El Papa Francisco dedica las últimas páginas de su Encíclica social Fratelli tutti, a la consideración de las diversas religiones porque, “a partir de la valoración (que hacen) de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad” (FT 271).
Nosotros los creyentes, tenemos como fundamento último a Dios, Padre de todos. Sin Él, no podríamos encontrar razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad pues la conciencia de ser hijos de un Padre común nos permite reconocernos como hermanos y vivir en paz entre nosotros (cf. FT 27): “Los creyentes de las distintas religiones sabemos que hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades. Buscar a Dios con corazón sincero, siempre que no lo empañemos con nuestros intereses ideológicos o instrumentales, nos ayuda a reconocernos compañeros de camino, verdaderamente hermanos” (FT 274).
Cuando el mundo moderno se aleja de los valores religiosos y da lugar al predominio del individualismo y de las filosofías que divinizan al hombre y ponen los valores mundanos y materiales en el lugar de los principios supremos y trascendentes, la sociedad entra en crisis. Por eso, la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen. Ella tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal. La Iglesia es un hogar entre los hogares, una casa de puertas abiertas. (cf. FT 275-276).
Los cristianos, tenemos como fuente el Evangelio de Jesucristo, manantial de dignidad humana y de fraternidad, pero valoramos también la acción de Dios en las demás religiones, de modo que no rechazamos nada de lo que hay en ellas de santo y verdadero. Por eso, mientras seguimos afianzando la unidad dentro de la Iglesia y propiciando el encuentro entre las distintas confesiones cristianas, pedimos que se respete la libertad religiosa para los creyentes de todas las religiones, como un derecho humano fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz (cf. FT 277. 279-280).
Entre las religiones es posible seguir un camino de paz. Los creyentes necesitamos encontrar espacios para conversar y para actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres; volvernos a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo (cf. FT 281-282).
El culto a Dios sincero y humilde no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, por eso nos oponemos al terrorismo que, de manera equivocada se presenta algunas veces en “nombre de la religión”, y que amenaza la seguridad de las personas, propagando el pánico, el terror y el pesimismo (cf. FT 283).
El Santo Padre hace luego memoria de su encuentro con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb donde en el llamamiento de paz, justicia y fraternidad que hicieron juntos, «declaramos —firmemente— que las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre… y “asumimos” la cultura del diálogo como camino, la colaboración común como conducta y, el conocimiento recíproco como método y criterio» (cf. FT 284-285].
Termina recordando al beato Carlos de Foucauld, un hombre de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos: “Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos, el hermano universal” (cf. FT 286). Él, “identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén” (FT 287).
Oración al Creador
Señor y Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear sociedades más sanas
y un mundo más digno,
sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que nuestro corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas. Amén.
Oración cristiana ecuménica
Dios nuestro, Trinidad de amor,
desde la fuerza comunitaria de tu intimidad divina
derrama en nosotros el río del amor fraterno.
Danos ese amor que se reflejaba en los gestos de Jesús,
en su familia de Nazaret y en la primera comunidad cristiana.
Concede a los cristianos que vivamos el Evangelio
y podamos reconocer a Cristo en cada ser humano,
para verlo crucificado en las angustias de los abandonados
y olvidados de este mundo
y resucitado en cada hermano que se levanta.
Ven, Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura
reflejada en todos los pueblos de la tierra,
para descubrir que todos son importantes,
que todos son necesarios, que son rostros diferentes
de la misma humanidad que amas. Amén.
Puedes leer la encíclica Fratelli Tutti completa aquí.
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