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Testimonio: “A Cristo le hacen falta muchas manos para abrazar a su Iglesia”

Soy Pedro Sánchez Acosta, y estudio del primer año de Teología en el Seminario Conciliar de México. Hoy quiero compartirles brevemente cómo es que fui llamado por el camino de la formación sacerdotal. Yo conocí a Dios a través de mi familia; desde pequeño he sido educado en un ambiente religioso en que he aprendido […]

Soy Pedro Sánchez Acosta, y estudio del primer año de Teología en el Seminario Conciliar de México. Hoy quiero compartirles brevemente cómo es que fui llamado por el camino de la formación sacerdotal.

Yo conocí a Dios a través de mi familia; desde pequeño he sido educado en un ambiente religioso en que he aprendido lo que significa ser creyente. La noticia de la vocación sorprendió por completo a mis papás, no porque fuera un joven alejado por completo de Dios, pero no era tampoco una característica en mí, el ser cercano a Dios.

Mi historia vocacional comienza cuando estaba en último semestre de preparatoria, y como cualquier joven, estaba pensando qué carrera estudiar. Me han gustado siempre las humanidades, y recuerdo que tenía un profesor que nos decía: ‘si van a escoger una carrera, escojan algo que de verdad les apasione’. Mi decisión estaba entre estudiar Derecho o Filosofía. Finalmente decidí entrar a estudiar la carrera de Derecho, y me inscribí para hacer el examen de admisión. Aprobé el examen y estaba a unos meses de comenzar la carrera, cuando comencé a experimentar muchas dudas acerca de mi futuro.

Conocí por aquel entonces a un sacerdote que me preguntó: ¿Tú, por qué no ser sacerdote? Esta pregunta me movió por completo, todo lo que creía tener por seguro, ahora estaba en duda ante un posible nuevo camino. Me acerqué a la oración para preguntarle a Jesús qué era lo que Él quería de mí, y así fue como poco a poco me fui enamorando más.

Pasó un mes de estar reflexionando sobre esta nueva posibilidad, y un día llegando de la escuela, me puse a hacer oración con una imagen de Cristo que tengo en mi escritorio, y le pregunté: ‘¿Qué es lo que quieres de mí?’ Su respuesta fue tan fuerte que tuve muchas emociones al mismo tiempo, no fue una voz que yo hubiera escuchado, sino más bien un entendimiento tan fuerte que dejaba afuera todas las dudas. Me dijo: ‘quiero que seas sacerdote’, y en ese momento asentí con el corazón lleno de emoción, pensando que ese momento me marcaría por completo. Hoy respondo al Señor dejándome formar y moldear como Él disponga.

Me encomiendo a sus oraciones y a todos mis hermanos seminaristas, así mismo te invito a ti, que eres joven, a que seas valiente y le digas sí al llamado que el Señor te haga. A Cristo le hacen falta muchas manos que estén siempre abiertas para recibir y abrazar a su Iglesia.

Seminario Conciliar de México