Los contrastes entre las autoridades religiosas y la viuda pobre
A Dios no se le compra, en primer lugar porque Dios no necesita del oro ni de ninguna otra moneda; la relación con Él nace de la interioridad de la persona.
En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Éstos recibirán un castigo muy riguroso”. En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”. Palabra del Señor. (Mc 12, 38-44).
La valiosa enseñanza de Jesús
La parte del evangelio de san Marcos en que nos encontramos, a saber el ministerio de Jesús en Jerusalén (Mc 11,1-13,37), es un momento de juicio al pueblo y a sus autoridades.
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En la sección de los signos de juicio (Mc 11,1-25) el Señor purificó el Templo echando de él a los vendedores y cambistas, y maldijo a la higuera estéril. En esta sección de las discusiones, para empezar, desenmascaró la hipocresía de las autoridades que no reconocieron a Juan Bautista y que intentaban también descartarlo a Él. Y ahora, al final de la sección propone este claroscuro sobre la integridad en la relación con Dios y el dinero.
La parte oscura la juegan en primer lugar las autoridades religiosas ávidas de dinero bajo el pretexto de oraciones de intercesión (Mc 12,38-40). El segundo grupo en penumbras son los acaudalados que versaban muchas monedas en las arcas del Templo, pero el Señor asegura que todo eso es de lo que les sobra (v.44).
El lado luminoso, en cambio, lo representa la viuda, quien dio tan solo dos monedillas, pero eran todo lo que tenía para vivir ese día. Jesús, en primer lugar, previene a sus discípulos de hacer juicios erróneos pues a Dios no se le compra, en primer lugar porque Dios no necesita del oro ni de ninguna otra moneda. La relación con Dios nace, por tanto, de la interioridad de la persona y de su autenticidad con respecto a la confianza en la Divina Providencia.
Aplicando el contraste a las autoridades religiosas es aún más escandaloso porque se supondría que aquellos han dedicado su vida a Dios, pero la manera en que ansían el dinero desdice escandalosamente su oficio. Así pues, la viuda puede también expresar un símbolo del pueblo pobre y fiel que, a pesar de no tener grandes posesiones, enriquece de manera importante la fe del pueblo de Dios.