Tepeyac y la Estrella: cumbres de la memoria
La peregrinación al Tepeyac y la representación de la Pasión de Cristo en Iztapalapa son espacios para devolver a la comunidad a sus raíces más profundas, expresiones de identidad compartida, así como recordatorio del camino convergente de la fe y la vida cívica. “Lugares sagrados”, describe la antropología a los sitios donde lo humano toca […]
Coordinador del Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México (C5 CDMX).
La peregrinación al Tepeyac y la representación de la Pasión de Cristo en Iztapalapa son espacios para devolver a la comunidad a sus raíces más profundas, expresiones de identidad compartida, así como recordatorio del camino convergente de la fe y la vida cívica.
“Lugares sagrados”, describe la antropología a los sitios donde lo humano toca lo trascendente y fija sentido al territorio. Tepeyac y Cerro de la Estrella forman una de las duplas más singulares de este tipo en el continente.
Antes del encuentro de Juan Diego con la Virgen en 1531, el cerro del norte de la ciudad era ya un centro devocional dedicado a Tonantzin —“nuestra madrecita”—, figura matriz de la cosmovisión mesoamericana. Al oriente estaba marcado el lugar donde cada 52 años se renovaba el tiempo con la ceremonia del Fuego Nuevo.
Ambos sitios tejían, en la geografía prehispánica, un mapa religioso.
Ahora, los 13 millones de peregrinos a la Basílica confirmaron que la ciudad conserva la capacidad de unirse cuando algo más profundo convoca. Esa caminata exhibe una relación social despojada de jerarquías, animada por la solidaridad espontánea, cuidado mutuo o el simple gesto de acompañarse.
Con políticas públicas que entienden la religiosidad como una forma legítima de habitar lo público, la Ciudad de México ha decidido acompañar ese proceso. El C5 desplegó 880 cámaras y 313 botones de auxilio, con un C2 Móvil instalado en el atrio para garantizar un entorno seguro.
El Cerro de la Estrella, por su parte, guarda una tradición de 182 años. La representación de la Pasión de Cristo es momento comunitario, herencia, y ahora —gracias a la declaración de la UNESCO— Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La Jefa de Gobierno de la CDMX, Clara Brugada lo expresó con claridad: el reconocimiento “coloca a Iztapalapa en el mapa mundial de las grandes tradiciones comunitarias”.
Ocho barrios organizados para ensayar y reproducir año tras año un tejido social pocas veces visto en diagnósticos académicos pero esencial para entender la estabilidad emocional de la ciudad.
La conexión histórica entre el Tepeyac y el Cerro de la Estrella permite leer estas dos celebraciones como capítulos de una larga conversación entre pasado y presente, cumbres de la memoria. En ambos casos, la ciudad retoma sitios sagrados y los resignifica sin borrar su raíz. Para el historiador Miguel León-Portilla la identidad mexicana se sostiene en “hondas continuidades”. Estas dos manifestaciones lo prueban.

