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 domingo 3 de diciembre de 2023
L’OSSERVATORE ROMANO
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  da la humanidad, para que todos sean una sola cosa (cfr Jn 17,22). ¡Cuánto necesita nuestro mundo volver a encontrar en tal abrazo unidad y paz!
Pasamos al segundo punto: la san- tidad familiar. Esta resplandece eminentemente en la Santa Familia de Nazaret (cfr Gaudete et exsultate, 143). Y sin embargo la Iglesia hoy propone muchos otros ejemplos: «matrimonios santos, donde cada uno fue un instrumento de Cristo para la santificación del cónyuge» (ibid. 141). Pensemos en los santos Luis y Celia Martin; los beatos Luis y María Beltrame Quattroc- chi; los venerables Tancredi y Giu- lia de Barolo; los venerables Sergio y Domenica Bernardini. La santi- dad de los esposos, además de la santidad particular de dos personas distintas, es también santidad co- mún en la conyugalidad: por tanto multiplicación – y no simple adic- ción – del don personal de cada uno, que se comunica. Y un ejem- plo luminoso de todo esto – como mencioné al principio – se nos ofreció recientemente en la beatifi- cación de los esposos Jozef y Wi- ktoria Ulma y de sus siete hijos:
todos mártires. También ellos nos recuerdan que «la santificación es un camino comunitario, de dos en dos» (ibid.), y no solos. Actuar siempre en comunidad.
Y llegamos así al tercer punto: la santidad martirial. Es un modelo fuerte, del que tenemos muchos ejemplos a lo largo de la historia de la Iglesia, de las comunidades de los orígenes hasta la época mo- derna, a lo largo de los siglos y en varias partes del mundo. No hay un periodo que no haya tenido a sus mártires, hasta nuestros días. Y nosotros pensamos que estos márti- res son cosas que no existen. Pero pensemos en un caso de vida cris- tiana vivida en un martirio conti- nuo: el caso de Asia Bibi, que du- rante muchos años estuvo en la cárcel, y la hija le llevaba la Euca- ristía. Muchos años hasta el mo- mento en el que los jueces dijeron que era inocente. ¡Casi nueve años de testimonio cristiano! Es una mujer que sigue viviendo, y son muchos, muchos así, que dan testi- monio de la fe y de la caridad. ¡Y no nos olvidemos que también nuestro tiempo tiene muchos már- tires! A menudo se trata de «comu-
nidades enteras que vivieron heroi- camente el Evangelio o que ofre- cieron a Dios la vida de todos sus miembros» (ibid.). Y el discurso se amplía ulteriormente si considera- mos la dimensión ecuménica de su martirio, recordando los pertene- cientes a todas las confesiones cris- tianas (cfr ivi, 9). Pensemos por ejemplo en el grupo de los vein- tiún mártires coptos recientemente incluidos en el Martirologio roma- no. Morían diciendo: “Jesús, Je- sús”, en la playa.
Queridos hermanos y hermanas, la santidad da vida a la comunidad y vosotros, con vuestro trabajo, nos ayudáis a entenderlo y a celebrar cada vez mejor la realidad y las di- námicas, en los numerosos y varios caminos que consideráis y propo- néis a nuestra veneración; diferen- tes, pero todos dirigidos a la mis- ma meta: la plenitud del amor. Es- te es el camino de la santidad.
Os agradezco mucho por esto y os animo a seguir con alegría vuestra hermosa misión, por el bien de los individuos y por el crecimiento de las comunidades. Os bendigo de corazón y, os pido, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!

























































































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