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COLUMNA

Granito de mostaza

León XIV: Ante todo, unidad

El Papa quiere que todos seamos fieles al mandato de Jesús, quien señala la unidad de sus seguidores como requisito para evangelizar al mundo

4 junio, 2025

HECHOS
El Papa León XIV, en sus primeros días de servicio como sucesor de Pedro, ha insistido varias veces en la necesidad de construir puentes, de procurar ser una Iglesia unida en sí misma y en relación fraterna con otras confesiones religiosas. Parece ser que esta es una de sus inquietudes más sentidas. Quizá porque ha conocido y sufrido desgarramientos internos en la Iglesia, por cuestiones doctrinales, morales y pastorales, que pueden parecer opuestas y excluyentes. El Papa quiere que todos seamos fieles al mandato de Jesús, quien señala la unidad de sus seguidores como requisito para evangelizar al mundo. Pero no una unidad meramente estratégica y oportunista, sino una unidad que tiene sus cimientos en la Santísima Trinidad, donde tres personas distintas son un solo Dios, por el amor.

Divisiones, lamentablemente, siempre han existido en la Iglesia, desde los tiempos apostólicos, lo cual no es excusa para que sigan existiendo. Al principio, hubo altercados porque unos querían imponer normas judías a los convertidos al cristianismo procedentes de otras culturas; se analizó la cuestión y, con la inspiración del Espíritu, se tomó la decisión de no hacerlo. Con el paso de los años, surgieron muchas diferencias para definir puntos centrales de la fe, pues unos los formulaban de una forma y otros de otra. Los Concilios ayudaron mucho a la unidad de la fe, pero nunca faltaron disidentes. Las divisiones más graves fueron entre católicos y ortodoxos por algunos puntos doctrinales y por no aceptar la autoridad del Papa, y la división entre católicos y protestantes o evangélicos, por la diferente interpretación de la Biblia. Estas divisiones han perjudicado mucho el proyecto de Jesús, de que sus discípulos permaneciéramos unidos.

A partir del Concilio Vaticano II, realizado de 1962 a 1965, han surgido otras divisiones internas, por diversas acentuaciones en la fe. Unos se inclinan más por lo devocional, lo vertical, y otros más por el compromiso social de la fe, lo horizontal. Ambas dimensiones son necesarias y complementarias; una dimensión no puede excluir a la otra, como la cruz de Jesús que consta de un palo vertical y otro horizontal. Como la mano derecha que no puede excluir a la izquierda; son diferentes, pero ambas se necesitan y se complementan; no se están rasguñando y excluyendo mutuamente. Se requiere diálogo entre las diferentes maneras de vivir la fe, y sobre todo mucho amor fraterno. Todos necesitamos de todos.

ILUMINACION
El domingo pasado, con ocasión del Jubileo de las familias, dijo el Papa: “Cristo pide que todos seamos ‘una sola cosa’. Este es el mayor bien que se puede desear, porque esta unión universal realiza entre las criaturas la comunión eterna de amor que es Dios mismo: el Padre que da la vida, el Hijo que la recibe y el Espíritu que la comparte. El Señor quiere que, para unirnos, no nos agreguemos a una masa indistinta como un bloque anónimo, sino que seamos uno: ‘Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros’. La unidad por la que Jesús ora es, por tanto, una comunión fundada en el mismo amor con que Dios ama, de donde provienen la vida y la salvación. Y como tal, es ante todo un don que Jesús trae consigo. Es, desde su corazón humano, que el Hijo de Dios se dirige al Padre diciendo: ‘Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste’.

En su misericordia, Dios desde siempre quiere acoger a todos los hombres en su abrazo; y es su vida, la que se nos entrega por medio de Cristo, la que nos hace uno, la que nos une entre nosotros. Apenas nacemos, necesitamos de los demás para vivir; solos no lo hubiéramos logrado. Se lo debemos a alguien más, que nos salvó, se hizo cargo de nosotros, de nuestro cuerpo y también de nuestro espíritu. Todos nosotros vivimos gracias a una relación, es decir, a un vínculo libre y liberador de humanidad y cuidado mutuo.

Es cierto que, a veces, esta humanidad se ve traicionada. Por ejemplo, cuando se invoca la libertad no para dar vida, sino para quitarla; no para proteger, sino para herir. Sin embargo, incluso frente al mal que divide y mata, Jesús sigue orando al Padre por nosotros, y su oración actúa como un bálsamo sobre nuestras heridas, convirtiéndose en anuncio de perdón y reconciliación para todos. Esa oración del Señor da sentido pleno a los momentos luminosos de nuestro amor mutuo como padres, abuelos, hijos e hijas. Y esto es lo que queremos anunciar al mundo: estamos aquí para ser ‘uno’ tal y como el Señor quiere que seamos ‘uno’, en nuestras familias y en los lugares donde vivimos, trabajamos y estudiamos: distintos, pero uno; muchos, pero uno, siempre uno, en cualquier circunstancia y edad de la vida.
Si nos amamos así, sobre el fundamento de Cristo, que es ‘el Alfa y la Omega, el principio y el fin’, seremos un signo de paz para todos, en la sociedad y en el mundo. No hay que olvidarlo: del seno de las familias nace el futuro de los pueblos.

La oración del Hijo de Dios, que nos infunde esperanza en el camino, también nos recuerda que un día seremos todos uno: una sola cosa en el único Salvador, abrazados por el amor eterno de Dios” (1-VI-2025).

ACCIONES
Esforcémonos por mantener la unidad en nuestra familia, en nuestra parroquia, en nuestros grupos y en la sociedad, renunciando humildemente a actitudes orgullosas de creernos que somos los únicos buenos y santos. Amémonos como hermanos: diferentes, pero unidos en el amor de Cristo.