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Homilía Domingo XXII del TO en la imposición del Palio Arzobispal

“Por su propia voluntad, nos engendró mediante la palabra de la verdad” (Santiago 1,18). Jesucristo por voluntad de Dios Padre es la palabra de la verdad, con su encarnación nos ha engendrado a todos los bautizados en su nombre, para ser primicias de sus creaturas. La razón de todo discípulo de Cristo y de la […]

“Por su propia voluntad, nos engendró mediante la palabra de la verdad” (Santiago 1,18).

Jesucristo por voluntad de Dios Padre es la palabra de la verdad, con su encarnación nos ha engendrado a todos los bautizados en su nombre, para ser primicias de sus creaturas.

La razón de todo discípulo de Cristo y de la comunidad de discípulos que integran la Iglesia es para dar testimonio del proyecto creador de Dios Padre, con el anuncio, explícito e implícito del Reino de Dios, y con la vida misma, tanto de forma personal como comunitaria.

El Apóstol Santiago, en la segunda lectura, indica tres formas para promover y generar dicha misión de la Iglesia, iniciada con la Encarnación y concretada con la Redención en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

La primera es: acepten dócilmente la palabra que ha sido sembrada en ustedes, y pónganla en práctica, sin limitarse a escucharla. Es decir, la obediencia a la voz de Dios y dejarse conducir por el Espíritu Santo para cumplirla.

La segunda es: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones. Es decir,  ejercer la Caridad, atendiendo al prójimo en sus necesidades.

Finalmente la tercera es: guárdense de este mundo corrompido. El texto del Evangelio que hemos escuchado señala la manera como podemos cuidar de no ser atrapados por la corrupción, al decir: nada que entre de fuera puede manchar al hombre, lo que si lo mancha es lo que sale de dentro del corazón.

Por ello, es fundamental para el discípulo de Cristo cuidar su interior, no dejar que anide en su corazón las intenciones malas: las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad.

Por su parte la primera lectura del libro del Deuteronomio, insiste en escuchar y practicar los mandamientos de la Ley de Dios, guardarlos y cumplirlos, porque la fidelidad a la Palabra de Dios, nos conducirá a la sabiduría y a la prudencia, y con ellas entraremos a la hermosa experiencia de la intimidad con Dios.

Este mensaje de la Palabra de Dios proclamada este Domingo nos ayuda a descubrir la misión que recibe el Arzobispo en la entrega del Palio, promover y cuidar la comunión entre los Obispos de las Iglesias que integran la Provincia Eclesiástica, en este caso: Cuernavaca, Toluca, Atlacomulco, Tenancingo y México.

El Arzobispo colabora así con la misión del Sucesor de San Pedro, ahora el Papa Francisco, de apacentar el rebaño del Señor por el amor generoso y pleno a la persona de Jesucristo, como lo recuerda la escena final del Evangelio de San Juan: Jesús le preguntó a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?». Él contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta a mis corderos». 16 Jesús le preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Pastorea a mis ovejas». 17 Por tercera vez le preguntó: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le respondió: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta a mis ovejas» (Jn. 21,15-17).

Por ello, agradezco la presencia en esta celebración de todos ustedes miembros de la Iglesia, laicos, presbíteros, y especialmente de los Obispos, en particular de los Obispos de la Provincia Eclesiástica de México; y los invito a vivir con coherencia y fidelidad la obediencia a la Palabra de Dios, y así, nos ayudemos para dar testimonio de unidad y comunión eclesial; favoreciendo que el Pueblo de Dios, que peregrina en nuestras Diócesis, viva en este tiempo, el misterio tan hermoso del Primado de Pedro, en la persona del Papa Francisco.

Por eso, en esta significativa Celebración Eucarística, expreso mi comunión, fidelidad y solidaridad al Papa Francisco, a quien agradezco su serenidad y paz ante las acusaciones que injustamente se le han atribuido; y los invito a todos los presentes, y a quienes llegue este mensaje, a unirnos especialmente en oración a Dios, Nuestro Padre, para que  fortalezca al Papa Francisco con la asistencia del Espíritu Santo, y lo llene de confianza en las palabras que Jesucristo dirigió a Pedro, y en ellas a sus sucesores: tú eres Pedro, y y sobre esta roca edificaré mi Iglesia y los poderes del mal no la vencerán (Mt. 16,18).

Encomendamos al Papa Francisco, a nuestra querida Madre y Reina de México, María de Guadalupe que lo acompañe y proteja, y nos ayude a mantener, como Pueblo de Dios, la comunión y unidad eclesial. Que así sea.