La belleza de llamarse León
La importancia de llamarse León está en su continuidad apostólica y en su servicio firme a Cristo, la Iglesia y el mundo.
La vinculación del nombre del nuevo Papa con el último predecesor que lo llevó fue rápida y evidente. El recuerdo y la importancia de León XIII cruzaron todo el siglo XX y hoy parece que se renueva.
Pero también recordemos al primer León, conocido como Magno con toda razón, pues frenó a Atila y evitó la destrucción de Roma, además de todo lo que teológica y pastoralmente hizo: baste recordar el Concilio de Calcedonia (451) cuyo fruto seguimos repitiendo en el Credo, domingo a domingo.
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Hay otro personaje que llevó el nombre de León y –curiosamente- muy cercano a Francisco, el hijo de Pedro Bernardone. Y tal cercanía entre aquellos que vivieron en Asís, puede ser pauta para los que ahora vinculamos en Roma.
Del Hermano León hay pocos datos biográficos bellamente compensados con lo que biógrafos han dicho de él: fue el más simple y puro entre los compañeros de San Francisco (Gemelli), tenía alma de niño (Cuthbert), era el más humilde y manso de los discípulos del Santo (Fortini). El mismo Francisco de Asís le llama “ovejuela de Dios” (y las ovejas huelen a oveja); se dice que tenía una “simplicidad columbina”, es decir, como de paloma. Ya habrá tiempo para volver con más abundancia al perfil del Hermano León.
Lo bello y especial del nuevo Papa va más allá de llamarse León XIV, pues lo mismo pudo haber tomado cualquier otro nombre y estaríamos haciendo especulaciones parecidas y hasta más exageradas.
La belleza de llamarse León consiste en que será un Papa en continuidad con toda la sucesión apostólica y no sólo de unos cuantos, inmediatos en el tiempo o más lejanos; será uno más con toda su singularidad y personalidad propia, sin que le estorben las expectativas o gustos de unos y otros; será un Papa que sin olvidar su origen y trayectoria (que si es estadounidense, que si habla perfecto español, que si fue total sorpresa), tendrá la mirada clara y firme en su porvenir al servicio de Cristo, de la Iglesia y del Mundo.
La belleza de llamarse León, y ser el décimo cuarto en la lista de los Papas, la estaremos saboreando en un pontificado lleno de luz, de verdad, de unidad, de paz, tal como inició su saludo en el balcón de la Basílica de San Pedro.
Permítanme lo siguiente a modo de broma muy seria: para la selva mundial en que vivimos, buen León nos ha enviado Dios, sin duda. Un León con olor a “ovejuela” de Dios.