Humilde y agradecido, Juan María, el Cura de Ars, tuvo por amigos a la Virgen y al ángel de la guarda, a quien le pedía rezar a Dios. En Desde la fe recogemos esa y otras simpáticas historias en torno a la fascinante vida del patrono de los sacerdotes.
Profundamente mariano y enamorado de la adoración eucarística, San Juan María Vianney dedicó toda su vida a Dios y está cargada de entrañables anécdotas. En algunas se evidencia su estupendo sentido del humor, mientras que en otras se constata su testimonio de amor y de fe.
El santo buscó aliados en su camino de santidad y acudía con frecuencia a los ángeles custodios. En efecto, antes de entrar al pueblo, de rodillas le pediría ayuda al ángel guardián de Ars, la región donde labraría su mayor fama.
Recién comenzaba el día, lo hacía con una oración agradecida. Más tarde rezaba de una forma muy particular. Según reseña Bernard Nodet en “La vida del Cura de Ars, sus pensamientos, su corazón”, cada noche, antes de dormir, hacía un peculiar encargo:
“Ofrece a Dios mis latidos mientras duermo”
“Ángel mío, te agradezco por haberme cuidado durante el día. Ofrece al Señor todos los latidos de mi corazón mientras duerno…”.
Al despertar, le saludaba de nuevo con otro mensaje de gratitud: “Te amo tiernamente. Tú me has cuidado durante la noche mientras yo dormía. Ahora, cuídame durante este día para que no tenga desgracias ni accidentes y no ofenda a Dios, al menos mortalmente”.
Juan María consideraba que para un ángel custodio era un extraordinario motivo de alegría el estar encargado de un alma pura. Pues “cuando un alma es pura, ¡todo el cielo la mira con amor”.
Y sostenía que están a nuestro lado “con la pluma en la mano para escribir nuestras victorias”. (Alfred Monin. Vida del Cura de Ars).
“Yo creía que convertía ladrones, pero…”
“Mucha gente consideraba al padre Vianney como un santo y quería tener alguna reliquia suya. Por eso, le robaban los objetos más diversos, desde las velas del altar hasta cosas personales.
La situación era tan apremiante que cuando se cortaba el cabello, “tenía cuidado en quemarlo para evitar que el barbero pudiera regalarlo”. Incluso, “en una ocasión, le cortaron hasta trozos de su sotana”.
“Viendo este afán por obtener recuerdos suyos como reliquias a toda costa, dijo un día con buen humor: Yo creía que convertía pecadores y resulta que fabrico ladrones”. (Condesa des Garets, P.O.)
“El cuarto rosario será para tu hija…”
“A una señora, que hablaba mucho, le preguntó: -Dígame, señora, ¿cuál es el mes del año en que habla usted menos? Ella le respondió que no sabía. Y él le aclaró, sonriendo: -Debe ser el mes de febrero, pues es el mes que tiene menos días que los demás.
“Sebastián Germain era muy conocido del santo cura y le había ayudado a misa muchas veces de niño. Un día de julio de 1859, fue a visitarlo y lo encontró en la plaza rezando el rosario. El padre Vianney, antes de que le explicase el motivo de su visita, le dijo:
“-Toma cuatro rosarios para tus hijos. -Pero señor cura, yo solo tengo tres hijos. -El cuarto será para tu hija. Al año siguiente, nacía la pequeña María que llenó de alegría el hogar”. (Francis Trochu en “El cura de Ars”).
“Cuando queramos obtener algo del buen Dios…”
“Dios le hizo conocer que uno de sus amigos difuntos estaba en el purgatorio. Durante la consagración, tomó la hostia entre sus dedos y dijo: Padre santo y eterno, hagamos un cambio. Tú tienes el alma de mi amigo en el purgatorio y yo tengo el cuerpo de tu Hijo entre mis manos.
“Libera a mi amigo y yo te ofrezco vuestro Hijo con todos los méritos de su Pasión. Y, al momento de la elevación, vio el alma de su amigo rebosante de alegría subir al cielo.
“Por eso, solía decir: Cuando queramos obtener algo del buen Dios, ofrezcamos a su Hijo con todos sus méritos y no nos podrá rehusar nada”. (cf Monin. Esprit du curé d’Ars).
“Esta medalla no puedo bendecirla”
Otro día, entró a la sacristía una persona de Lión acompañada de su hija de diez años y le presentó varios objetos de piedad para que los bendijera.
Vianney separó una pieza, diciendo: “Esta medalla no puedo bendecirla”. Había sido robada por la niña al pasar delante del mostrador de una tienda. (Annales de Ars. Marzo de 1906).
Tras un sermón, alguien le preguntó una vez: ¿Por qué, cuando usted reza casi no se le entiende y, cuando predica, usted habla fuerte y claro? “Porque cuando predico, hablo a sordos, a gente que duerme; mientras que cuando rezo, hablo con el buen Dios que no está sordo”. (cf Catalina Lassagne, Pequeña memoria sobre el reverendo Vianney).
“Dios mío, yo te amo, aumenta mi amor…”
Fray Atanasio afirma sobre él que cuando tenía dificultades se abandonaba en las manos de Dios “y me decía con sencillez que entonces se postraba ante el sagrario como un perrito a los pies de su amo”. (cf Proceso del Ordinario).
“Cuando oraba, decía palabras emotivas: ‘Dios mío, yo te amo, aumenta mi amor en mi corazón cada vez más, desde este momento hasta mi muerte’. Las decía con un acento tan vivo que todo el mundo se sentía empujado a amar más a Dios”. (cf Hipólito Pages, P.O.).
San Juan María Vianney “fue un mártir del confesionario, un adorador perpetuo de la Eucaristía” y un enamorado de la Virgen “a toda prueba” (P. Ángel Peña. Vida y Anécdotas del Cura de Ars).
Y su gran amiga, quien según múltiples testimonios se le aparecía, fue la Inmaculada Virgen María. En efecto, en una de sus frases más célebres, el santo dejó constancia: “Es mi más grande amor, la amaba aun antes de conocerla”.