P. Felipe de Jesús De León Ojeda
Cortesía de Koinonía /Arquidiócesis de Puebla
Al inicio de la pandemia de Covid-19, para evitar la propagación del virus, la Iglesia asumió ciertas medidas para prevenir el contagio, entre ellas la recomendación a los sacerdotes para que den a los fieles la Sagrada Comunión en la mano.
No es la primera vez que la Arquidiócesis de México asume esta medida, pues en 2009 fue implementada por el Cardenal Norberto Rivera, durante el brote de influenza AH1N1. A continuación, explicamos sus orígenes, y cómo realizar correctamente la recepción del Cuerpo de Cristo en la mano.
Durante varios siglos, la comunidad cristiana mantuvo con naturalidad la costumbre de recibir el Pan Eucarístico en la mano. De esto hay testimonios de diversas zonas de la Iglesia: África, Oriente, España, Roma, Milán.
El más famoso de estos testimonios es el documento de San Cirilo de Jerusalén, en el siglo IV, que en sus catequesis sobre la Eucaristía nos describe cómo se acercaban los cristianos a la comunión: “Cuando te acerques, no lo hagas con las manos extendidas, o los dedos separados, sino haz con tu izquierda un trono para la derecha, que ha de recibir al Rey, y luego con la palma de la mano forma un recipiente, recibe el cuerpo del Señor y di ‘Amén’. En seguida santifica con todo cuidado tus ojos con el contacto del Sagrado Cuerpo y consúmela, pero ten cuidado que no se te caiga nada: porque lo que tú pudieras perder es como si perdieras uno de tus miembros”.
Además, durante algún tiempo y en varias regiones los cristianos acostumbraban llevar el Pan consagrado a sus casas, el domingo, para comulgar ellos mismo a lo largo de la semana. Sin embargo, poco a poco cambiando la sensibilidad del pueblo cristiano respecto al modo de comulgar, pues el paso de recibir el Cuerpo del Señor en la boca no se hizo por decreto ni uniformemente.
En algunos lugares, a lo largo de los siglos VII y VIII, se pedía que las mujeres no recibieran directamente la comunión en la mano, sino que usaran un paño limpio sobre la misma. Esta medida se extendió pronto también a los hombres en otros lugares. Hasta que por fin (y no empezando precisamente por Roma), se fue generalizando la costumbre de depositar la partícula consagrada del Pan directamente en la boca.
Los motivos de tal cambio no son fáciles de concretar, porque tampoco fueron uniformes en las diversas regiones: en algunas influyó el miedo a las profanaciones de la Eucaristía por parte de los herejes o de prácticas supersticiosas, las cuales disminuirían si la comunión se recibía en la boca.
En otras regiones se pensó que la nueva forma de comulgar ponía más de manifiesto el respeto y la veneración a la Eucaristía, en un periodo en que se fue acentuando progresivamente este aspecto de adoración y de misterio. Sin embargo, parece que la razón de la evolución fue la nueva sensibilidad en torno al papel de los ministros ordenados, en contraste con los fieles; se fue acentuando la valoración de los sacerdotes y paralelamente el alejamiento de los laicos. En el siglo IX (que es cuando más decididamente se cambió el rito de la comunión) la mayoría de los laicos no entendían el latín, el altar estaba de espaldas, el pan se convirtió en pan ácimo, ya no participaban en el cáliz. De ahí a considerar que las únicas manos que podían tocar la Eucaristía eran las sacerdotales, no hubo más que un paso.
Varios concilios regionales del siglo IX establecieron como normativo que los laicos no podían tocar con sus manos el Cuerpo del Señor: así el de París (829), Córdoba (839), Rouen (878), etc. En Roma la nueva modalidad de la comunión en la boca entró hacia el siglo X.
Las pinturas y demás representaciones de la época empezaron a reflejar la nueva costumbre, proyectándola también al pasado: Jesús aparece con frecuencia dando la comunión a sus Apóstoles en la boca.
En conjunto, el nuevo rito de depositar la comunión en la boca fue una costumbre (y luego una norma) que respondía adecuadamente a la comprensión global del Misterio eucarístico, y hay que considerar que sigue siendo un modo digno de celebrar el rito de la comunión, aunque no el único.
Con ocasión de la reforma litúrgica conciliar (Vaticano II) fue creciendo el deseo de que los fieles pudieran recibir la comunión en la mano, restaurando así la vieja costumbre. Desde Roma se hizo, a fines de 1968, una consulta al Episcopado de todo el mundo, que dio como resultado que más del tercio del mismo veía la posibilidad con buenos ojos.
Así, apareció en 1969 la Instrucción Memoriale Domini, donde, manteniendo la vigencia de la comunión en la boca, se establecía el camino a seguir: en aquellas regiones en que el Episcopado juzgue conveniente por más de dos tercios de sus votos, se podrá dejar a los fieles la libertad de recibir la comunión en la mano, salvando siempre la dignidad del sacramento y la oportuna catequesis del cambio.
Los dos modos de recibir el Cuerpo del Señor tienen sentido, y los dos pueden expresar igualmente nuestra comprensión y nuestro respeto al misterio Eucarístico.
El procedimiento es sencillo. Al llegar delante del sacerdote, extendemos las manos, colocando la mano derecha bajo la izquierda. El sacerdote nos muestra la Hostia y nos dice: “El Cuerpo de Cristo”, a lo que respondemos diciendo con claridad: “Amén”. Recibimos el Cuerpo del Señor en la mano izquierda.
Después tomamos el Pan consagrado con la mano derecha, y lo comemos delante del sacerdote, haciendo una pequeña inclinación y apartándonos a un lado para no interrumpir la fila, si fuera necesario. No hace falta decir que tenemos que cuidar de que no queden partículas de Pan consagrado en las manos, o de que caigan al suelo.
En la Arquidiócesis de México esta medida es temporal y se llevará a cabo en tanto no desaparezca la alerta sanitaria.
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