Virgen de Guadalupe

San Juan Diego: ¿qué se sabe del mensajero de la Virgen de Guadalupe?

San Juan Diego Cuautlatoatzin, palabra náhuatl que significa Águila que habla, nació hacia 1474 en la etnia chichimeca-tolteca, en Cuauhtitlán que pertenecía al reino de Texcoco. Y al término de la conquista española fue bautizado junto con su esposa llamada María Lucía, después de 1524 que es el año en el que llegaron los primeros 12 franciscanos con un programa de evangelización.

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¿Por qué se le apareció la Virgen de Guadalupe a Juan Diego?

La Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se plasma en la tilma de Juan Diego cuando éste cargaba las flores que había cortado en la punta del cerro del Tepeyac, como se lo ordenó la Virgen y posteriormente, Ella misma acomodó estas hermosas y extraordinarias flores con sus propias manos y manda a Juan Diego llevar esta señal al Obispo.

Cuando el mensajero fiel de la Virgen llegó hasta el Obispo, cabeza de la Iglesia, a quien le entrega estas flores que son la señal que ahora le pertenece; por lo que Juan Diego le entrega la verdad que pertenece ahora al Obispo; y la gran sorpresa es que con estas flores se ha plasmado la imagen de la misma Reina del Cielo en la humilde tilma de Juan Diego; por lo que Ella misma decora la pobre tilma, cubriendo y abrazando con tanto amor a su dueño, es decir al pueblo humilde representado por Juan Diego, es un pueblo verdaderamente noble, ya que el ser humano es hijo de Dios, esta es la identidad real y verdadera que, gracias a la Madre de Dios, se recobra.

Viene a ser una Imagen que proclama la verdad impresa en el corazón de un indio que se ha dejado unir a la verdad de Dios; y no sólo eso, sino que es un indio que goza de la confianza de lo divino, ha sido rescatado en la unidad de su propia persona y en su dignificación; es decir, para Dios, Juan Diego, el indio, es digno de todo crédito, para ser el mensajero de esta verdad que está en su propia persona.

¿Cuál es la verdadera historia de Juan Diego?

La principal fuente de información sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indígena Juan Diego y a su tío Juan Bernardino, es el Nican Mopohua, escrito de 36 páginas redactadas en náhuatl por Antonio Valeriano, un indígena noble y letrado que estudió en el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco y ayudó a Fray Bernardino de Sahagún, sin embargo, la propia historia de México nos permite intuir algunos pasajes de la vida del vidente del Tepeyac.

Es imposible saber qué hacían Juan Diego y su tío paterno en los turbulentos días de la Conquista; sin embargo, debieron ser testigos o al menos estar enterados de algunos de ellos dada la vecindad que tenían en Texcoco y Cuautitlán.

Cuando los españoles huyeron de Tenochtitlan la noche del 30 de junio de 1520, tomaron por la calzada de Tacuba, y se enfilaron hacia Cuauhtitlán, el pueblo natal de Juan Diego. Más adelante, en Otumba, los españoles libraron una feroz batalla de la cual salieron con vida de milagro y se refugiaron en Tlaxcala.

Luego, Hernán Cortés volvió a atacar Tenochtitlán y tomó a Texcoco como centro de operaciones, y Coanacochtzin, su Señor, aunque aparentemente se rindió, escapó con mucha gente hacia México por lo que Cortés impuso en el gobierno a uno de sus prisioneros: Ixtlixóchitl, quien fue bautizado como Fernando, y que era hermano bastardo de otro noble texcocano que se llamaba Tecocoltzin.

Después de la batalla de Iztapalapa, hacia el 1° de enero de 1521, dos pueblos del señorío de Texcoco se pusieron a las órdenes de Cortés: Huexotla y Cuauhtitlán, lo que abrió las puertas a la evangelización de la zona, y antes de atacar Tenochtitlán, pasaron por Xaltocan, Cuauhtitlán, Tenayuca, Azcapotzalco y Tacuba. Luego una fracción del ejército se fue sobre pueblos del actual Morelos, Xochimilco y Coyoacán, y Cortés volvió a pasar por Cuauhtitlán. 

Es imposible pensar que Juan Diego y su tío, a poco menos de 39 kilómetros que separan a Tulpetlac de Cuauhtitlán, permanecieran ajenos a tales acontecimientos, por más que él fuera un macehual, gente de campo nacido entre milpas que en tiempos de paz trabajaría sus propias tierras y la parcela de algún señor principal de Texcoco, y como la educación indígena era diferencial, en las guerras solo intervenían militares experimentados. Cuando cayó Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, Juan Diego tendría 47 años y en los parámetros indígenas, a esa edad ya era visto como un hombre mayor. Sahagún, por ejemplo, cita: “La gente que era de 50 años abajo ocupábanlos en muchos ejercicios de noche y de día.”

Texcoco nuevamente fue protagónico cuando Fray Pedro de Gante comenzó sus prédicas en la zona chichimeca en 1523, y un año después, cuando llegaron los primeros 12 franciscanos; Juan Diego tendría 50 años, de modo que su conversión fue tardía, entre 1524 y 1528. La catequesis privilegiaba a los indios nobles por ser líderes de sus comunidades, y Juan Diego tenía casas y tierras heredadas de sus padres y abuelos, no obstante, era un macegual, gente común. Juan Diego asistió al catecismo en Tlatelolco, donde estaba el gran mercado de México, para convertirse en cabeza de una comunidad de nuevos creyentes, para ser un Teomama: “El que carga al Dios” y al mismo tiempo, en Amoxhua, el guardián de los códices, en este caso, de la tilma.

Este cúmulo de vivencias no figuran en el Nican Mopohua pero nos ayudan a entender algunos episodios de la vida de Juan Diego, sin embargo, su formación indígena se ve reflejada en este documento pues Antonio Valeriano, su autor, retomó las palabras que repetía el Vidente a quienes visitaban la ermita y dejó ver el mundo indígena en el que ambos fueron formados.

Peregrino disfrazado de San Juan Diego, el primer santo indígena de México. Foto: María Langarica

¿Qué pasó con el indio Juan Diego?

Por lo demás, se sabe que su esposa María Lucia murió en 1529, y Juan Diego en 1548, el mismo año que falleció el obispo Fray Juan de Zumárraga.

Después de profundos estudios y agudas polémicas, Juan Diego fue beatificado en la Basílica de Guadalupe por San Juan Pablo II el 6 de mayo de 1990, y canonizado el 31 de julio de 2002. 

Carlos Villa Roiz

Estudió Periodismo y Comunicación Colectiva en la UNAM. Con 30 años de experiencia en periodismo, se ha especializado en la cobertura religiosa, trabajando en Televisa S.A. y Televisión Azteca. En 1997, recibió el Premio Nacional de Periodismo del Club de Periodistas de México. Ha realizado reportajes en cuatro continentes, incluyendo coberturas significativas como el Jubileo del año 2000 en Roma, los funerales de Juan Pablo II, el viaje de Juan Pablo II a Tierra Santa y el Encuentro Mundial de la Juventud en Sydney. Fue Jefe de Prensa durante el VI Encuentro Mundial de las Familias en México. Además, ha colaborado en publicaciones como Época, Última Moda e Impacto, donde mantiene columnas sobre cultura religiosa. Ha escrito varios libros, entre ellos "El Agua del destino" y "Popocatépetl: Mito, ciencia y cultura". También es comentarista en programas de radio.

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