El Papa: El Sínodo de los Obispos al servicio del Pueblo de Dios
Dos semanas antes del comienzo del Sínodo de los Obispos dedicado a los jóvenes, se publicó la Constitución Apostólica del Papa Francisco Episcopalis communio sobre la estructura del organismo establecido por Pablo VI en 1965.Vatican NewsGiada Aquilino – Ciudad del VaticanoLa consulta al Pueblo de Dios y una Iglesia sinodal en la que el ejercicio […]
- Dos semanas antes del comienzo del Sínodo de los Obispos dedicado a los jóvenes, se publicó la Constitución Apostólica del Papa Francisco Episcopalis communio sobre la estructura del organismo establecido por Pablo VI en 1965.
Giada Aquilino – Ciudad del Vaticano
La consulta al Pueblo de Dios y una Iglesia sinodal en la que el ejercicio del primado petrino podrá también recibir mayor luz. Son éstas algunas de las características de la Constitución Apostólica Episcopalis communio sobre la estructura del Sínodo de los Obispos, que el Papa Francisco fechó el 15 de septiembre, es decir, a menos de un mes -el 3 de octubre- del inicio de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema “Jóvenes, fe y discernimiento vocacional“.
Por el bien de toda la Iglesia
Después de recordar como la institución fue decidida por el Papa Pablo VI el 15 de septiembre de 1965 y que sigue siendo “uno de los legados más preciosos del Concilio Vaticano II”, Francisco subraya la “colaboración efectiva” del Sínodo de los Obispos con el Romano Pontífice en asuntos de mayor importancia, aquellos que “requieren especial ciencia y prudencia para el bien de toda la Iglesia”. En un momento histórico en el que la Iglesia entra en una nueva “etapa evangelizadora” a través de un “estado permanente de misión”, el Sínodo de los Obispos está llamado a “convertirse cada vez más en un canal adecuado” para la evangelización del mundo de hoy.
La Secretaría General
El Papa Montini ya había previsto que, con el paso del tiempo, esta institución habría podido ser perfeccionada: en el 2006 fue la última edición del Ordo Synodi, promulgada por Benedicto XVI. En particular, la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, compuesta por el Secretario General y un Consejo especial de Obispos, fue instituida y gradualmente fortalecida en sus funciones.
Preocupación del episcopado por todas las Iglesias
Dada la eficacia de la acción sinodal “ante cuestiones que requieren una acción oportuna y concertada de los pastores de la Iglesia”, en los últimos años ha crecido el deseo de que el Sínodo se convierta aún más en “una manifestación particular y una realización eficaz de la preocupación del episcopado por todas las Iglesias”, basado en la “firme convicción” de que todos los pastores están formados “para el servicio al Pueblo de Dios, al que ellos mismos pertenecen en virtud del sacramento del Bautismo”.
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La escucha
El obispo, reitera el Papa, es contemporáneamente “maestro y discípulo”, en un compromiso que es, a la vez, misión y escucha de la voz de Cristo que habla a través del Pueblo de Dios, para hacerlo “infalible en la fe”. También el Sínodo “debe convertirse cada vez más en un instrumento privilegiado de escucha del Pueblo de Dios”, mediante la consulta de los fieles de las Iglesias particulares, porque si bien es cierto que es un cuerpo esencialmente episcopal, también lo es que no vive “separado del resto de los fieles”. Es, pues, “un instrumento idóneo para dar voz a todo el Pueblo de Dios precisamente a través de los obispos”, “custodios, intérpretes y testigos de la fe”, mostrándose de Asamblea en Asamblea una expresión elocuente de la “sinodalidad” de la misma Iglesia, en la que se refleja una comunión de culturas diferentes. Gracias también al Sínodo de los Obispos, quedará más claro que existe una “comunión profunda” entre los Pastores y los fieles, y entre los propios Obispos y el Papa.
La unidad de todos los cristianos
La esperanza de Francisco es también que la actividad del Sínodo pueda “contribuir, a su manera, al restablecimiento de la unidad entre todos los cristianos, según la voluntad del Señor”. De este modo, ayudará a la Iglesia católica, según el deseo de San Juan Pablo II expresado en la encíclica Ut unum sint, a “encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar en modo alguno a lo esencial de su misión, se abra a una nueva situación”.