Ante la violencia, familia
Que los padres permanezcan unidos, a pesar de problemas que nunca faltan; que enseñen a sus hijos con el ejemplo la tolerancia, el respeto, el perdón y el trabajo
HECHOS
He conocido muchísimas, muchísimas familias, de muy variadas posiciones sociales y económicas, sobre todo pobres y de clase media, que educan bien a sus hijos, aunque económicamente no les puedan dar todo lo que necesitarían. Lo hacen no tanto con palabras y consejos, sino con el ejemplo de su vida. Los hijos aprenden el respeto a los demás, el trabajo honrado, la tolerancia recíproca, la prioridad de la familia y de Dios. Con el tiempo, alguno de los hijos puede contaminarse con malas amistades, o ser arrastrado por la ambición del dinero, por el alcohol o las drogas, por los excesos sexuales, pero en su
corazón lleva los valores recibidos en su familia, y tarde o temprano recapacita y vuelve al buen camino aprendido en el hogar.
Por lo contrario, también he conocido familias desintegradas, por la violencia interna, por las infidelidades conyugales, por la prolongada y constante ausencia paterna o materna, que dejan la casa para ir a trabajar, con la mejor intención de llevar a casa el pan de cada día, pero cuyos hijos crecen sin presencia educativa de sus padres. Se sienten solos, desprotegidos, no acompañados ni comprendidos, no corregidos, expuestos a malas compañías, incluso a ser reclutados por el crimen organizado, que les ofrece dinero, armas, ser parte de un grupo y presumir de tener poder social. Muchísimos casos de
quienes cometen diversos crímenes, proceden de familias no integradas.
Ahora que se acerca Navidad, llama la atención que Jesús, siendo Hijo de Dios Padre, nace, crece y convive con una familia de clase sencilla, en un pueblo sin mayor aprecio social; respeta y obedece a sus padres, quienes le reprochan no tomarlos en cuenta cuando se queda en Jerusalén sin avisarles. Hasta los 30 años, está en casa trabajando como uno más; y cuando empieza su predicación por diversos lugares, siempre tiene en cuenta a su familia.
ILUMINACION
Los obispos mexicanos, preocupados por la realidad que se vive en nuestra patria, hablamos de varias realidades que, en mis artículos de las semanas recientes, he compartido con ustedes. Abordamos también algo fundamental, que puede explicar la raíz de muchos males, la destrucción de la familia, y nos comprometimos a fortalecer nuestra pastoral familiar, como una prioridad. Dijimos: “LA FAMILIA: CORAZÓN HERIDO DE LA SOCIEDAD”.
Toda esta realidad preocupante comienza en la familia: una sociedad que no protege a la familia se desprotege a sí misma. Lo que estamos viviendo es una sistemática desestructuración familiar que genera, inevitablemente, una desestructuración social.
Los datos son alarmantes y no podemos ignorarlos: familias desintegradas, violencia intrafamiliar y en ambientes escolares, adicciones que destruyen la vida de los jóvenes. Detrás de las estadísticas hay rostros de personas concretas sin futuro.
Necesitamos elevar la voz profética cuando las políticas públicas atentan contra la familia. Las políticas públicas educativas actuales se están implementando sin un diálogo genuino con los padres de familia y los demás agentes de la educación. Se promueve, de manera sutil y, en ocasiones, de manera explícita, una visión antropológica ajena a la dignidad integral de la persona humana. Se introduce en las escuelas una ideología que relativiza la complementariedad hombre-mujer, que diluye la identidad sexual, que presenta como ‘progreso’ lo que en realidad es deconstrucción de la naturaleza humana.
Se añade también una ideología política de confrontación social que no conduce a nada bueno. Y
cuando los padres de familia y otros integrantes de la sociedad expresan su preocupación, son descalificados como ‘conservadores’, ‘retrógrados’ o ‘enemigos de los derechos’. Se les niega el derecho fundamental a participar activamente en la educación de sus hijos. Se les dice que el Estado sabe mejor que ellos lo que sus hijos necesitan aprender.
Hermanos, esto no es solo una cuestión educativa. Es una cuestión antropológica, ética y, en última instancia, moral. Porque está en juego la visión misma del ser humano. ¿Qué es el hombre? ¿Qué es la mujer? ¿Qué es la familia? ¿Qué es la sociedad? ¿Quién tiene autoridad para definir estas realidades? ¿El Estado? ¿La ideología dominante? ¿O la verdad inscrita en la naturaleza humana y revelada por Dios?
Una de nuestras prioridades pastorales debe ser el acompañamiento integral de las familias. No podemos limitarnos a preparar a las parejas para el matrimonio y luego abandonarlas a su suerte. Necesitamos una pastoral familiar robusta, que acompañe a las familias en todas las etapas de su vida, que las fortalezca ante las crisis, que las ilumine con la luz del Evangelio”.
ACCIONES
Cuidemos como lo máximo nuestra familia. Que los padres permanezcan unidos, a pesar de problemas que nunca faltan; que enseñen a sus hijos con el ejemplo la tolerancia, el respeto, el perdón, el trabajo, la colaboración en los quehaceres domésticos, la relación con Dios, la ayuda solidaria a quienes sufren física o moralmente. De nuestras familias, no sólo del gobierno en turno, depende que nuestros pueblos vivan en paz y armonía.

