorpresa. “Tuvo la iniciativa de buscar a sus compañeros que estudiaban Sagradas Escrituras –comenta–. Él estaba en el Colegio Pío Latino Americano, y los otros en el Colegio Mexicano de Roma. Su estilo era de abrir nuevos derroteros. Muchos recuerdan la capacidad que tenía de ofrecer su amistad a sus compañeros”.

“Como sacerdote, me enviaron a estudiar a Roma –recuerda por su parte el cardenal Carlos Aguiar–, y allá hice varios amigos que me da mucho gusto reencontrar ahora. Algunos de ellos fueron el padre Luis Alonso Schöekel, el padre Albert Wanoie, y Carlo María Martin, actual Arzobispo de Milán”.



Al terminar los estudios en Sagradas Escrituras, él y el padre Juan Manuel Mancilla se trasladaron seis meses a Tierra Santa para perfeccionar sus estudios en Jerusalén. “Conocer los Santos Lugares –refiere Mons. Mancilla– y repasar Hebreo, Arqueología, Historia, nos amplió mucho los horizontes, pues los franciscanos nos dieron clases privadas; era conocer de cerca otra exégesis; poder viajar conociendo los lugares in situ, en una gran amistad y cordialidad. Ha sido muy especial. Su amistad me marcó la vida”.


Al volver, después de haberse graduado con honores en Roma, a sus 28 años, el Padre Carlos Aguiar fue designado Rector del Seminario, cargo que desempeñó hasta 1991.

El padre Carlos valoraba y hacía crecer las amistades donde se encontrara y desde la posición que ocupara. “Cuando regresé de los primeros años de estudio en el Instituto Bíblico –comenta el cardenal Carlos Aguiar–, me nombró Don Adolfo Rector del Seminario, donde duré 13 años. Procuré desarrollar una buena amistad con mis alumnos, muchos son ahora sacerdotes, otros tantos no se ordenaron; siempre traté de hacer amistad en medio de mis responsabilidades. La amistad para eso es, es fundamental establecer vínculos de relación positiva, y es lo que a uno le da mucho empuje y fortaleza”.

De acuerdo con el padre Roberto Gradilla, se puede considerar a Carlos Aguiar como un hombre de amistad, quien sabe confiar en las personas, creer en las personas, aunque algunas veces las personas lo hayan defraudado. “Él sabe ser amigo, y confía; es un hombre de proyectos, y trata de compartir e involucrar a los demás en las cosas buenas que tiene a su alrededor”, afirma.

Debido al crecimiento de la ciudad de Tepic, el obispo Suárez Rivera vio la necesidad de ampliar las instalaciones del Seminario Mayor, lo cual fue posible construyéndolas en la carretera a Santa María del Oro.  El padre Carlos Aguiar lo reorganizaría por completo; buscaría incrementar la vida comunitaria y combinarla con el trabajo físico. Su idea era que el Seminario fuera un instituto autosustentable, mediante la ordeña de vacas, la elaboración de quesos y el trabajo en distintos cultivos.

Tomado del libro:

Una Iglesia para soñar





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