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Homilía de la Misa de la Cena del Señor

  Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido (1Cor 11,23). Así afirma San Pablo en la Segunda Lectura que hemos escuchado, y podemos descubrir que esta acción de transmisión de lo recibido está también presente en cada una de las lecturas de hoy. Este tema de la transmisión –ahora considerando la fe, […]

 

Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido (1Cor 11,23).

Así afirma San Pablo en la Segunda Lectura que hemos escuchado, y podemos descubrir que esta acción de transmisión de lo recibido está también presente en cada una de las lecturas de hoy. Este tema de la transmisión –ahora considerando la fe, que es lo que celebramos esta tarde: la fe en Jesucristo Salvador– es de suma importancia dadas las condiciones sociales en las que vivimos.

En muchos de los casos, nuestras familias se encuentran en crisis. La cuna de la experiencia del amor no cumple cabalmente su misión, dados los contextos socio-culturales que nos ha tocado vivir. Y nuestra obligación de transmitir la fe que recibimos –como lo hace aquí San Pablo–, sigue siendo una exigencia que nos pide Dios.

¿Cómo hacerlo? ¿De qué manera podemos transmitir a las nuevas generaciones lo que para nosotros ha significado la importancia de la vida y de nuestra manera de vivirla?

La Primera Lectura nos ayuda a entender el rito de la Cena Pascual –que hasta el día de hoy nuestros hermanos de la comunidad judía lo celebran tal como está narrado en el Libro del Éxodo–, como un instrumento para transmitir la experiencia vivida de la intervención que Dios tuvo con su pueblo. Por eso dice: es el paso del Señor, es el camino que vivió el Pueblo de Israel para ser libre, saliendo de la esclavitud de Egipto, y para asumir como propia la tierra prometida. El recuerdo de ese acontecimiento se realiza de nuevo en la conciencia de los miembros de la familia a través del rito de la Cena Pascual. Vemos entonces que los ritos son una manera concreta de ayudarnos a transmitir la fe.

Lo que narra San Pablo es precisamente lo que hacemos aquí: recordar la Última Cena, en la cual Jesús le deja en herencia a su incipiente Iglesia (la comunidad de los apóstoles), una presencia sacramental, un signo que simboliza, a través del pan y del vino, la presencia real de su Cuerpo y de su Sangre, separados el pan del vino, para significar la muerte: el paso que da Jesús al asumir la Cruz, y morir en ella.

Ese pan y ese vino, a través de estas palabras que recogen las mismas palabras de Jesús, nos recuerdan esa experiencia en la persona de Jesucristo, de haber asumido la voluntad de Dios en su persona, haberse entregado hasta la muerte en la Cruz, y Dios interviene resucitándolo, dándole de nuevo la vida.

Tenemos un rito que nos recuerda un acontecimiento, y esto lo vemos complementado en la Lectura del Evangelio: Jesús, en esa Última Cena –nos cuenta el Evangelista Juan– también deja un rito: lavar los pies a doce de sus discípulos, que se resistían –particularmente quien era la cabeza: Pedro– al ver a su Maestro, a quien amaban y respetaban profundamente, que les lavaba los pies.

Ese rito nos indica un acontecimiento: Jesucristo vino al mundo para clarificar nuestra misión: la razón de nuestra vida es servir a los demás. Todas nuestras potencialidades, nuestras capacidades, conjugadas con las de los demás, deben estar para el bien del prójimo, para el bien de nuestro pueblo, para el bien de nuestra sociedad.

De manera que tenemos estos dos signos: la Cena Pascual, que se celebra en la Eucaristía, y el Lavatorio de pies, que nos recuerda que el servir a los demás es el camino para experimentar la presencia del Espíritu en nuestra persona, para sentir esa paz interior que nos da la tarea cumplida, y la satisfacción de haber hecho las cosas que nos toca hacer.

Eso es lo que celebramos esta tarde: ritos que nos recuerdan cómo el Espíritu de Dios nos conduce, nos fortalece, nos consuela, nos motiva a servir a los demás. Rito y experiencia son el camino para transmitir a las nuevas generaciones, el porqué hacemos esto, lo que significa para nosotros, y así podemos dar el testimonio tan indispensable.

La fe no crece ni se desarrolla simplemente por el aprendizaje de una doctrina, es conveniente y auxilia; pero la fe se transmite y queda en el corazón, cuando hay testimonio de quienes vivimos esa fe, y movidos por esa fe, entregamos generosamente nuestro tiempo, nuestras posibilidades y nuestras maneras de auxilio a los que más nos necesitan.

Las generaciones de hoy, más que en otras ocasiones, más que en otros tiempos, necesitan de nosotros, de nuestro testimonio.

Pidámosle al Señor esta tarde, que al observar este rito que a continuación haremos, y al participar de esta Eucaristía, encontremos también nosotros la motivación necesaria para vivir la caridad y el amor al prójimo.

¡Que así sea!

+Carlos Cardenal Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México

29 de marzo del 2018 en la Catedral Metropolitana de México.