Pascua que se renueva
La Pascua de Jesús, su paso de la muerte a la vida, se actualiza siempre entre nosotros en la celebración eucarística.
MIRAR
La Pascua de Jesús, su paso de la muerte a la vida, se actualiza siempre entre nosotros en la celebración eucarística; pero se renueva también en tantas madres de familia que desgastan su vida por su esposo y por los hijos; se levantan por la noche para atenderles si están enfermos, y madrugan para prepararles sus alimentos; durante todo el día no descansan en las labores domésticas, y a veces también con algún otro trabajo fuera de casa, con tal de que nada falta en el hogar. Algunas soportan al marido borracho, a hijos flojos y rebeldes; sufren violencia física o moral; aun enfermas, cumplen sus obligaciones. Pero lo hacen por amor, por fidelidad a su compromiso matrimonial, por dar un buen ejemplo a los hijos, por no hacer sufrir a nadie, ni a sus padres. En ellas se renuevan los sufrimientos de Jesús, y en ellas se actualiza la fuerza salvadora de la cruz y de la resurrección.
La Pascua de Jesús se renueva también en maridos varones que tienen que salir temprano a trabajar, lejos quizá del hogar, incluso cuando están cansados o enfermos. Al regresar a casa no encuentran el cariño de la esposa, la gratitud de los hijos, sino reclamos, exigencias, obligaciones, quizá celos y desconfianzas. Se angustian por el dinero que no alcanza, por la inseguridad laboral y el temor a perder el empleo, por los conflictos con los compañeros de trabajo, por los peligros de extorsionadores y secuestradores, etc. En ellos se hacen presentes la cruz de Jesús y la vida que brota del Resucitado.
La Pascua de Jesús se renueva en los peones que trabajan en un campo agrícola, en una fábrica o en una construcción; en los empleados en una tienda comercial, una gasolinería, una herrería o carpintería, en una oficina, o en cualquier otro trabajo. Empleadas domésticas, choferes, médicos, maestros, policías, servidores públicos, políticos, militares y gobernantes, si hacen su trabajo con sacrificio y con amor, reflejan el calvario de Jesús, pero también son vida y esperanza para su familia y para la sociedad. Sin ellos, no se puede vivir, pues la vida de la comunidad pasa por la crucifixión diaria de estas y otras personas.
¡Y qué decir de los catequistas, las y los religiosos, los diáconos, los sacerdotes, los obispos y el Papa! Nuestra vocación es desgastarnos, dar nuestra vida, sacrificarnos, para que los demás vivan bien, se desarrollen, crezcan y estén bien atendidos, tanto en lo material como en lo espiritual. Estamos llamados a crucificarnos diariamente, para que florezca la vida en la comunidad.
DISCERNIR
El Papa Francisco, en su homilía de este Domingo de Ramos, dijo: “Se nos olvida por qué estamos en el mundo y llegamos a cometer crueldades absurdas. Lo vemos en la locura de la guerra, donde se vuelve a crucificar a Cristo. Sí, Cristo es clavado en la cruz una vez más en las madres que lloran la muerte injusta de los maridos y de los hijos. Es crucificado en los refugiados que huyen de las bombas con los niños en brazos. Es crucificado en los ancianos que son abandonados a la muerte, en los jóvenes privados de futuro, en los soldados enviados a matar a sus hermanos. Cristo es crucificado allí, hoy” (10-IV-2022).
Hace dos años, en una ocasión semejante, expresó: “Cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos. Jesús experimentó el abandono total, la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo. Lo hizo por mí, por ti, para decirte: ‘No temas, no estás solo. Experimenté toda tu desolación, para estar siempre a tu lado’.
He aquí hasta dónde Jesús fue capaz de servirnos: descendiendo hasta el abismo de nuestros sufrimientos más atroces, hasta la traición y el abandono. Hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: ‘Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene’.
El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. De este modo, en casa, en estos días santos, pongámonos ante el Crucificado, que es la medida del amor que Dios nos tiene. Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer.
Quisiera decirlo de modo particular a los jóvenes: Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás. Sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir sí al amor, sin condiciones. Como lo hizo Jesús por nosotros” (5-IV-2020).
ACTUAR
Une tu propia cruz a la de Jesús, para que, en El, por El y con El, tus sacrificios den vida, a ti, a tu familia y a los demás. Ofrece tu trabajo, tus esfuerzos, tus privaciones, también tus enfermedades, para que, uniendo todo ello a la pasión de Jesús, ayudes a que haya resurrección y vida plena, en tu familia y en toda la humanidad. Sólo así estos días serán verdaderamente santos, y no sólo ferias de vacaciones.
* El cardenal Felipe Arizmendi es obispo emérito de San Cristóbal de las Casas (Chiapas)