¿Cómo se llega a ser santo?
¿Todos podemos ser santos? ¿Qué se necesita para alcanzar la santidad? Todos estamos llamados a la santidad. Esto es lo que debes saber.
Adolfo Prieto es licenciado en Administración de Empresas por la Universidad Iberoamericana; tiene una segunda licenciatura en Ciencias Religiosas por la Universidad Pontificia de México y la Universidad La Salle; una maestría por en Ciencias de la Familia por el Instituto Juan Pablo II de la Universidad Anáhuac y otra en Teología por la Universidad Lumen Gentium. Actualmente cursa un doctorado en Teología Espiritual.
Todos estamos llamados a la santidad. La santidad, podríamos decir que es el estado de consagrado o dedicado a Dios, lo que implica llevar una vida de virtud, moralidad y devoción espiritual de acuerdo a las enseñanzas de Jesús, convirtiéndonos, en unión con Cristo, para vivir como hijos de Dios con la gracia del Espíritu Santo. “La voluntad de Dios es nuestra santificación” (1 Ts 4, 3).
La Conferencia Episcopal Española, en el año 2023, en su segundo Congreso del Dicasterio de las causas de los santos, deja claro que a partir de la constitución Lumen Gentium, que ha reflexionado sobre la vocación a la santidad es “esencialmente comunitaria porque tiene su origen en Dios Trinidad, por consecuencia en el cuerpo místico de Cristo, que es la santa Iglesia. A su vez, cada bautizado responde con su santidad personal y nutrido por la vida sacramental y la escucha de la Palabra” (LG; TL).
Te recomendamos: “Sin alegría no hay santidad”: Papa Francisco en Día de Todos los Santos
Para ser santo es necesario, primero, ser bautizado, porque es en el bautismo donde recibimos el don de la gracia santificante y nos integramos como miembros del cuerpo místico de Cristo, herederos del Reino de los Cielos. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 2023): “La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla”, por lo tanto, todo bautizado es SANTO, porque “nos hace agradables a Dios” (CIC 2024), pero por el pecado perdemos la santidad, manchando el alma, la cual podemos limpiar gracias al sacramento de la Reconciliación.
El bautismo realiza en nosotros dos efectos fundamentales, el primero la purificación y el segundo el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo, “… En verdad, en verdad te digo: el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.” (Jn 3,5)
Cada persona bautizada recibe, por el sacramento de la Confirmación, los dones, en plenitud, del Espíritu Santo, que actúan en nosotros para alcanzar la santidad, llamándose confirmación porque confirma y refuerza la gracia. “La Confirmación perfecciona la gracia bautismal” (CIC 1316)
También, Dios, dota a la persona de diferentes carismas, los cuales unidos a los dones recibidos de cada quien, van conformando la Iglesia con diferentes formas y modos de actuar, logrando de esta manera la convivencia de la comunidad eclesial.
Dependiendo de la manera que vivamos nuestros dones y carismas, iremos descubriendo en nosotros diferentes formas de vivir nuestra espiritualidad y finalmente nuestra mística, con la cual alcanzaremos la santidad de manera plena.
El libro, “Santoral” de ediciones CLASA, nos explica las etapas para ser considerado santo: A la primera etapa se le llama, Siervo de Dios; a la segunda, Venerable; a la tercera, Beato o Bienaventurado y a la última etapa Santo. En total hay más de 400 registrados en los relatos llamados hagiográficos, de acuerdo con el Martirologio oficial que corresponde al calendario litúrgico romano.
Pero ¿qué entendemos por don, carisma, espiritualidad y mística?
En la Lumen Gentium (32), una de las constituciones mas importantes del Concilio Vaticano II, centrada en la naturaleza y misión de la Iglesia, nos dice: “Si bien en la Iglesia no todos van por el mismo camino, sin embargo, todos están llamados a la santidad y han alcanzado idéntica fe por la justicia de Dios (cf. 2 P 1,1)”, considerando que cada miembro de la Iglesia tiene diferentes dones y carismas.
El “don” y el “carisma” van en relación con la misión del Espíritu Santo en la Iglesia. Es decir, que el Espíritu Santo, los otorga a cada uno, según las necesidades del bien común y la edificación del cuerpo de Cristo. Son manifestaciones para la santificación de los creyentes y el servicio en el mundo. El Espíritu santo, distribuye estos dones y carismas “a cada uno en particular según quiere” (1 Cor 12, 11). Todo cristiano, por el hecho de haber sido bautizado, el Espíritu Santo le otorga a su parecer los dones o carismas que le son propios.
El don es un regalo de Dios que puede ser natural o sobrenatural, como los dones del Espíritu Santo; y el carisma es un don especial otorgado por el Espíritu Santo, para un propósito particular al servicio de los demás, hay carismas ordinarios como la enseñanza y la administración, y carismas extraordinarios como puede ser el don de lenguas, la profecía o algún otro tipo sobrenatural de manifestarse.
La Espiritualidad, en nuestro siglo XXI, se ha enfocado de manera particular a la espiritualidad liberadora de la teología latinoamericana (Teología de la liberación). El más pobre por delante de todo y de todos. La contemplación y la lectura meditada de la Palabra son partes esenciales de esta nueva espiritualidad.
La mística está relacionada con el misterio de Dios. Es la capacidad dada al hombre por parte de Dios para acercarse vivencialmente al misterio (P. Merino, I. Mejía, Universidad Santo Tomás Bogotá, Colombia), por lo tanto, es Dios y solo Dios, quien da al hombre la posibilidad de acercarse a Él, según su nivel de oración y misticismo.
Empezaremos en los siguientes capítulos a analizar a diferentes santos con el único fin de encontrar en ellos nuestra fuente de inspiración.