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 página 6 L’OSSERVATORE ROMANO domingo 21 de noviembre de 2021 Beatificados en España tres monjes capuchinos
El martirio nace del Espíritu
 Tres consagrados con trayectorias y experien- cias humanas diferentes, pero con el segui- miento de San Francisco de Asís y el martirio en común: son los frailes menores capuchi- nos —víctimas de la persecución religiosa que se desató con gran furor durante la Guerra Civil española— Benet de Santa Coloma de Gramenet, Josep Oriol da Barcelona y Do- mènech da Sant Pere de Riudebittles. El car- denal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, los ha beatificado esta mañana, sábado 6 de noviembre, en nombre del papa Francisco, en la basílica de Santa María de la Seu de Ma- nresa.
Cuando estalló la guerra civil y su convento fue ocupado, devastado e incendiado por los milicianos, recordó el cardenal, los tres hom- bres, “obedeciendo las instrucciones de sus superiores religiosos, buscaron un refugio hospitalario”, pero fueron buscados y captu- rados, y luego “sometidos a palizas y humilla- ciones”. Al padre Benet también “se le pidió que blasfemara y negara su fe en Cristo”. To- dos ellos, señaló el cardenal, “fueron conde- nados a muerte sin juicio alguno, pero sólo por ser cristianos”. Y así, como escribe el au- tor de la Carta a los Hebreos, “aceptaron con alegría ser despojados de todo ‘sabiendo que poseían bienes mejores y duraderos’”. (Heb 10, 32-34).
Su historia, añadió Semeraro, “se parece a la de todos los demás mártires; sin embargo, aunque se haya repetido durante siglos hasta hoy en la historia de la Iglesia, es siempre una historia singular”, porque cada uno es, “ante Dios, único e irrepetible y, en Jesucristo, siempre llamado por su propio e inconfundi- ble nombre” (cf. Juan Pablo II , Christifideles laici, n. 28)".
En el rostro de cada mártir, señaló el prefecto, encontramos “una mirada original a través de la cual podemos vislumbrar un rasgo del ros- tro de Cristo: es siempre él, en efecto, quien concede a cada uno la firmeza de la perseve- rancia y da la victoria en el combate (cf. Prefa- cio II de los Santos Mártires)”. El mártir lleva “siempre y en todo lugar en su propio cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en su cuerpo (cf. 2 Co 4,10)”.
El cardenal subrayó entonces que la relación “de morir y vivir con Cristo es, en el mártir, inseparable de morir y vivir con la Iglesia”: más concretamente, “con cada Iglesia parti- cular y cada ecclesiola in Ecclesia donde y por la que el mártir da su vida”. Sería insufi- ciente, en efecto, “una relación entre Cristo y el mártir que no pase por la que tiene con la Iglesia”. Si todo martirio, “desde hace dos mil años hasta hoy, inaugura la primavera de la Iglesia, es porque el mártir cumple lo que falta a las aflicciones de Cristo en su propia carne, por el bien de su cuerpo que es la Igle- sia (cf. Col 1,24)”. El sacrificio de Cristo es ciertamente perfecto, “no necesita ningún añadido porque se ha cumplido una vez para todas”, señaló el cardenal. En el templo de su cuerpo que es la Iglesia, sin embargo, “falta algo que se exige a todo creyente y es la mar- tyria, es decir, el testimonio del derrama- miento de sangre”. En cuestión, precisó, “no es el martirio a ultranza, del que la Iglesia siempre ha tratado de evitar derivas peligro- sas”. De hecho, en la “furia de la tormenta, in- cluso nuestros benditos mártires buscaron re- fugio con los amigos”. Lo que está en juego, más bien, es “el testimonio que da fecundi- dad a la vida de la Iglesia; la hace capaz de ser
madre que da la fe” y, al mismo tiempo, “hija generada por la fidelidad del testimonio”.
A continuación, el Prefecto destacó un aspec- to decisivo: el hecho de que “en todo martirio no actúa un espíritu humano, sino el Espíritu Santo, del que proceden el amor sincero y la palabra de verdad (cf. 2 Co 6,7)”. Es el Espíri- tu quien “santifica al creyente haciéndolo tes- tigo o mártir de la verdad”. El martirio, en efecto, “no nace del yo, del desprecio de la vi- da o de una forma de heroísmo extremo”, si- no “de la acción vivificante del Espíritu de santidad”. Cuando el Espíritu “ensombrece la vida del discípulo, éste se convierte en tes- tigo en todas partes: en cualquier espacio y tiempo al que pertenezca”. Más aún cuando se trata de “una cuestión de martirio”. Por tanto, para atravesar la muerte en función de la vida, “es necesario que el Espíritu actúe, para que los que tienen el Espíritu de santi- dad permanezcan felices, incluso cuando es- tán afligidos”. Porque aunque “son pobres, son capaces de enriquecer a muchos, y aun- que no tienen nada, lo poseen todo (cf. 2 Cor 6,10)”. El honor concedido a los tres beatos mártires, por tanto, “invierte de forma im- pensable pero cierta el proceso de la vida y la muerte”, concluyó el celebrante.
 La ceremonia de beatificación (foto de Guillermo Simón-Castellví)

























































































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