¿Qué hemos hecho con la esperanza del resucitado?
Quienes se atrevan a creer en el crucificado resucitado saben que ni la violencia, ni el odio o la muerte tendrán la última palabra.
Cuando Jesús murió en la cruz, sus discípulos cayeron en una profunda tristeza y en la desesperanza, pues a quien ellos habían seguido; quien pudo sanar enfermos y colmar de esperanza de los pobres y sencillos, quien ellos consideraban el Mesías, no solo había muerto, sino que había sido condenado por los sumos sacerdotes, por Pilato y finalmente humillado entre los crucificados. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué Dios había permitido esto? ¿Por qué no venció la cruz y se bajó de ella? ¿Acaso se había terminado su mensaje con su muerte?
Así caminaban los discípulos de Emaús, con el corazón roto y confundido, cuando Jesús se hizo presente en sus vidas y, comenzando por Moisés y los Profetas, les fue explicando el sentido de su muerte y cómo su testimonio de amor extremo era necesario para que todos comprendieran el inmenso amor que Dios nos tenía. Les dejó en claro que para quienes creen en Dios, el sufrimiento no tendrá la última palabra, pues por él, el pecado y la muerte han sido vencidos.
Poco a poco, estos discípulos fueron recobrando la esperanza, sintieron el amor de Dios y al final experimentaron la presencia de Jesús resucitado al partir el pan. Él estaba vivo, el Señor había resucitado, Dios no lo había abandonado; su palabra se había cumplido y ahora Jesús, el Mesías estaba con ellos para renovar su esperanza. Estos discípulos salieron corriendo, gozosos, a compartir su esperanza, Jesús había triunfado, Él estaba vivo.
Desde entonces, quienes se atrevan a creer en el crucificado resucitado saben que ni la violencia, ni el odio o la muerte tendrán la última palabra, pues Jesús ya las ha vencido.
Hoy, estamos viviendo tiempos complejos, la violencia ha invadido nuestra vida ordinaria y se está llevando la vida de nuestros jóvenes, la injusticia reina en muchas de nuestras relaciones, la polarización de la sociedad nos hace vernos como enemigos, y la indiferencia ha adormecido muchos corazones.
Frente a una perspectiva tan desoladora, ¿Cómo puede la esperanza cristiana ayudarnos a enfrentar nuestra realidad? ¿Es acaso un sueño irrealizable o una falsa esperanza? De ninguna manera, la esperanza en Jesucristo nos hace creer que todo este ambiente de violencia e indiferencia puede ser vencido si nos atrevemos a creer en el resucitado. Pero para que esta esperanza se haga realidad, Dios requiere de nuestras manos y nuestros corazones.
¿Quién se atreverá a dar testimonio de la esperanza del resucitado? ¿Quién dejará que sus decisiones, sus intenciones y sus acciones se vean inspiradas por el triunfo del resucitado? Somos los cristianos los que hemos de dar testimonio del triunfo de Jesucristo. Como los discípulos de Emaús, con nuestros corazones colmados de gozo por la presencia del resucitado, salgamos todos y hagamos viva nuestra esperanza de que Cristo vive, y ha vencido la muerte y el pecado.
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