San Pedro de Alcántara fue un incansable predicador y místico franciscano. Conoce su vida, su legado y su amistad con Santa Teresa.
Los celadores y guardias nocturnos tienen un santo que los acompaña en sus jornadas laborales e intercede por sus necesidades: San Pedro de Alcántara.
Este santo franciscano es recordado por sus exigentes penitencias, sus escritos sobre la oración y la meditación, y por haber sido un gran amigo y consejero de Santa Teresa de Ávila.
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San Pedro de Alcántara nació en 1499, en el pueblo de Alcántara, España. Su padre fue gobernador de la región y su madre provenía de una familia piadosa y respetada. Desde joven mostró inclinación por la vida espiritual.
Durante sus estudios en la Universidad de Salamanca, se sintió atraído por el ejemplo de los franciscanos, quienes llevaban una vida de pobreza y oración. Ingresó a la orden y fue enviado al convento más austero, donde desempeñó tareas sencillas como portero, hortelano, barrendero y cocinero.
La vida de San Pedro de Alcántara se caracterizó por una severa disciplina. Su cuerpo y espíritu estaban totalmente dedicados a Dios: dormía de rodillas, apoyando la cabeza sobre un clavo para no ceder al sueño, y soportaba el frío como forma de penitencia.
Por su entrega nocturna a la oración, la Iglesia lo reconoce como patrono de los celadores y guardias nocturnos.
Con el tiempo moderó sus mortificaciones, pero fundó una nueva rama franciscana —los frailes de la estricta observancia, también llamados alcantarinos—, que promovían la penitencia, el silencio y la contemplación.
El Papa Pío IV aprobó oficialmente esta congregación, que pronto se extendió con numerosos conventos.
Aunque el santo fue atacado por esta nueva fundación, su nueva comunidad prosperó de manera significativa.
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San Pedro de Alcántara fue superior en varios conventos, donde se distinguió por su humildad y fidelidad a las reglas.
Su predicación era tan poderosa que bastaba su presencia para mover a la conversión. Prefería hablar a los pobres, en quienes veía una mayor apertura a la gracia de Dios.
Deseando una vida de soledad y contemplación, se retiró al convento de Lapa, donde escribió su célebre obra “Tratado de la Oración y la Meditación”, un texto que ha inspirado a santos como Santa Teresa de Ávila y San Francisco de Sales.
En 1560 conoció a Santa Teresa de Ávila, -también conocida como Santa Teresa de Jesús- quien lo buscó preocupada por las críticas a sus visiones místicas. Pedro la consoló, asegurándole que provenían de Dios, y la apoyó ante otros sacerdotes.
Su amistad fue decisiva para la fundación de los primeros conventos de las Carmelitas Descalzas. Santa Teresa lo menciona varias veces en sus escritos, y después de su muerte afirmó haberlo visto en la gloria celestial, diciendo:
“Felices sufrimientos y penitencias en la tierra, que me consiguieron tan grandes premios en el cielo”.
No fue la única ocasión en que la Santa tuvo visiones de él. Una vez escribió: “Lo he visto varias veces en la gloria y me ha conseguido enormes favores de Dios”.
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Murió de rodillas, en oración, recitando el salmo:
“¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!”.
Su testimonio sigue siendo un ejemplo de penitencia, oración y amor a la pobreza evangélica.
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