Visita al zoológico
Hoy el animalismo y el antiespecismo quieren borrar toda diferencia y propagar, ciegamente, que ser hombre o ser una cebra es lo mismo.
Ordenado sacerdote para la Diócesis de Ciudad Juárez, México, el 8 de diciembre de 2000, tiene una licenciatura en Ciencias de la Comunicación (ITESM 1986). Estudió teología en Roma en la Universidad Pontificia Regina Apostolorum y en el Instituto Juan Pablo II para Estudios del Matrimonio y la Familia. Actualmente es párroco de la Catedral de Ciudad Juárez, pertenece a los Caballeros de Colón y dirige el periódico www.presencia.digital
He visitado estos días San Diego California, donde vine a tomar un descanso. Como tengo afición a los museos de historia natural y a lo que tenga que ver con la naturaleza, no podía dejar de visitar el Zoológico de San Diego, que es uno de los más grandes e importantes del mundo. El parque es un lugar fenomenal que conserva más de cuatro mil ejemplares de 800 especies de animales traídos de todo el planeta en un área de 40 hectáreas, donde también se conservan más de 700 mil plantas exóticas.
San Diego Zoo no solamente cuida y exhibe de los animales en ambientes semejantes a los de sus habitats naturales, sino que participa en la preservación de especies que están en grave peligro de desaparecer, como el rinoceronte blanco o el león africano que, debido a la caza clandestina, ven amenazada su supervivencia en el planeta. El zoológico además participa en proyectos en países africanos para preservar las especies en vías de extinción.
Los zoológicos, en general, son lugares que no solamente cuidan la fauna silvestre, sino que salvan la vida humana del caos al que nos quieren conducir las ideologías que hacen de los animales, ídolos. Estos parques, así como Sea World y otros lugares donde podemos admirar las maravillas de la creación, tienen la función de recordarnos que los seres humanos no somos bestias, sino que somos administradores de la naturaleza visible y que tenemos una responsabilidad con ella.
El animalismo prospera en una civilización que desprecia al hombre. Quienes adoran la fauna y el planeta quisieran que la población humana se redujera al máximo, y que la Tierra regresara a un estado de naturaleza salvaje ya que, según esta cosmovisión, somos los seres humanos el coronavirus de la creación. Las ideologías animalistas son una forma de nihilismo –filosofía que niega que la vida tenga sentido– que clasifica a todas las especies vivas en el mismo nivel de importancia.
Mi visita al Zoológico de San Diego me ha recordado que no es el león el rey de la selva, sino el hombre, rey de toda la creación, que ocupa un puesto abismalmente más alto en la jerarquía de los seres. El animalismo ensalza a las bestias y rebaja al ser humano sembrando el caos; una visión antropológica inspirada en el cristianismo eleva al hombre a la dignidad de hijo de Dios con una alta responsabilidad: cuidar y administrar el jardín que Dios le encomendó como don y tarea.
En el zoológico hay muchas explicaciones sobre las fieras y la flora que ahí se salvaguardan; se hacen investigaciones científicas y se trazan acuerdos de cooperación con organismos de otros países para custodiar la naturaleza. Todo ello no es sino un destello, una manifestación de la inteligencia divina, del lenguaje y la razón –el Logos– que ordena la creación según un propósito trascendente y que, en lenguaje cristiano, no es otro sino el Verbo eterno de Dios.
Gracias al cristianismo podemos reconocer la diferencia entre los hombres y los animales. Sin el pensamiento cristiano sería difícil para nosotros ubicarnos dentro del universo. Hoy el animalismo y el antiespecismo quieren borrar toda diferencia y propagar, ciegamente, que ser hombre o ser una cebra es lo mismo. Este es el verdadero oscurantismo del siglo XXI.
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