¿Cuándo canonizará el Papa León XIV a Carlo Acutis?

Leer más
COLUMNA

Hablemos de...

El servicio como plataforma a la santidad

La santidad no se mide por cuántas oraciones rezamos o cuántas reglas seguimos, sino por la capacidad que tenemos de entregarnos a los demás.

12 junio, 2025
El servicio como plataforma a la santidad
Foto: Cáritas Monterrey
POR:
Autor

El Diácono Adolfo Prieto es licenciado en Administración de Empresas por la Universidad Iberoamericana; tiene una segunda licenciatura en Ciencias Religiosas por la Universidad Pontificia de México y la Universidad La Salle; una maestría por en Ciencias de la Familia por el Instituto Juan Pablo II de la Universidad Anáhuac y otra en Teología por la Universidad Lumen Gentium. Actualmente cursa un doctorado en Teología Espiritual. 

Hablemos del SERVICIO como plataforma a la SANTIDAD y del santo laico correspondiente al mes de junio.

En un mundo marcado por la búsqueda del éxito personal, la eficiencia y la acumulación, hablar de servicio como fundamento de la santidad puede parecer una paradoja. Sin embargo, es precisamente en el gesto sencillo y generoso del servicio donde se revela con mayor claridad el corazón de Dios. El servicio no es una actividad secundaria en la vida cristiana: es su esencia. Y en ese camino de entrega, humildad y compasión, se forja la verdadera santidad.

Muchas veces se piensa que la santidad es un estado reservado para unos pocos, casi inalcanzable, ajeno a la vida cotidiana. Pero Jesús nos mostró algo muy distinto. El Hijo de Dios no eligió un trono, sino una cruz. No vino a ser servido, sino a servir (cf. Mt 20, 28). Su vida entera fue una manifestación de amor en obras concretas: sanar, alimentar, consolar, perdonar. Si Dios mismo se inclinó para lavar los pies de sus discípulos, ¿cómo no habría de ser el servicio el camino hacia la plenitud cristiana?

La santidad, entonces, no se mide por cuántas oraciones rezamos o cuántas reglas seguimos, sino por cuánta capacidad tenemos de salir de nosotros mismos y entregarnos por amor a los demás. En palabras del Papa Francisco, “la santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en dejarse transformar por el amor de Dios y responder con gestos simples de amor”.

Servir es amar en acción. Y el amor, cuando es verdadero, siempre nos pone en movimiento hacia el otro. En cada acto de servicio, nos asemejamos a Cristo, el Siervo por excelencia. En el Evangelio de Lucas, la lectura del “buen samaritano”, no pregunta quién es el herido ni si merece ser ayudado: se detiene, se compadece y actúa. Esa compasión activa es lo que edifica la santidad.

No todos están llamados a una vocación visible o extraordinaria, pero todos somos llamados a servir: en el hogar, en la comunidad, en el trabajo, en la Iglesia. Quien limpia con amor, quien escucha con paciencia, quien consuela con ternura, ya está construyendo el Reino de Dios.

La santidad, entendida como plenitud del amor, se cultiva lavando los pies de los hermanos, soportando con paciencia las debilidades del otro, poniendo los propios dones al servicio de la comunidad. No se trata de huir del mundo, sino de estar plenamente en él, con el corazón de Cristo.

El servicio no sólo transforma al mundo, sino también al que sirve. Nos libera del egoísmo, nos enseña a mirar con los ojos de Dios y nos hace crecer en humildad. En el acto de servir, aprendemos que la vida no se trata de recibir honores, sino de regalarse.

Recordando en la historia de la Iglesia, desde san Francisco de Asís hasta santa Teresa de Calcuta, no fueron grandes porque hablaron de Dios, sino porque vivieron como Él. Y en cada uno de ellos, el servicio fue la vía por la que alcanzaron la santidad.

Hablemos ahora del santo laico de este mes de junio. Tenemos a San Luis Gonzaga (21 de junio), un joven noble italiano y religioso jesuita, reconocido por su vida de pureza, entrega total a Dios y servicio a los enfermos, especialmente durante una terrible epidemia en Roma. Es patrono de la juventud católica y un modelo de santidad alcanzada a través del sacrificio, la fe y la caridad activa.

San Luis Gonzaga nació el 9 de marzo de 1568, en Castiglione delle Stiviere (Italia), en una familia noble, y muere el 21 de junio de 1591, a los 23 años, en Roma. Su fiesta litúrgica se celebra el 21 de junio.

Desde pequeño mostró una inclinación profunda hacia la oración, la penitencia y la vida espiritual, a pesar de crecer en una familia militar. A los 9 años hizo un voto de virginidad, y a los 17 renunció a su título y herencia para ingresar a la Compañía de Jesús (jesuitas), contra la voluntad de su padre.

San Luis vivió su vocación con radicalidad. Su vida fue breve, pero intensa en devoción, estudio y caridad. A pesar de su frágil salud, se dedicó con todo su corazón a la oración, a la obediencia y al servicio, tres grandes virtudes de este joven.

Durante una epidemia de peste en Roma en 1591, siendo aún seminarista, se ofreció como voluntario para atender a los enfermos, sabiendo que se exponía al contagio. Su entrega fue total: contrajo la enfermedad de uno de los enfermos a los que cuidaba y murió poco después, ofreciendo su vida en sacrificio.

San Luis Gonzaga es considerado un modelo de santidad joven, razón por la cual es honrado como patrono de la juventud católica, un ejemplo de pureza y disciplina espiritual, testimonio de que la santidad no depende de la edad, sino de la intensidad del amor y del servicio a Dios y al prójimo.

Su vida enseña que la santidad no requiere de una vida larga, sino de una entrega radical y sincera, incluso en las tareas más humildes y difíciles. Se le atribuye la expresión en su lecho de muerte: “Estoy contento, me voy al cielo.”

San Luis Gonzaga nos interpela especialmente hoy con la pregunta: ¿cómo respondemos al llamado de Dios desde nuestra juventud o nuestro estado de vida?

Su servicio a los enfermos, en medio del riesgo, fue expresión viva del Evangelio: “El que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10,39).

Se buen servidor y de seguro serás santo… ¿te animas?


Autor

El Diácono Adolfo Prieto es licenciado en Administración de Empresas por la Universidad Iberoamericana; tiene una segunda licenciatura en Ciencias Religiosas por la Universidad Pontificia de México y la Universidad La Salle; una maestría por en Ciencias de la Familia por el Instituto Juan Pablo II de la Universidad Anáhuac y otra en Teología por la Universidad Lumen Gentium. Actualmente cursa un doctorado en Teología Espiritual.