¡Tantos luchan por el poder!
Desde la familia, sembremos la semilla de una política noble, entendida y vivida como servicio a los demás.
Mirar
Me llama la atención cuántos luchan por lograr un poder, sobre todo en el ámbito político; hacen lo que sea, gastan dinero, tiempo y salud, incluso marginan a su familia, con tal de ser nominados para un puesto público, y luego organizar sus campañas promocionales. ¡Cuántos enemigos dejan por el camino! Nada les importa tanto como lograr sus objetivos. Algunos hacen a un lado sus creencias religiosas; parece que su Dios es el poder, quizá el dinero. ¡Y parece que esto es lo normal! Si siguen otros parámetros, están seguros que no lograrían sus metas.
Por lo contrario, desde el Dicasterio para los Obispos, que ayuda al Papa en la elección para este ministerio, nos dicen que, de cada diez candidatos a los que se les pide aceptar el cargo de obispo, tres lo rechazan y se niegan. Quizá porque se consideren incapaces para ello; quizá porque sientan que es demasiada responsabilidad. Se les tiene que rogar y tratar de convencer que acepten este servicio, que no es tanto un puesto de mando religioso, sino, como nos pide Jesús, es un desgastar la vida para que otros tengan vida plena en el Evangelio. Nadie hace campaña para ser obispo; si alguien la hiciere, con cualquier tipo de métodos, eso mismo lo descalificaría.
Cuando yo llevaba nueve años de obispo en Tapachula, Chiapas, de 1991 a 2000, y se me preguntó de parte del Papa San Juan Pablo II si estaba dispuesto a pasar a San Cristóbal de Las Casas, como sucesor del gran Mons. Samuel Ruiz García, yo me resistí mucho, porque preveía la cruz que ese cargo implicaba. Fue hasta después de que me pidieron ir a Roma para platicar este asunto directamente con el Papa y con sus colaboradores inmediatos, que manifesté mi disposición a ir, no por gusto, pues yo estaba muy a gusto en Tapachula, pero sí con gusto, porque veía la voluntad de Dios. Y El no nos deja solos en la cruz.
En poblaciones indígenas que no han sido contaminados por los sistemas reinantes, nadie hace campaña para un puesto; es la comunidad la que decide proponer a alguien y éste debe aceptar, aunque muchas veces se resista. Es un verdadero servicio, pues casi ningún cargo tiene un sueldo asignado. Lo mismo pasa con los candidatos indígenas al diaconado permanente. En mis casi 18 años en aquella diócesis, ordené a más de 200; sin embargo, nadie me anduvo pidiendo que lo promoviera; eran las comunidades las que me mandaban largas cartas con miles de firmes, proponiendo a uno de su pueblo, a quien conocían como servidor por años en variados puestos, para este ministerio. Varios se resistían, porque el cargo les implica mayor dedicación a los demás, y sin recibir un sueldo de la parroquia o de la diócesis. Son agentes de pastoral totalmente entregados de por vida al servicio de Dios y de su Pueblo, y sin enriquecerse en este servicio. Son un tesoro de la Iglesia. Ninguno anda pretendiendo ser sacerdote u obispo; su servicio humilde y desinteresado es su mayor gozo y su gloria. ¡Benditos sean!
Discernir
El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, nos invita a redimir el sentido amoroso y servicial de la buena política, entendida y vivida como un servicio, y no como una lucha de poder o una inversión económica:
“Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos” (176)…“Una vez más convoco a rehabilitar la política, que es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común… Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en el campo de la más amplia caridad, la caridad política. Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social” (180).
“Todos los compromisos que brotan de la Doctrina Social de la Iglesia provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Esto supone reconocer que el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. Por esa razón, el amor no sólo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (181).
“Esta caridad política supone haber desarrollado un sentido social que supera toda mentalidad individualista: La caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une” (182).
Actuar
Desde la familia, sembremos la semilla de una política noble, entendida y vivida como servicio a los demás. ¿Cómo? Educando a los hijos no para que sean superconsentidos, comodinos y dependientes, sino para que vayan asumiendo los pequeños servicios en casa, como arreglar sus cosas personales, barrer, lavar la loza y la ropa, poner la mesa y tantos otros pequeños detalles de la vida diaria.
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