La alegría de sabernos en comunión
Ser parte de una familia de servidores es motivo de alegría y esperanza.
Participa cada lunes a las 21:00 horas (tiempo del centro de México) en La Voz del Obispo en Facebook Live. Este lunes podrás conversar con el autor de este texto, Mons. Salvador González, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México.
En esta edición, el Cardenal Carlos Aguiar nos da a conocer lo que se trabajó en la reunión de planeación de su Consejo episcopal, explicándonos que uno de los elementos fundamentales en la propuesta pastoral es la “espiritualidad de comunión”.
Por eso quiero seguir hablando del tema, sobre todo teniendo delante la celebración de la Misa Crismal del próximo jueves 27 de agosto en la Catedral Metropolitana. Además, tendré la gracia de ordenar a un grupo de Diáconos y Presbíteros de la Congregación de los Legionarios de Cristo el sábado 29 de agosto.
El Sacerdocio de Cristo nos anima a compartir profundas convicciones y a motivar a nuestros lectores y escuchas a conocer un poco más del mismo.
Los presbíteros participan del ministerio sacerdotal del Obispo, es bello pensar cómo cada una de las cosas que realizo como sacerdote, las hago haciendo presente a mi Obispo, su sacerdocio llega a cada fiel gracias al ejercicio de mi ministerio.
Es por eso que el Obispo se ocupa con diligencia de la formación de los futuros sacerdotes y la incorporación de nuevos miembros al orden presbiteral.
Una de las insistencias permanentes de los obispos a los presbíteros es la búsqueda de la unidad, diálogo, corresponsabilidad, comunión y participación. Al final, ésta fue la oración de Jesús por sus “discípulos en la Última Cena. Es la señal de la autenticidad de que somos suyos y de que formamos una sola Iglesia.
Ser parte de esta familia de servidores es motivo de alegría y esperanza, pues sabemos que vamos juntos en una tarea de grandes dimensiones. Pero es fundamental que cada uno de nosotros sea consciente de esta riqueza, pues para que sea efectiva, necesitamos procurar un mínimo de acciones que salvaguarden la comunión y una mirada sobrenatural del ministerio que recibimos como un don gratuito.
En cualquier casa se vive la armonía cuanto los miembros se involucran, se comprometen y se hacen corresponsables de lo que en ella pasa y de lo que se necesita hacer. Cuando alguno se desentiende, piensa que no le toca o deja a los que hacen cabeza toda la carga, indudablemente es más difícil ir adelante con nuestra vida en familia.
Algo similar sucede en nuestro ministerio sacerdotal, somos parte de un “cuerpo”: a la cabeza está el Obispo, pero todos estamos implicados en una misión, para la que es fundamental la comunión y la escucha.
La Iglesia de la que formamos parte está llamada a ser casa y escuela de comunión; podemos notar si lo está siendo en la medida que logra responder a la sed de Dios de tanta gente que se encuentra buscando. Cuando efectivamente logra ofrecer una “una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera” (EG 89).
Todo esto quiere decir que la salud y la fortaleza del “cuerpo eclesial” da la posibilidad de vivir de una manera distinta, de acuerdo a la propuesta del Reino de Dios; y al mismo tiempo nos dispone para atender al hermano en sus necesidades y continuar anunciando la vida nueva en Cristo. En esta responsabilidad nosotros los sacerdotes tenemos que ser ejemplo, dar siempre más y mejores pasos, de tal manera que en toda la comunidad cada uno en su propio lugar, en sus ambientes y servicios pueda vivir efectiva y afectivamente la comunión y la unidad.
“Todos deben saber que somos: servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” dice el apóstol San Pablo en su carta a los corintios (1Cor 4,1), es por esto que conviene hablar de esto a todos, los fieles laicos requieren conocer qué es el sacerdote y que representa para ellos; además de recordar que el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio universal de todos los creyentes. Finalmente juntos, sacerdotes y laicos, unos haciendo presente a Cristo y otros en unión con Cristo, tenemos que ser para el mundo “pan partido y repartido” a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
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