Pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente
En realidad, la fuerza del Espíritu es lo fundamental para anunciar la verdad de Jesucristo.
En sus últimas catequesis, el Santo Padre Francisco ha querido tocar el tema de “la pasión por evangelizar” desde diferentes ángulos y perspectivas. Por otra parte, en días pasados, acompañamos a nuestro Arzobispo, el Sr. Cardenal Don Carlos Aguiar Retes, a celebrar sus 50 años de ministerio sacerdotal.
En este sentido, quisiera considerar dos de las catequesis en las que el Papa Francisco hace referencia explícita al Concilio Vaticano II, como un “eco” a las motivaciones que nuestro pastor nos ha hecho en su servicio a la Iglesia de la Arquidiócesis Primada de México.
La primera catequesis la tuvo Papa Francisco el 8 de marzo de este año, y en ella ha querido considerar de qué manera la Evangelización es un servicio eclesial: “Evangelizar siempre es un servicio eclesial, nunca solitario, nunca aislado, nunca individualista. La evangelización se hace siempre in ecclesia, es decir, en comunidad y sin hacer proselitismo porque eso no es evangelización”. La muestra más clara de este servicio en la Iglesia la tenemos cuando el evangelizador transmite lo que a su vez ha recibido, si se le ha compartido la fe eso mismo es lo que él transmite (Cf. 1Cor 15,1-3).
“La dimensión eclesial de la evangelización constituye por eso un criterio de verificación del celo apostólico”. Dicha verificación es necesaria, ya que en muchas ocasiones se tiene la tentación de “ir solo”, o bien elegir caminos aparentemente eclesiales que resultan ser más fáciles, de dar más impotancia a los números, de apoyarnos más en nuestras ideas, programas, estructuras; cuando en realidad lo fundamental es la fuerza del Espíritu para anunciar la verdad de Jesucristo.
Del Decreto Ad gentes (AG) sobre la actividad misionera de la Iglesia, selecciona el Santo Padre la siguiente expresión referida al amor de Dios Nuestro Padre: «Por su excesiva y misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a participar con Él en la vida y en la gloria. Esta es nuestra vocación. Difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa de difundirla, de forma que el que es Creador del universo, se haga por fin “todo en todas las cosas” (1 Cor, 15,28), procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad» (n. 2). El Papa insiste con fuerza en que el amor de Dios es para todos y que éste llega de esa manera a través de la Misión de Jesucristo y del Espíritu Santo que obra en todos (Cf., nn. 3-4).
De tal forma que: «La Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección» (AG, 5).
Con lo anteriormente presentado, el Papa nos ayuda a comprender el sentido eclesial del celo apostólico en cada discípulo misionero: “El celo apostólico no es un entusiasmo, es otra cosa, es una gracia de Dios, que debemos custodiar. Debemos entender el sentido porque en el Pueblo de Dios peregrino y evangelizador no hay sujetos activos y sujetos pasivos”. «Cada uno de los bautizados —dice Evangelii Gaudium—, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador» (120).
De esta forma, el Santo Padre nos anima a volver a la fuente del amor del Padre y las misiones del Hijo y del Espíritu Santo, pues eso precisamente nos saca de la inmovilidad de una tranquilidad personal, y nos lleva a reconocer la plenitud de vida que hemos recibido, que nos permite alabar y bendecir a Dios, pero también sentir la necesidad urgente de compartir esa vida con los demás, a pesar de las dificultades que implique, sabiendo que en esa misión vamos juntos, siempre acompañados como Iglesia.
Ahora bien, en la Audiencia del miércoles 15 de marzo, el Papa Francisco nos invitó a considerar cómo hemos de ser apóstoles en una Iglesia apostólica, para ello se pregunta en primer lugar que significa ser apóstoles: “Significa ser enviado para una misión. Ejemplar y fundacional es el acontecimiento en el que Cristo Resucitado manda a sus apóstoles al mundo, transmitiéndoles el poder que Él mismo ha recibido del Padre y donándoles su Espíritu. Leemos en el Evangelio de Juan: «Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”. Como el Padre me envió, también yo os envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (20,21-22). Otro aspecto fundamental del ser apóstol es la vocación, es decir la llamada. Ha sido así desde el principio, cuando el Señor Jesús «llamó a los que él quiso; y vinieron donde él» (Mc 3,13). Les constituyó como grupo, atribuyéndoles el título de “apóstoles”, para que estuvieran con Él y para enviarles en misión (Cf. Mc 3,14; Mt 10,1-42)”.
De nueva cuenta el Papa nos lleva a revisar lo que el Concilio Vaticano II dice a este respecto: «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» (Apostolicam actuositatem [AA], 2). Se trata de una llamada que es común, «como común es la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad» (LG, 32).
Así, el Santo Padre se pregunta, ¿cómo entiende el Concilio la colaboración del laicado con la jerarquía? Y responde: “En el marco de la unidad de la misión, la diversidad de carismas y de ministerios no debe dar lugar, dentro del cuerpo eclesial, a categorías privilegiadas”. La vocación cristiana no es una promoción para ir hacia arriba, ¡no! Es otra cosa. Y si hay una cosa grande se debe a que, aunque «algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos en un lugar quizá más importante, doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo» (LG, 32). La vocación de Dios es adoración al Padre, amor a la comunidad y servicio. Esto es ser apóstoles, este es el testimonio de los apóstoles”.
La invitación final del Santo Padre nos lleva a concluir la importancia de ser verdaderamente enviados por una vocación recibida que compartimos: “Huyamos de la vanidad, de la vanidad de los puestos. Estas palabras nos pueden ayudar a verificar la forma en la que vivimos nuestra vocación bautismal, cómo vivimos nuestra forma de ser apóstoles en una Iglesia apostólica, que está al servicio de los demás”.
Renovemos nuestra pasión por la evangelización, acojamos la gracia de Dios para no perder sino reavivar nuestro celo apostólico.
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