El camino hacia la Navidad

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Mensaje de Año Nuevo del Canónigo Julián López Amozurrutia

Carlos Villa Roiz Al iniciar el 2018, el Padre Julián López Amozurrutia, Canónigo de la Catedral de México, y a nombre del Cardenal Norberto Rivera Carrera, dijo que “No podemos desviar la mirada de lo que el horizonte nos presenta: un año de delicados desafíos para la ciudad, para el país, para el mundo; un […]

Carlos Villa Roiz

Al iniciar el 2018, el Padre Julián López Amozurrutia, Canónigo de la Catedral de México, y a nombre del Cardenal Norberto Rivera Carrera, dijo que “No podemos desviar la mirada de lo que el horizonte nos presenta: un año de delicados desafíos para la ciudad, para el país, para el mundo; un año en el que las esperanzas son tibias. El ser humano ha multiplicado sus posibilidades gracias a la tecnología y la medicina. Pero también ha permitido que se estrechen sus perspectivas, porque demasiados son los desengaños que se han acumulado. La persona humana no se encuentra en el centro de las prácticas colectivas, por más que hablemos de sus derechos. Los más indefensos siguen siendo víctimas de atropellos indecibles. La tierra, nuestra tierra, no garantiza su estabilidad vital. Muchos ignoran todo sentido de gratitud a Dios por la vida recibida. Atrapados en un mundo de pantallas e intercambios comerciales, se echa de menos la alegría sencilla de los corazones infantiles, de los corazones bienaventurados.”

Luego imploró a la Virgen María: “Escucha nuestra oración desde la paz perpetua de tu corazón inmaculado, y muéstranos a tu hijo, al que ha nacido para nosotros, el que nos ha nacido. Permítenos poner en él nuestros cansancios, nuestras desilusiones; el futuro de los niños y el amor de los jóvenes; los errores de los hombres, incluso la prepotencia de los violentos; el afán de los laboriosos, la fidelidad de los esposos, los fracasos de quienes han perdido la partida; la nobleza de los que siguen luchando, la perplejidad de los que perdieron el rumbo, la mirada de los que aún esperan encontrar una estrella; a esta humanidad, que no deja de ser la humanidad asumida por tu Hijo, colócala desde tu corazón purísimo en la presencia de Jesús, y abrázala con esa misma ternura que nunca se ha borrado de tus brazos. Ayúdanos, madre nuestra, a ser generosos y solidarios, serviciales y fraternos, sencillos y fuertes. Y enséñanos también y sobre todo a recibir el don del cielo que tú misma recibiste la misión de entregar al mundo. A la Iglesia, de la que también eres madre, impúlsala a parecerse cada vez más a ti, para que también ella sea madre amorosa en un mundo necesitado de consuelo y de orientación.”