Piénsalo dos veces: El objetivo
No desperdiciemos nuestros valores por vivir en la superficialidad.
Me compartió su experiencia un amigo que vendía libros. Lo llamó un empresario para que lo visitara en su oficina. Acudió a la cita con sus catálogos de venta y teniendo en mente algunas obras que le gustaría proponerle, pero cuando llegó, le pidió que midiera cierto espacio vacío en un librero y que le vendiera una enciclopedia que cubriera exactamente ese espacio. El tema no importaba, era lo de menos.
Regresó a su bodega y comenzó a medir diferentes opciones y mientras lo hacía, pensaba con tristeza que esos libros jamás serían leídos, iban a ser usados como un objeto decorativo nada más.
Yo suelo preguntarme para que quiero realmente lo que tengo o lo que hago. Me interesa responderme porque no me gustaría deformar el sentido de las cosas, sobre todo en lo que a mi familia o mi vida espiritual corresponde.
Por poner unos ejemplos, como católicos podemos caer en el error de considerar a la Primera Comunión como un evento social o al Matrimonio como un simple trámite y no como sacramentos, con toda la riqueza que traen con ellos.
Me decía mi amigo vendedor que cuando entregó el pedido, le pidieron que acomodara los libros, el cliente los vio satisfecho porque cumplieron con llenar estéticamente el espacio. Mi amigo los vio por última vez y se retiró pensando que habían acabado con un fin muy distinto para el que su autor los había escrito.
Tenemos muchos valores, tal vez muchos más de los que tenemos conciencia. No los desperdiciemos por dedicarnos simplemente a vivir en la superficialidad.
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