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Papa: trabajar infatigablemente por el bien de la familia humana

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Tal como estaba previsto, en la Jornada Mundial de la Alimentación, el Papa Franciscovisitó – el tercer lunes de octubre – la sede de la FAO, es decir, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. La celebración de este año tiene por tema: “Cambiar el futuro de la emigración. Invertir en la seguridad alimentaria y en el desarrollo rural”.

El Obispo de Roma fue recibido a su llegada por su Director General, el Dr. José Graziano da Silva y por el Observador Permanente de la Santa Sede ante las Organizaciones y los Organismos de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, Mons. Fernando Chica Arellano.  Ante todo, en el atrio de esta institución se descubrió la escultura que el Papa Bergoglio regaló a la FAO, después de lo cual Francisco conversó brevemente con los principales dirigentes, y tras firmar el Libro de Honor, el Santo Padre se dirigió al segundo piso del edificio, donde saludó a otras personalidades, entre las cuales al Presidente de Madagascar, y diversos embajadores y ministros.

Por último, en la Sala Plenaria, tras la apertura de este encuentro, que contó con la proyección del video sobre el tema de esta Jornada Mundial, y después de las palabras de introducción del Director General de la FAO, el Santo Padre dirigió su amplio discurso que pronunció en nuestro idioma.

En cuatro puntos, el Pontífice expuso su pensamiento acerca de este gran problema que afecta a los más pobres del planeta. Ante todo recordó que la celebración de esta Jornada Mundial alude al 16 de octubre del año 1945 en que los gobiernos de aquella época – decididos a eliminar el hambre en el mundo mediante el desarrollo del sector agrícola – instituyeron la FAO. Y lo hicieron en un período de grave inseguridad alimentaria y de grandes desplazamientos de la población, con millones de personas buscando un lugar para poder sobrevivir a las miserias y adversidades causadas por la guerra.

El Papa se refirió a la relación entre el hambre y las migraciones afirmando que “sólo se puede afrontar si vamos a la raíz del problema”. Y ante la pregunta de ¿cómo se pueden superar los conflictos?, dijo: “El derecho internacional nos indica los medios para prevenirlos o resolverlos rápidamente, evitando que se prolonguen y produzcan carestías y la destrucción del tejido social. Pensemos en las poblaciones martirizadas por unas guerras que duran ya decenas de años, y que se podían haber evitado o al menos detenido, y sin embargo propagan efectos tan desastrosos y crueles como la inseguridad alimentaria y el desplazamiento forzoso de personas. Se necesita buena voluntad y diálogo para frenar los conflictos y un compromiso total a favor de un desarme gradual y sistemático, previsto por la Carta de las Naciones Unidas, así como para remediar la funesta plaga del tráfico de armas. ¿De qué vale denunciar que a causa de los conflictos millones de personas sean víctimas del hambre y de la desnutrición, si no se actúa eficazmente en aras de la paz y el desarme?”.

El Pontífice destacó que los estudios realizados por las Naciones Unidas, como tantos otros llevados a cabo por Organizaciones de la sociedad civil, concuerdan en que son dos los principales obstáculos que hay que superar: “los conflictos y los cambios climáticos”. Y afirmó textualmente:

“Estamos llamados a proponer un cambio en los estilos de vida, en el uso de los recursos, en los criterios de producción, hasta en el consumo, que en lo que respecta a los alimentos, presenta un aumento de las pérdidas y el desperdicio. No podemos conformarnos con decir ‘otro lo hará’”.



El Santo Padre manifestó asimismo que piensa que estos son los presupuestos de cualquier discurso serio sobre la seguridad alimentaria relacionada con el fenómeno de las migraciones. “Está claro que las guerras y los cambios climáticos ocasionan el hambre, evitemos pues el presentarla como una enfermedad incurable. Las recientes previsiones formuladas por vuestros expertos contemplan un aumento de la producción global de cereales, hasta niveles que permiten dar mayor consistencia a las reservas mundiales. Este dato nos da esperanza y nos enseña que, si se trabaja prestando atención a las necesidades y al margen de las especulaciones, los resultados llegan. En efecto, los recursos alimentarios están frecuentemente expuestos a la especulación, que los mide solamente en función del beneficio económico de los grandes productores o en relación a las estimaciones de consumo, y no a las reales exigencias de las personas. De esta manera, se favorecen los conflictos y el despilfarro, y aumenta el número de los últimos de la tierra que buscan un futuro lejos de sus territorios de origen”.

Ante esta situación el Papa afirmó con fuerza que “podemos y debemos cambiar el rumbo”, tal como él mismo lo ha escrito en su Encíclica sobre el cuidado de la casa común, Laudato si’. Y si bien “reducir es fácil”, mientras “compartir, en cambio, implica una conversión”, lo que representa algo exigente, el Santo Padre se hizo a sí mismo y a los presentes otra pregunta:

“¿Sería exagerado introducir en el lenguaje de la cooperación internacional la categoría del amor, conjugada como gratuidad, igualdad de trato, solidaridad, cultura del don, fraternidad, misericordia? Estas palabras expresan, efectivamente, el contenido práctico del término ‘humanitario’, tan usado en la actividad internacional. Amar a los hermanos, tomando la iniciativa, sin esperar a ser correspondidos, es el principio evangélico que encuentra también expresión en muchas culturas y religiones, convirtiéndose en principio de humanidad en el lenguaje de las relaciones internacionales”.

En cuanto al trabajo diplomático necesario para que todo esto se tenga en cuenta a la hora de elaborar el Pacto mundial para una migración segura, regular y ordenada, que se está realizando actualmente en el seno de las Naciones Unidas, Francisco pidió: “Prestemos oído al grito de tantos hermanos nuestros marginados y excluidos: «Tengo hambre, soy extranjero, estoy desnudo, enfermo, recluido en un campo de refugiados». Es una petición de justicia, no una súplica o una llamada de emergencia. Es necesario que a todos los niveles se dialogue de manera amplia y sincera, para que se encuentren las mejores soluciones y se madure una nueva relación entre los diversos actores del escenario internacional, caracterizada por la responsabilidad recíproca, la solidaridad y la comunión”.

Por último y antes de despedirse, el Papa Francisco recordó que “la Iglesia Católica, con sus instituciones, teniendo directo y concreto conocimiento de las situaciones que se deben afrontar o de las necesidades a satisfacer, quiere participar directamente en este esfuerzo en virtud de su misión, que la lleva a amar a todos y la obliga también a recordar, a cuantos tienen responsabilidad nacional o internacional, el gran deber de afrontar las necesidades de los más pobres”.

Y concluyó deseando que cada uno descubra, “en el silencio de la propia fe o de las propias convicciones”, las motivaciones, los principios y las aportaciones para infundir en la FAO, y en las demás Instituciones intergubernamentales, el valor de mejorar y “trabajar infatigablemente por el bien de la familia humana”.





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