A propósito de las declaraciones del Papa Francisco sobre la restricción en el ingreso de personas homosexuales a los seminarios.
Esta semana, una expresión espontánea del Papa dio la vuelta al mundo. En la Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, Francisco, respondiendo a la pregunta de un obispo sobre la admisión de personas homosexuales en el Seminario, dijo que “ya hay mucho aire de mariconería” en algunos seminarios.
Si bien muchos aplaudimos, no tanto la expresión coloquial del Pontífice, sino su sentido de que se debe evitar que la homosexualidad impregne los seminarios, el flanco progresista de la Iglesia se molestó calificando a Francisco de “homofóbico“.
De inmediato el portavoz del papa, Matteo Bruni, emitió un comunicado en el que el Papa pedía disculpas a quienes se sintieron ofendidos por el uso del término, y les recordó las palabras, tantas veces afirmadas, por Francisco:
“En la Iglesia hay sitio para todos, ¡para todos! Nadie es inútil, nadie es superfluo, hay sitio para todos. Tal como somos, todos”.
Las palabras del Papa, aunque no del todo propias, son ciertas: las personas afeminadas y con tendencias homosexuales fuertemente arraigadas –no superadas–, así como quienes practican actos homosexuales o promueven la cultura gay, no tienen cabida en los seminarios ni deben llegar a las Órdenes sagradas. Estos criterios los estableció la Congregación para la Educación Católica en 2005 bajo el pontificado de Benedicto XVI.
Que haya clero que practique la homosexualidad no es algo nuevo en la historia de la Iglesia. San Pedro Damián, obispo, cardenal y doctor de la Iglesia, quien vivió en el siglo XI, época muy difícil para la Iglesia, se dio cuenta de los vicios que corrompían a los sacerdotes de la época y escribió su libro el Gomorrhianus, palabra que hace referencia a Gomorra, una de las ciudades pecadoras que fue destruida por la depravación de sus habitantes, junto con Sodoma, según narra el libro del Génesis.
En ese libro, que aprobó el papa León IX, san Pedro Damián dice:
“Ha arraigado entre nosotros cierto vicio sumamente asqueroso y repugnante. Si no se lo extirpa cuanto antes con mano dura, está claro que la espada de la cólera divina asestará sus golpes, de un momento a otro, para la perdición de muchos”.
La expresión “cólera divina” hemos de entenderla, no como los sentimientos iracundos de un Dios lleno de deseos de venganza por la mala conducta de sus hijos, sino como las terribles consecuencias de los pecados que Dios permite que caigan sobre la misma humanidad pecadora. Pensemos, simplemente, en las trágicas consecuencias de los pecados de abusos sexuales de algunos sacerdotes, tales como los graves daños a las víctimas, el escándalo, la pérdida de la fe de muchos católicos y la bancarrota de algunas iglesias particulares.
El tiempo en que Pedro Damián vivió fueron los años posteriores a la caída del Imperio Romano, cuando los bárbaros se fueron apoderando de las tierras europeas. La Iglesia sobrevivió y muchos que vivían antes en aquella barbarie se bautizaron, y otros más se hicieron sacerdotes. Habituados a prácticas sexuales depravadas, estos bautizados provenientes del paganismo llevaron sus malas costumbres al ejercicio del ministerio. Fue cuando la Iglesia vivió los años más lascivos y oscuros de su historia.
Continúa san Pedro Damián diciendo:
“El pecado contra natura repta como un cangrejo hasta alcanzar a los sacerdotes. Y, en ocasiones, como una bestia cruel introducida en el rebaño de Cristo, se desenvuelve con tanta astucia, que más les valdría, a muchísimos, ser apresados por los guardias que, amparados por su estado religioso, ser arrojados con tanta facilidad al férreo yugo de la tiranía del diablo, especialmente cuando media escándalo de tantas personas. La Verdad dijo: A quien escandalice a uno de estos pequeños, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojasen a lo profundo del mar (Mt 18). Y a no ser que la Santa Sede intervenga cuanto antes con contundencia, cuando queramos poner freno a esta lujuria desenfrenada, ya no habrá quien la detenga”.
Son actuales las palabras de san Pedro Damián para nuestro siglo. El lobby LGBTQ+ ha logrado que los actos homosexuales se perciban, en la cultura, como prácticas socialmente aceptadas, equiparables a los actos heterosexuales. La Iglesia no es impermeable a ello y hoy, algunos obispos, sacerdotes y religiosos, influenciados por la ideología arcoíris, presionan contra la doctrina enseñada por la Biblia y la Tradición para que la práctica homosexual sea moralmente aceptada. A menos de que intervenga la Santa Sede cuanto antes y corrija al clero rebelde, se podrá evitar una situación peor de la que nos encontramos.
Creo que los eclesiásticos que quieren un cambio en la moral sexual de la Iglesia no han entendido el lenguaje de Jesucristo. Mientras que el Señor se ha despojado de su dignidad y de su misma vida para sufrir su Pasión y su muerte en Cruz, ellos sólo piensan en sus propios intereses mundanos. Mientras que Jesús pide a los sacerdotes que le acompañemos a Jerusalén, ciudad donde entregará su vida, muchos van a Jerusalén mirándola no como el lugar de la Cruz, sino como lugar de rapacidad y de codicia para hacerse dueños de todo, incluso cambiando el estilo de vida que Cristo enseñó a la Iglesia.
Vivimos tiempos difíciles, sin duda; pero no son tiempos para huir de nuestra fe católica, escandalizados. Si la Barca de Pedro ya navegó por las aguas turbulentas del “siglo de hierro” de san Pedro Damián, también podrá sobrepasar, con la gracia de Dios, esta tormenta del siglo XXI.
Por eso oremos mucho y demos cara en la batalla a la que el Señor nos llama, predicando con valentía el Evangelio en su integridad, y enseñando el estilo de vida que Él nos mandó vivir y enseñar.
Artículo publicado originalmente en el Blog del P. Eduardo Hayen
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