Para los cristianos, el servicio es poder
Vivimos en un mundo agobiado por la cultura del descarte, y es justamente ahí donde la verdadera concepción de servicio se vuelve clave para una nueva lectura del poder en la Iglesia Católica.¿Dónde está el valor de los bautizados? ¿Cuál es la dignidad de los hijos de Dios? ¿Tiene que ver el servir con el […]
Vivimos en un mundo agobiado por la cultura del descarte, y es justamente ahí donde la verdadera concepción de servicio se vuelve clave para una nueva lectura del poder en la Iglesia Católica.
¿Dónde está el valor de los bautizados? ¿Cuál es la dignidad de los hijos de Dios? ¿Tiene que ver el servir con el valer? ¿Sólo vale y es cuidado el que sirve? El servicio va más allá de un uso cotidiano, pues es
claro que este tema está metido en cada una de nuestras comunidades, donde solemos olvidar o descartar a aquellos que dejan de ser útiles.
¿Cuánto sirve una persona? ¿Somos descartables si no somos como deberíamos ser? ¿Qué tan útil para la Iglesia es la cara de un bautizado que ha sido vulnerado por una institución? No debemos dejar ni un sólo herido en la orilla. ¿Acaso Jesús se quedó con alguna utilidad de los apóstoles en el camino? ¿O pasó de largo a aquellos que le gritaban para que los sanara?
Servir es poner todo a disposición, el poder no lo tiene quien pueda disponer de más (dones, riquezas y tiempo); el poder cristiano lo ejerce aquel que tiene la capacidad de servir, recordemos a un Jesús deslumbrado por la anciana de las dos monedas de plata (Mc 12, 41-44), esa mujer es el signo del poder del servicio y la donación, de la confianza con la que Él llenará nuestras alforjas, nada tenemos que ocultar.
Entonces, ¿quién vale? ¿Cada hijo de Dios? ¿Quién tiene poder? El que pueda ejercer toda aquella capacidad que menciona Aristóteles en el servicio al hermano, ahí entendemos la definición de poder en
aquel que pueda relacionarse y religarse con el prójimo, en el amor más profundo y en la tranquilidad de la providencia.
Servir es amar, servir es el infinito poder de mostrar el amor de Jesús al hermano, donde no entra el silencio, si no la misericordia; donde no cabe la oscuridad del encubrimiento, si no la infinita gracia de
su amor que todo lo asume y nada descarta.
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